En la mayoría de los pueblos del Cerrato existieron viviendas cueva. Si bien antiguamente constituían la forma generalizada de vivir, con el tiempo fueron habitadas por las familias más humildes y sin recursos para procurarse una vivienda con más comodidades. Su uso ha perdurado hasta el siglo XX.
En algunos pueblos tenían nombre. En Villamuriel se denominaban garitas; en Hontoria de Cerrato, cotarros; en Alba de Cerrato, chozas; y en Magaz de Pisuerga se las conocía como las cuevas del castillo.
Eran viviendas excavadas en las laderas o en las yeseras, en terrenos blandos para facilitar la extracción de tierra, y orientadas al sur para aprovechar mejor las horas de sol.
La herencia del cónsul francés
El suelo y las paredes eran de tierra o de yeso, a veces encaladas. Las paredes eran muy anchas y tenían hornacinas y huecos para dejar los cántaros del agua. La temperatura en ellas no oscilaba mucho a lo largo del año.
Contaban con habitaciones o alcobas interconectadas (picando para añadir una estancia más cada vez que nacía un hijo o una hija), cocina y generalmente pajar y cuadra, pues era necesario albergar al ganado dentro de la cueva, al fondo.
En la cocina solían tener una trébede para el fuego, alimentado con carbón y leña. Servía tanto para cocinar como para calentar la cueva. Encima de la trébede tenían una chimenea cuya boca quedaba a la altura del suelo exterior, lo que daba lugar a que otros chicos se acercasen a escuchar las conversaciones del interior y a hacer bromas pesadas, como tirar por ella piedras que caían encima de los pucheros que estuvieran en la lumbre, desbaratando la comida.
Carecían de baño, por lo que las necesidades tenían que evacuarlas en el exterior.
No poseían agua corriente, debiendo ir a las fuentes o a los canales, en condiciones penosas ya que luego tenían que subir los cántaros o los cubos de agua hasta la cueva.
Tampoco disponían de luz eléctrica, alumbrándose con candiles y velas, y aprovechando en lo posible la luz que entraba por la ventana de la fachada.
Solían estar alejadas del núcleo urbano y de los servicios que pudiera haber en los pueblos, lo que daba lugar a situaciones curiosas. En Magaz, Isaac, cansado de tener que bajar continuamente al pueblo a por leche para su bebé, decidió sustituir este alimento por puré de patatas, y el niño salió adelante sin problemas. En Villamuriel, si querían que las personas moribundas recibieran la extremaunción tenían que bajarlas al pueblo ya que el sacerdote no subía hasta allí.
En algunas localidades existía además lo que se denominó cueva de los pobres, generalmente en lugar distinto a las viviendas cueva.
En Alba, las viviendas cueva estaban en La Mota y el Ayuntamiento habilitó una cueva en El Peral para albergar a personas que llegaban de paso, generalmente mendigos que iban por los pueblos pidiendo limosna, para que se alojaran mientras durara su estancia en la localidad y pudieran guardar sus cosas. Antes de habilitar esta cueva solían quedarse en algún pajar.
Población de Cerrato.
En Población de Cerrato también existía un albergue similar. Se denominaba el pajar de los pobres y fue escenario de un acontecimiento singular: Un hombre natural de Población, emigró a Francia en la primera mitad del siglo XX. Allí logró mucho dinero y un gran estatus social.
Trascurrido un tiempo regresó a Población disfrazado de mendigo, sin desvelar su identidad, con intención de comprobar qué familiares continuaban viviendo en el pueblo y si le recordaban. Los vecinos, sin saber de quién se trataba, le alojaron en el pajar de los pobres. Allí permaneció varios días, durante los que fue haciendo preguntas a los vecinos. Tras reunir la información que pretendía regresó a Francia.
Cuando falleció, un testamentario se encargó de comunicar a los vecinos de Población que les había dejado una sustanciosa herencia, supermillonaria. A los vecinos les pareció que no merecía la pena ir a Francia, quizás pensando que quedaba más lejos de lo que en realidad está, y sin imaginar el montante de la herencia. El testamentario trató de convencerles diciéndoles que durante su estancia en Francia estarían en un palacio, pero al no convencerles se ofreció a traer él mismo la herencia a Población.
Cuando llegó el testamentario les entregó onzas de oro en una especie de alfiletero de roble. Entonces se interesaron más por el tema y por la posición social del misterioso mendigo, conociendo entonces que se trataba de un hombre apellidado Diosdado que llegó a ser cónsul en Bayona, según afirman en Población. También pensaron que el testamentario les trajo solamente parte de la herencia que este cónsul francés les había legado, y que se quedó él con otra parte. Nunca podrán saberlo.