Con la mente en dos lugares

César Ceinos
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Alina Starushko es una de las 14 refugiadas que llevan desde abril del pasado año en el colegio de las Misioneras Teresianas de la capital y recibe, desde entonces, la ayuda de las asociaciones Acción Familiar y Mont Blanc

Alina Starushko, a la izquierda, junto a Mercedes Domínguez en la plaza de la Inmaculada. - Foto: Óscar Navarro

La ucraniana Alina Staryshko lleva en la capital desde finales de abril del año pasado, pero tiene la cabeza en dos lugares por culpa de la invasión rusa de su país. Esta joven de 30 años vive con sus dos hijas de diez y ocho años tras salir de su país y hacer dos escalas en Cracovia (Polonia) y Barcelona antes de llegar a orillas del Carrión. En su tierra natal están su marido, sus abuelas y su madre.El primero, que no puede salir del territorio nacional por encontrarse en edad apta para ir al frente, en Kiev; las mujeres, en su patria chica, Berdyansk, una ciudad de unos 110.000 habitantes ubicada en la costa del mar de Azov que está en poder de las tropas rusas. Explica que sus dos abuelas son mayores y que su madre se quedó cuidando de ellas.

Forma parte del grupo de 30 ucranianos que llegó hasta la capital en un autobús a cargo de las asociaciones Mont Blanc y AcciónFamiliar. Desde entonces reside en el antiguo colegio de las Misioneras Teresianas situado en la autovía a Magaz. Un año después del inicio de la guerra únicamente convive con trece personas más (principalmente niños y madres), puesto que el resto se ha desplazado a otros lugares, tanto españoles como internacionales, tras contactar con sus familiares en la diáspora.

Staryshko, que tiene estudios superiores y en la actualidad trabaja en la Lavandería Kenia, asegura que está «feliz» en una ciudad «tranquila» que le ha ofrecido todo tipo de ayuda, aunque, obviamente, esta situación es relativa. No tiene muchos problemas, al menos por ahora, en contactar con sus seres queridos en Ucrania, pero quiere estar junto a ellos. Por eso, espera que las tropas de su país se alcen con la victoria en el campo de batalla, aunque tiene los pies en la tierra. Desde la embajada llaman a la calma y las noticias que llegan no son las mejores.

Junto a los refugiados que residen en el inmueble cedido por la diócesis está la palentina Mercedes Domínguez, una enfermera jubilada que entró en contacto con las asociaciones humanitarias y decidió colaborar con ellas para hacer más fácil la estancia a los que huyeron del horror de la guerra. Esta labor se está financiando gracias a AcciónFamiliar y Mont Blanc, a palentinos solidarios y a algunas instituciones, como el Ayuntamiento y la Diputación de Palencia. Espera que próximamente se sumen más, puesto que recuerda que la expedición del Número de Identidad de Extranjero (NIE) «lo pagamos nosotras».