Una palabra habitual en los medios de comunicación que, lamentablemente, ya escuchamos con total indiferencia. Tal vez, porque reconocemos que los que pueden hacer algo para evitarlos nos envuelven con numerosos eufemismos tratando de convencernos de un estado de bienestar ficticio. 
Se habla de abusos sexuales y se les reduce la pena a los violadores; se habla de encarecimiento de precios y se reduce o elimina el IVA de algunos productos, pero siguen subiendo los alimentos de consumo básico diario en detrimento, como siempre, de la clase media y baja. Familias que a duras penas pueden llegar a fin de mes si no se privan de lo más elemental, aunque muy necesario.  Se pretende gravar a las grandes empresas y bancos con mayores impuestos que lo único que conseguirá será aumentar el precio del producto final que consume el cliente para ser, nuevamente, el perjudicado. Compañías con un importante monopolio y grandes beneficios, como alguna eléctrica, condenan a numerosas familias a malvivir por los precios abusivos del gas, cinco veces mayor que el de otras empresas. Familias que tienen que llegar a pedir un préstamo para hacer frente a dichos gastos, hasta que cambian de compañía porque se cansan de las promesas incumplidas. 
Las víctimas del abuso son siempre los más débiles. Muchos de los males y sufrimientos humanos se deben al abuso de poder, especialmente cuando aquellos que lo ejercen están convencidos de que actúan de manera adecuada. La omisión, la negligencia o la indiferencia pueden operar como una recompensa a la acción antisocial. Son muchos los desmanes que se han realizado a través de la historia utilizando la ley como excusa. En todos y cada uno de nosotros está poner remedio a esta situación. 
Es crucial evitar el exceso de influencia de unos pocos, ya que los monopolios políticos, económicos o mediáticos solo pueden acarrear males y sufrimientos humanos, abocando a las personas al aislamiento, la frustración, la humillación, la depresión y el suicidio.