La campana María

Fernando Pastor
-

En Torquemada Aurelio León se encargaba de diversas labores en la iglesia. Tocaba el órgano, daba cuerda al reloj, tocaba las campanas... Cuando subía al campanario, desde allí decía cosas a quien pasara por la calle sin que supieran quién las decía

La campana María

Hablábamos la pasada semana de la labor comunicativa de las campanas a lo largo del año. Pero había una época en la que se silenciaban.

En Semana Santa, como muestra de duelo por la muerte de Jesucristo, las campanas guardaban silencio, siendo sustituidas en su tarea informativa, sobre todo convocar a los oficios religiosos, por carracas y carracones que hacían sonar los monaguillos o los niños del pueblo recorriendo las calles, al tiempo que voceaban «a la misa», «a la procesión», «al rosario», «al miserere»…según les iba indicando el cura.

En Torresandino se aprovechaba la gira al son de las carracas para lanzar mensajes de otro tipo. Era típico escuchar «el-Luis-Ángel-a-la-caaama», conminando al susodicho a que se echara la siesta.

La campana MaríaLa campana MaríaLlegado el Domingo de Resurrección, regresaba el sonido de las campanas.

En los pueblos que tenían más de una campana, solían ser de diferentes tamaños y con diferentes sonidos. Era frecuente ponerles nombre, y por encima de todos estaba el de María, que no faltaba en ningún pueblo y que siempre era la más grande.

En Alba de Cerrato pesaba 100 kilos y además había otras dos, una de las cuales se tocaba con un pedal, y un esquilón que se usaba los días festivos. 

En Castrillo de Don Juan pesaba 100 arrobas y había otra que se llamaba Juana que además era tocada por una persona distinta.

En Castrillo de Onielo a la campana María se le llamaba la campana asesina, atribuyéndole la muerte de un chico de 17 años que se agarró a ella cuando la estaban volteando y salió despedido por la tronera, falleciendo en el acto.

En Baltanás hay dos grandes, María y Epifanía; dos pequeñas, Pascualejas; un esquilón, y otra en la parte más alta de la torre, llamada Daniel Heredia en honor al sacerdote que propuso reformar la torre y colocarla allí. Cada campana tiene grabado su nombre alrededor. 

En Renedo de Esgueva tenían 4: el esquilín, la pequeña, la de volteo y la grande.  

En Amusquillo había unas campanas preciosas, fabricadas con bronce en la ermita de San Millán y financiadas con aportaciones populares. Los niños tiraban piedras desde la calle para que sonaran cuando atinaban. La campana María tenía una inscripción con su nombre y su peso (100 arrobas); a mediados de los años 40 la descolgaron y se cayó el campanario causando un gran socavón, y no se supo más de ella.

En Fombellida los jóvenes del pueblo suben a la torre para voltear las campanas durante toda la procesión de San Antolín.

En Torquemada Aurelio León se encargaba de diversas labores en la iglesia. Tocaba el órgano, daba cuerda al reloj, tocaba las campanas... Cuando para esto último subía al campanario, desde allí decía cosas a quien pasara por la calle sin que supieran quién se lo decía; por ejemplo decía «ribereño, que te veo el culo», y el aludido miraba y miraba sin ver a nadie. 

En Villafruela las campanas tenían una curiosa función: tocar a comer jébanas, unas malas hierbas de gran altura y flores amarillas que antiguamente comían las ovejas pero que eran perjudiciales para las tierras de labor ya que restaban superficie para el cereal. Sin embargo su tallo, al que hay que pelar, es comestible para el ser humano, y su escasez hacía que solo se pudiera salir al campo a comerlas tras el correspondiente toque de campana, toque que se repetía para indicar que había finalizado el tiempo dado para poder comerlas.

No menos curiosa era la función que cumplían en Villahán. A partir del verano, cuando las uvas entraban en su última etapa de maduración, nadie podía entrar en los viñedos, ni siquiera sus propietarios. Incluso había guardas que vigilaban el cumplimiento de esta norma cuyo objeto era que la vendimia la comenzaran todos los viticultores al mismo tiempo. 

Para ello el día acordado, a primeros de octubre, se reunían en la plaza del pueblo todas las cuadrillas (propietarios y vendimiadores, con sus carros) y esperaban al toque de las campanas. A las 8 en punto tañían y era la señal para que todas las cuadrillas salieran a toda prisa hacia sus respectivos viñedos. Había tanto viñedo que las vendimias duraban un mes y había hasta 40 lagares, y el sacerdote Urbano Diez Rojo solía decir que las bodegas eran los templos del Dios Baco, en las que no entraban rayos pero salían chispas. Se quejaba de que los mozos a veces no iban a misa porque priorizaban ir a las bodegas, pero si le invitaban a él iba sin dudarlo.