El respeto se gana. Así, con esta expresión contundente, se expresó Rodrigo Rato, conocido político español, durante el juicio que en su contra se celebra en Madrid por el origen de su patrimonio. Por lo visto, a quien fue vicepresidente del Gobierno de España y director gerente del Fondo Monetario Internacional no le gustaron ni el trato ni el modo y estalló contra la Fiscalía Anticorrupción con maneras un tanto discutibles, desde el momento en que en un juicio existen unos procedimientos formales y se emplea un tono firme, respetable, aséptico y alejado -en las antípodas- de ese lenguaje filosófico propio de ambientes tabernarios. Prensa y radio mostraron un resumen que completaron los telediarios con imágenes que parecían sacadas de una película de indios y vaqueros de la época de John Wayne… el bueno rodeado por muchos malos. Como en Fort Apache pero en versión española y en 2024.
Su definición es aceptable y un tanto inoportuna pero no pasa de ser un tópico socorrido porque no es así como se gana. Todo lo contrario. Hay otras formas y todas tienen como denominador común la actitud personal de cada cual ante la vida. Se lo gana quien llega a un examen y se va al minuto porque se ha quedado en blanco y se lo gana quien logra una matrícula de honor, se la quitan un día después (porque la universidad tenía establecido un cupo) y no pestañea. Se lo gana quien ha perdido unas elecciones y felicita al oponente sin recurrir a burradas impropias de quien representa millones de votos.
Se lo gana el panadero discreto que elabora su producto con tranquilidad de espíritu y no sale del establecimiento blandiendo una barra como Alfonso VIII su espada en Las Navas de Tolosa en 1212, se lo gana el confesor que tras la penitencia no se va de copas con la feligresa, se lo gana el profesional de la información que aplica idéntico principio pero no con feligresas sino con políticos y amistades, se lo gana el albañil que levanta una pared con esmero y se lo gana quien con conocimiento acreditado en asuntos de dagas se limita a colocar la suya en una vitrina de su hogar. Hay mucha gente que lo merece, quizá porque el respeto nada tiene que ver con el color de la piel, sexo, edad, bagaje, condición y patrimonio.