Bicentenario de Casimiro Herrero, un hombre de fe

Rubén Abad
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El misionero palentino desarrolló su actividad en el lejano Oriente en el siglo XIX, entonces España de Ultramar. En 1851 llegó a Filipinas y en el año 1881 fue ordenado obispo de la diócesis de Nueva Cáceres

Bicentenario de Casimiro Herrero, un hombre de fe

Villameriel conmemora este mes de marzo el bicentenario de uno de sus vecinos más ilustres: Casimiro Herrero (1824-1886), religioso agustino, misionero y obispo de Nueva Cáceres (Filipinas). Nacido el 4 de marzo en el seno de una familia «humilde, pero netamente cristiana», Herrero tuvo una infancia «feliz», compaginando la escuela con su trabajo como pastor de un pequeño rebaño de ovejas. «Así se complace y va creciendo interiormente, con superación, identidad de valores y apoyo familiar», relataban los vecinos de la época.

Con el paso de los años, dejó su Villameriel natal para instalarse en Valladolid, donde ingresó en el colegio seminario de los Padres Agustinos en otoño de 1846 con el anhelo de ser misionero. «Era un hombre activo, emprendedor, esa clase de hombres, venidos de la aldea, despiertos y entendidos que encuentran enseguida un medio de vida modesto, quizá, pero desahogado», aseguró el agustino e historiador Teófilo Aparicio (1924-2024).

Allí estudia Teología con profundidad para dar el salto como misionero a Filipinas. Así, el 2 abril de 1851 llegó al convento de San Agustín de Manila, donde recibe la ordenación sacerdotal el 18 de junio de 1852. A partir de ahí se sucedieron una lluvia de responsabilidades en la congregación, entre ellas la de procurador general  de la Orden en España (1869-1874), con residencia en Madrid. Desde la capital hizo varias escapadas a Valladolid y a su Villameriel natal, al que nunca olvidó pese a que no lo visitaba desde hacía tres décadas.
De vuelta a Filipinas, fue anunciado obispo de la diócesis de Nuevas Cáceres el 1 de octubre de 1880 y ordenado el 6 de febrero de 1881 en la iglesia de San Agustín de Manila. Como prelado, visitó por dos veces todos los lugares de su diócesis, «sin dejar pueblo alguno por apartado y pobre que fuese», recogen las crónicas.

FALLECIMIENTO Y LEGADO

Su entrega y la frenética actividad fueron haciendo mella en su salud, hasta que finalmente falleció «de manera súbita» el 12 de noviembre de 1886 «víctima de una enfermedad cardiopulmonar».

Su localidad de origen recibió la noticia de su muerte con profundo pesar, doblando las campanas por largo tiempo y celebrando solemnes funerales que incluían el conocido responso Ne Recorderis. Mismo canto que los vecinos del pueblo ofrecen cada 14 de septiembre, día de la Cruz.

Su legado sigue muy presentes gracias, en parte, a la imagen Dulce de Jesús Nazareno, que llegó a Villameriel procedente de Manila en el año 1883. Se trata de una imagen de vestir de hechura filipina siguiendo el patrón tradicional de escultura española y barroca del siglo XVIII.