Carmen Quintanilla Buey

Otra mirada

Carmen Quintanilla Buey


Tiempo de moras

09/09/2023

En  septiembre me encanta buscar moras silvestres. Están riquísimas y, además, teniendo en cuenta que desde el punto de vista nutricional contienen un cúmulo de buenas propiedades... pues resulta un entretenimiento con muchos valores añadidos, ya que colesterol, tensión, anemia... y un montón de cosas más que afectan a la salud, las moras silvestres lo mantienen a raya.  Durante varias temporadas siempre he buscado moras  en pandilla y  por entretenimiento que, por cierto, lo pasábamos fenomenal, pero este año he decidido buscarlas yo solita, porque así no me llevarán la delantera las más altas, y las más osadas, que siempre dejaban las pequeñinas y entre zarzas para las últimas de la fila. Bueno, pues en esta ocasión me metí por caminos que no había recorrido, y... encontré muchísimas, tantas, que llené una fiambrera grande... una bolsita de plástico... De pronto vi que pasaba por el camino un hombre en bicicleta,  me di cuenta de que se trataba de alguien muy conocido, y amigo de mis hermanos, y me dijo: --Pero... ¡¿qué coño haces tú por estos andurriales, y además tan sola? ! Esto no debes hacerlo nunca, porque cualquier día te vas a encontrar con algún desaprensivo que se va a creer que todo el monte es orégano. --- Yo le respondí  que buscaba moras, no orégano, y se quedó sorprendido cuando vio el montón  cosechado. Y entre risas por ambas partes, él siguió en su bicicleta, yo seguí rebuscando, porque pensé que si nos centramos en la parte negativa, nos privamos de la positiva que es a la que tenemos que prestar atención. Y si aparece un malintencionado, las mujeres sabemos defendernos, y sobre todo teniendo cerca matorrales de zarzas cuajadas de pinchos.
Y a propósito de zarzas: Durante mi niñez, estando de vacaciones en Quintana del Puente, me llevó mi tía a buscar moras. Yo tenía diez años y, al parecer, en un descuido de mi tía, me colé dentro de los matorrales. Ella, a fuerza de riesgo y de fuerza, consiguió sacarme de allí, pero sangrando por cara, piernas, brazos, y llorando a mares.  Además se quedó entre las zarzas una diadema preciosa que sujetaba mis tirabuzones. Tuvieron que llevarme a una curandera del pueblo que me llenó de vendas y esparadrapos. Pero eso fue... entonces. Ahora, lo que me puede ocurrir, -según el hombre de la bicicleta-, es que me encuentre con la horma de mi zapato, algo que me parece dificil porque cuando busco moras siempre voy con alpargatas.