Antonio Álamo

Antonio Álamo


Swing

16/11/2023

Treinta y seis horas antes de que el partido socialista registrara en el Congreso la proposición de ley orgánica de amnistía acordada con los independentistas catalanes, un consejero autonómico fue noticia nacional al ser captado por las cámaras saltando en una manifestación mientras se escuchaba de fondo un eslogan bonachón coreado por los asistentes: «puto rojo el que no bote». Es posible que todo haya sido un equívoco porque cuesta creer que un responsable político de alto nivel, con despacho con banderas oficiales, secretaria o secretario y coche oficial se haya distinguido por cosas así y no por otras. Seguramente la culpa la tuvo un Bombus terrestris (abejorro, en castellano) que se introdujo en cierta zona del pantalón y se dedicó a revolotear entre dos conocidos adminículos. No hay otra explicación.
En cuanto a la amnistía, las manifestaciones y ciertos arrebatos sí hay cosas que pueden enfocarse de otra manera más tranquila sin necesidad ni de arriesgarse a ser acosado por himenópteros ni de ofrecer una imagen más propia de los hinchas ultras de un equipo de fútbol minutos antes de acceder al estadio en una final de la Champions. Por lo pronto, parece oportuno aceptar que en un sistema parlamentario gobierna quien consigue más apoyos, propios y ajenos, mejores o peores y fiables o detestables. A su vez, quien no los logra debería preguntarse, entre protesta y protesta, por qué no los tiene. 
Una solución cabal, quizá la mejor, es la ofrecida por el jefe del afectado: plantear el asunto en el Tribunal Constitucional. Sin aspavientos o bailes pero con una tranquilidad de espíritu que no abunda en la política. Por lo demás, la amnistía en sí es un despropósito de magnitud y consecuencias inimaginables cuya utilidad, pese a lo que digan los interesados, no tiene carácter ni nacional ni político pues todo indica que la componente personal ha estado por encima de ambos planos. Queda por saber si la militancia del partido que la ha presentado, adalid de la igualdad, opina lo mismo que su secretario general. En la vida a veces uno es respetado cuando dice «no, gracias» suavemente y se marcha a su casa. Manuel Vicent lo llamaba swing en un artículo de un viejo libro titulado El cuerpo y las olas.