Sólo hay una manera provechosa de afrontar la adversidad. Y, esa actitud, es la aceptación. O aparcamos los intentos de evadirnos de esas situaciones en las que la vida nos muestra sus espinas, o lo único que lograremos será añadir sufrimiento al sufrimiento. Lo más predecible es siempre lo impredecible y, lo más permanente, lo impermanente.
Cuando todo se derrumba y lo que pide el cuerpo es salir corriendo, toca hacer justamente lo contrario: serenarse y practicar eso que en Oriente llaman filosofía de la no evasión: «¿Qué refugio vas a encontrar fuera de ti mismo?», amable lector. Sólo hallarás una manera provechosa de afrontar la adversidad: cesar en el intento de negarla y concentrar tus energías en tomarle el pulso a lo que te está pasando. Así ensancharás tu mente y descubrirás, en medio del caos, que la solución habita en ti: confía en Dios, descansa en Él, reposa en Él. ¡Pero no te cruces de brazos! «A Dios rogando y con el mazo dando».
Los tuareg del desierto mauritano, me enseñaron algo que nunca he olvidado: «Confía en Alá, pero ata el camello». Pura sabiduría árabe. El término chino para la palabra crisis, consta de dos ideogramas: uno significa «dificultad», el otro «oportunidad». Así es, ciertamente: las situaciones de crisis encierran valiosas oportunidades para ensanchar el horizonte y darte holgura, si sabes sacar tajada de ellas.
La vida es la mejor maestra. Cuanto todo se complica y entramos en terreno desconocido, es la ocasión ideal para librarnos de lo que nos mantiene atrapados y abrir nuestro corazón y nuestra mente más allá de cualquier límite. Lo esencial está dentro. En mi primer viaje a Nepal —no lo olvidaré nunca—, un monje budista me aconsejó hacerme amigo de mis miedos. Algo que llevo a rajatabla. Es un método que no falla, a la hora de cultivar la entereza y la alegría del corazón.
La vida es como es. Creemos que sabemos y que controlamos, pero no sabemos nada. Decimos que las cosas son buenas o malas, pero tampoco lo sabemos. Por eso cuando parecería que todo se cae a pedazos y estamos a punto de no se sabe qué, es el momento de apaciguarse, dejar espacio para la meditación y el silencio interior y prepararse para lo que llega, con la certeza de quien sabe que lo mejor está por venir. Hasta lo más pavoroso puede convertirse en un don, para aupar la esperanza y levantar la vida, cuando se transforma en una experiencia espiritual.