Y llegó ese día para mezclar sonrisas y lágrimas, en el que el más hábil del grupo ha preparado un vídeo con una sucesión de fotos entrañables y una balada emotiva con el único objetivo de recuperar esa sensación del nudo en la garganta, que viene del corbatín pero se ha establecido como ese 'bolo' previo a la llorera. Esta vez sucedió en el Camp Nou, donde se despidieron para siempre del Barça Sergio Busquets y Jordi Alba. La jornada en la que el barcelonismo, al mismo tiempo, se despedía del Camp Nou.
Y entendimos inmediatamente la diferencia entre el hombre y el ladrillo, como si hiciera falta, porque en cuanto se recordó que el monumental estadio azulgrana pasaría a mejor vida, la gente se acordó de la carne (gritó «¡Messi, Messi!», entre otras cosas) y no del hormigón. Acababa de ver a Jordi Alba romperse como nunca, siendo el -quizás- mejor carrilero zurdo en la historia del club, pasando de 'niñato' altivo a adulto, y de adulto a capitán responsable de la siguiente generación. Llorando y abrazando a todo el mundo, alargando consciente o inconscientemente su sustitución porque eran los últimos pasos sobre el verde en que se hizo leyenda. Y acababa de aplaudir a 'Busi', el chico sin músculos que se 'inventó' Guardiola para sacar del campo al titán musculado de Touré y que (si la historia no miente) se convirtió en el mejor 'cinco' de la historia del Barça y, probablemente, también de España. 
Lo único bueno que tiene el ladrillo sobre el hombre es que sabemos qué nos deparará el futuro. Preciosas maquetas y recreaciones 3D nos dicen cómo será el nuevo hogar de cualquier equipo… mientras que críticos, analistas y aficionados seguimos pegando 1.000 palos de ciego por temporada anticipando quiénes serán los nuevos Alba, Busquets y compañía.