He leído el precioso artículo de Sari F. Perandones sobre su chalet familiar, Villa Sagrario, que hoy ha cambiado de dueño. Allí se encierran sus recuerdos pero también los míos, de amigo. Las casas jalonan nuestra vida porque en ellas está nuestra memoria. Los domicilios, se empeñan en no ser olvidados y por eso forman parte del equipaje vital, la maleta personal de experiencias, particular cultura íntima.
En una biografía de Benedetti sus capítulos son las distintas casas que habitó y, a través de los inmuebles, el autor va descubriéndonos su existencia; son memorias del recuerdo. Lo mismo que Cabrera Infante con sus barrios habaneros y gracias a ellos podemos visualizar sus amores o lo erótico de los perfumes morochos guardados en sus pasiones.
El exilio te sumerge en la melancolía de lo que se fue; por eso los escritores judíos, tras la guerra, doblaron su propia servilleta: Thomas Mann, Zweig, Paul Celau o Marai…
Los padres de Sari y los míos eran amigos y pasaron de coincidir en el viaje de novios a Mallorca, donde entonces se iba, a conversar en la primera parte de la noche sobre los veladores de mármol del desaparecido café-bar Palentino, en los que mi padre dibujaba caballos mientras el poeta le hablaba de la trébede. De todos los galardones y juegos florales a los que se presentaba, el farmacéutico volvía cargado de excelencias y honores. Recuerdo tener que hacer un comentario sobre Las inquietudes de Shanti Andía y Domi, la librera del Diario Palentino, no encontraba el texto; el padre de Sari se enteró y me lo prestó, tengo la gratitud.
Los hijos empezamos a salir en pandilla a la verbena del doble santo, el Santo San Pedro para alcanzar las vacaciones. Años de guateques juntos, bailando los lentos sin arrimarse, Cae la nieve de Adamo, o No tengo edad y La lluvia de la Cinquetti… música de los 65.
Antes de ir a la universidad me enamoré platónicamente de Conchita Cot, inseparable amiga de Sari, hasta que Triana me la quitó. El tiempo borró momentáneamente todo aquello que hoy con los años hace quebrar mi voz, el pensamiento y me nubla los ojos. La vida se nos ha ido de las manos, como nuestra Villa Sagrario.