Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


Corresponsabilidad y sinodalidad (i)

10/03/2024

La semana pasada entrábamos en la cuestión crucial para la Iglesia católica: cómo ser comunidades que anuncian el Evangelio. Para ello señalábamos que todo bautizado ha de ser consciente de su seguimiento a Jesús, el Salvador del mundo. Este encuentro conlleva ser corresponsable no simplemente de la Iglesia, sino sobre todo de su misión. El Papa Francisco continúa el desarrollo del Concilio Vaticano II cuando recuerda que la Iglesia es sinodal en su modo de funcionar y de discernir la voluntad de Dios.
La corresponsabilidad forma un precioso tándem con la sinodalidad. Dios espera de la Iglesia del tercer milenio que vuelva a sus orígenes, no simplemente al pasado. Para ello, se dispone a la escucha del Espíritu Santo, que, como el viento, «sopla donde quiere: oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va» (Jn 3, 8). La sinodalidad no ha de ser tanto una moda y mucho menos un eslogan, sino más bien un estilo y una forma de ser con la cual la Iglesia se capacita para vivir con plenitud su misión en el mundo.
En el esquema de la cristiandad, la catequesis y los sacramentos garantizaban por ellos mismos la transmisión de la fe en un ambiente cultural alentado por el cristianismo. Hoy eso ya no es suficiente. Lo vemos. De ahí la llamada a renovar nuestros planteamientos, empezando por las parroquias: «La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización» (Evangelii gaudium 28). 
Y estas no han de ser palabras tan voluntaristas como etéreas. Son el sueño, la visión y el propósito del Sínodo en el que está inmersa la Iglesia. La fidelidad hoy ha de ser creativa, no sólo formal, teórica. La tarea hoy es capacitarnos para imaginar con el Espíritu Santo el futuro de la Iglesia y del mundo, poniendo en marcha procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario para alcanzar una mentalidad verdaderamente sinodal. Necesitamos por ello audacia y libertad de corazón para re-formarnos y con-formarnos según el corazón de Jesús.
Para la cultura de hoy, resultan irritantes los discursos en una sola dirección, las relaciones meramente asimétricas, la arrogancia y la cerrazón. ¿Cómo ser valientes y humildes a la vez? ¿Cómo ser cercanos y distintos? En la Iglesia católica confesamos y adoramos al Único Maestro y al Único Pastor. Los creyentes somos sus discípulos y seguidores siempre en camino.
Todos discípulos y todos apóstoles, en la Iglesia sinodal cada uno tenemos mucho que aprender: pueblo fiel, los ministros ordenados, los consagrados, el Colegio episcopal, el Obispo de Roma: uno en escucha de los otros, y todos en escucha del Espíritu Santo, el «Espíritu de verdad» (Jn 14,17), para conocer lo que Él «dice a las Iglesias» (Ap 2, 7). Por ello es particularmente importante que este proceso de escucha se produzca en un ambiente espiritual que favorezca la apertura a compartir y escuchar. El sínodo no consiste en opinar, consiste en reconocer, interpretar y elegir desde Dios. Y en eso todos somos resonadores suyos.
Hay que encontrar caminos nuevos y creativos para trabajar juntos entre las parroquias y las diócesis. Practicar la sinodalidad es hoy el modo más evidente de ser «sacramento universal de salvación» (LG 48), «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Con ella buscamos la voluntad de Dios para seguir los caminos a los que el Padre nos llama, hacia una comunión más profunda, una participación más plena y una mayor apertura para que cumplamos la misión de su Hijo en el mundo.
Este tiempo de camino hacia la Pascua es una oportunidad para replantearnos cuáles son nuestras certezas genuinas, y cuáles simples inercias heredadas. Al igual que el obispo escucha a Dios, a la diócesis a la que sirve y a la sociedad en la que vive, también todo bautizado ha de practicar la escucha de la fe y la escucha del clamor de la gente. 
Hoy muchos vecinos, amigos y familiares nuestros no conocen a Dios, y como consecuencia, viven sin esperanza. Hay mucho en juego: la Vida para todos.