Europa central comienza a acusar el cansancio de la guerra de Ucrania. Y, después del triunfo del prorruso y euroescéptico Robert Fico en Eslovaquia, todo apunta a que su vecina Polonia seguirá sus pasos. Eso sí, teniendo en cuenta que allí ya gobierna un partido -Ley y Justicia (PiS)- que ha mantenido tensiones tanto con la UE como con Kiev.
Las parlamentarias que se celebran el próximo domingo en la nación van más allá de una cuestión interna. Que no es baladí: la inflación alcanza ya los dos dígitos, el paro va en aumento y las finanzas están deteriorándose. Además, existe una crisis migratoria a la que es cada vez más complicado hacer frente y la división en la población va en aumento entre los bandos de izquierda y la cada vez más extrema derecha.
Pero la verdadera elección tiene una clara disyuntiva: alejarse aún más de la Unión Europea o comenzar un plan de acercamiento a unas instituciones comunitarias que mantienen el cerco sobre el Gobierno de Varsovia.
Para liderar esa segunda opción, la de volver a la senda del bloque, la formación liberal Coalición Cívica ha puesto al frente a un exalto cargo de Bruselas, Donald Tusk, expresidente del Consejo Europeo, que movilizó a parte de la población, 15 días antes de la cita electoral, en una protesta opositora contra el Ejecutivo del cada vez más radical Mateusz Morawiecki. Eso sí, aunque se vendió como un éxito, con un millón de participantes, la realidad se antoja diferente, puesto que en Polonia hay casi 37 millones de habitantes. Es decir, ni siquiera se llegó a un tres por ciento. Y eso teniendo en cuenta los datos de la organización, que nombró al evento como La marcha del millón de corazones; la Policía redujo la cifra de asistentes a unos 100.000.
Tusk representa el ansia reformista frente a la línea antiasilo y la confrontación con la UE encabezada por el PiS. De hecho, el partido derechista acusa al líder opositor de ser «un siervo de Bruselas y de Berlín», además de censurar que tampoco defendió los intereses polacos mientras estuvo al frente del Consejo Europeo -entre 2014 y 2019- y de haber dejado diezmado al país cuando fue primer ministro -de 2007 a 2014-.
Tanto Morawiecki como Jaroslaw Kazynski -presidente del partido derechista- enarbolan la bandera de Polonia por encima de cualquier otra. Y, sobre todo, muy por encima de la de la Unión Europea, que ya ha multado al Gobierno de Varsovia por infringir la legislación comunitaria en materia, por ejemplo, de Justicia, o de migración, haciendo oídos sordos a las cuotas impuestas desde Bruselas. En ambos aspectos, el PiS ha tenido que ceder, pero el hastío es cada vez mayor y hay quien, incluso, no descarta que Polonia, cada vez más cercana a la «autocracia electoral» de la Hungría de Viktor Orban, pueda acabar rompiendo del todo con la UE -un divorcio conocido como Polexit- para liderar un camino en solitario.
Al borde de la absoluta
Y en esta afrenta con el bloque, el actual partido gobernante cuenta con el apoyo mayoritario de la población. Según los últimos sondeos, el nacionalismo polaco va al alza y cosecharía un 35 por ciento de los votos, lo que se traduciría en 195 diputados de los 460 que conforman el Parlamento. Y, además del respaldo ciudadano, también se haría con el de Confederación, un partido ultraderechista, antiucraniano y euroescéptico que podría tener la llave del próximo Gobierno, puesto que con su 10 por ciento y sus 35 escaños, dejaría a la unión del conservadurismo más radical al borde de la mayoría absoluta, fijada en 231 -a solo un asiento-.
La Coalición Cívica de Tusk cosecharía un 27 por ciento de los sufragios -150 diputados-, pero para él es más complicado encontrar alianzas en el seno de los partidos de la izquierda, que siempre se han mostrado reacios con el ex primer ministro, aunque también podrían colaborar con el liberal para apartar al PiS del poder.
Sea cual sea el resultado de estas elecciones, será reñido. Y, sobre todo, tendrá consecuencias más allá de las fronteras de Polonia, porque Europa, sin duda, se juega mucho en esta cita con las urnas.