El trampolín de Cáritas para la inserción laboral

EFE
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La entidad benéfica ayuda cada año a más de 64.800 personas que han perdido su trabajo a encontrar otro empleo formándolas en sus empresas propias para integrarlos en el mercado

El trampolín de Cáritas para la inserción laboral - Foto: Mercedes Ortuño Lizarán

Alejandra, Rafael, Paula, Rabie, Francisco... son los nombres de algunas de las más de 64.800 personas a las que Cáritas acompaña cada año en sus iniciativas de empleo y de las más de 2.000 que se forman en empresas de inserción laboral de la propia entidad de la Iglesia: un auténtico «trampolín» para lanzarse después al mercado de trabajo.

Precisamente, de las 64.865 que acompañó durante el año pasado la organización de la Iglesia en sus iniciativas de empleo, 12.807 lograron acceder a un puesto de trabajo, 2.125 de ellas en empresas de inserción, según recoge el informe anual de Economía Social de Cáritas Española.

Las empresas de inserción están pensadas para personas en situación de exclusión y son «espacios de entrenamiento real», donde pueden formarse o poner en práctica sus conocimientos antes de lanzarse al mercado laboral ordinario o «normalizado». Así las define la coordinadora de programas de Cáritas Albacete, Ana López, que explica el trato individualizado que se da en cada itinerario o camino profesional y personal.

Para ser considerada de inserción, una sociedad debe cumplir ciertos requisitos: que al menos la mitad de los empleados los hayan derivado los servicios sociales, que los beneficios -si los hay- se reinviertan en el proyecto y que el plazo máximo de permanencia no exceda de tres años.

El vivero El Sembrador, ubicado en una pedanía de la localidad albaceteña de Hellín, es un centro homologado para la formación y una de las empresas de inserción que gestiona Cáritas a través de su fundación llamada también El Sembrador.

Actualmente, cuenta con unos 15 trabajadores, de los cuales tres se han incorporado en las últimas semanas por las rotaciones típicas en este tipo de entidades.

A su llegada, las técnicas de acompañamiento de la organización, como Elisa Marín, intentan «romper con esa imagen de que cualquier cosa vale con gente en riesgo de exclusión social». Por eso, lo primero que hacen es algo tan sencillo como entregar a los trabajadores un uniforme para que perciban un entorno diferente y serio.

Antes de poner en marcha este proyecto, el acompañamiento de Cáritas llegaba sólo hasta la formación. Pero en muchas casos, el salto de un curso de formación a trabajar en una fábrica, en el campo, en una cafetería... era demasiado grande. «Nos hacía falta un pequeño escalón para que no diera tanto vértigo», explica Ana López.

Rabie es un marroquí de 29 años que lleva seis meses trabajando como ayudante de conductor de camiones en Fuera de Serie ModaRe, en la capital albaceteña, otro de los negocios con los que Cáritas pretende, como le ha ocurrido a él, cambiar la vida de la gente.

Alejandra, camarera y cocinera en el restaurante El Búho de Letur; Rafael, en prácticas de cocina en El Sembrador de Albacete, y Azucena, ayudante de sala en el mismo restaurante, son algunos de los nombres que ponen rostro a esos negocios de economía social.

El tiempo de permanencia medio en las empresas de inserción es de unos dos años. «Hay personas que a lo mejor encuentran trabajo antes de lo previsto y salen al mercado ordinario y otras que quizá tengan que agotar los tres años», señala López.

Es el caso de Francisco, un vecino de Hellín de 59 años que está a punto de terminar su etapa en el vivero El Sembrador. El Pantera, como le gusta que lo llamen, se tomará unos días de descanso en Elche de la Sierra con su hija y su nieta y se pondrá a trabajar en una almazara y en la construcción.

«Me gustaría quedarme (en El Sembrador), pero aquí no puede estar una persona diez o quince años, porque hay gente que también lo necesita para comer», apunta a modo de resumen.