La pluma y la espada - Francisco de Aldana

General del Tercio y poeta, pereció con el Rey luso Sebastián I en Marruecos


El culto militar fue un importante creador literario español del siglo XVI que murió en el campo de batalla en Alcazarquivir luchando con los portugueses

Antonio Pérez Henares - 27/02/2023

Francisco de Aldana es hoy un perfecto desconocido, incluso para gente con cierto bagaje literario. Poco o nada se recuerda de su obra y tampoco de su persona. Ha pasado largo tiempo en el olvido, a pesar de haber sido en ambos aspectos relevante, con una trágica muerte producida en combate. Ha sido recientemente cuando grandes poetas e intelectuales de la talla de Luis Cernuda y José María de Cossío cuando se ha desempolvado su valía y su preeminencia. Incluso en la generación del segundo tramo renacentista posterior al poeta Garcilaso de la Vega.

 Antes, y más cercanos a su tiempo y aún con el recuerdo candente de su apasionante peripecia vital, sí lo habían glosado y enaltecido los mayores genios de nuestra literatura. Miguel de Cervantes lo coloca a la altura de Boscán y Garcilaso, Francisco de Quevedo lo describe como «doctísimo español, elegantísimo escritor y valiente y famoso soldado en muerte y en vida» y Lope de Vega le dedicó estos versos: «Tenga lugar el Capitán Aldana / entre tantos científicos señores, / que bien merece aquí tales loores / tal pluma y tal espada castellana».

 Pero ha sido el actual escritor Fernando Martínez Laínez el mejor conocedor de la época de aquellos y de sus nombrados Tercios quien ha vuelto a poner en primera línea su figura en su libro Escritores 007. Martínez ha puesto en valor su lírica y su categoría como soldado y general, al que la tropa admiraba tanto por su valentía, como por su cercanía con ellos. 

Casa de Alba

Es dudoso su lugar de nacimiento (hacia 1537). Aunque se le sabe vástago de una familia de la pequeña nobleza vinculada a la casa de Alba, y se da como más probable a la ciudad de Nápoles, tan hispana entonces, como su cuna. Sí hay desdichada certeza del lugar de su muerte. Fue en la desastrosa batalla de Alcazarquivir (Marruecos), el 4 de agosto de 1579, junto al rey de Portugal, Don Sebastián I. A cuyo servicio había entrado por orden del Rey español, Felipe II, para acompañarle en aquella empresa africana.

Dibujo de la sangrienta y cruenta batalla de Alcazarquivir, acaecida el 4 de agosto de 1578. Dibujo de la sangrienta y cruenta batalla de Alcazarquivir, acaecida el 4 de agosto de 1578.  Era hijo de Antonio de Aldana, capitán precisamente de la guarnición napolitana, bajo el mando del duque de Alba, a quien estaba vinculado familiarmente. Su infancia y juventud transcurrió en tierras italianas. 

 Pero su vida fue muy movida. De Aldana emprendió la senda de las armas y cumplió con ella y con su deber con el máximo empeño. Estuvo presente en las más importantes acciones militares de su tiempo. Con tan solo 20 años, con el grado de capitán y como lugarteniente de su padre, vivió la gran victoria española de la Batalla de San Quintín, en agosto de 1557, contra los franceses. Tuvo una actuación muy destacada y recibió varias me nciones por su valor en el combate. 

Saqueo de Amberes

Su destino después no podía ser otro que Flandes. Fue enviado a los ejércitos del tercer Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel. Ya como general de artillería se convirtió en uno de sus principales oficiales en el sangriento sitio de Haarlem (1572). Resultó una atroz carnicería y el propio Aldana acabó herido en un pie por un disparo de mosquete. Convaleciente, respondió con versos a las críticas que algunos de sus camaradas habían hecho del desempeño de la artillería que mandaba: «¡Oh galanamente y bien / está mi mal remediado. / Herido y despedazado / y habrá de quedar también / tras cornudo, apaleado». 

Su prestigio militar no sufrió merma por ello y de hecho se convirtió en segundo al mando del Duque de Alba hasta que fue sustituido este por el más conciliador Luis de Requesens. Éste le encomendó la misión de dirigir los cañones, y hubo de mediar ante la sublevada tropa, que furiosa y sin cobrar sus soldados protagonizó el muy mentado saqueo de Amberes al grito de: «Cenaremos en Amberes o desayunaremos en el infierno»

Consiguió con su mediación apaciguarles finalmente, y detener el destrozo que fue terrible. Pero Aldana se encontraba cada vez más hastiado de todo aquello e hizo cuanto pudo hasta conseguir volver a España.

 Había alcanzado un alto rango, prestigio, la amistad del admirado Juan de Austria, con quien comparte preocupaciones y gozaba de la estima del propio Rey Felipe II. Pero está cansado y asqueado y vuelven a él las ansias nunca olvidadas de soledad y ascetismo. Le escribe al secretario real Arias Montano: «Y porque vano error más no me asombre,/ en algún alto y solitario nido / pienso enterrar mi ser, mi vida y nombre...». 

 Pero el Rey Felipe II tenía otros planes, o simplemente necesitaba a alguien como él para la misión militar que acabaría por costarle la vida. 

Espía en el Magreb

El Rey Sebastián I de Portugal estaba empeñado en realizar su particular aventura africana y lanzó su ejército contra el sultán marroquí para su conquista. Pide ayuda al Rey español, su tío, y le envía al avezado Aldana. Este no lo ve nada claro. Es más, él mismo, aprovechando su gran conocimiento de lenguas, se convierte en espía y disfrazado de comerciante judío se adentra en El Magreb, noroeste de África, para valorar la situación.

 Vuelve con un detallado informe de cómo están las cosas en el continente africano, en el que resalta la buena preparación de las tropas musulmanas, dirigidas por el experimentado Abdel Malik, su gran disposición al combate, así como el conocimiento de su propia tierra. Aldana desaconseja la aventura, pero Don Sebastián I de Portugal, apodado El Deseado, está decidido. Embarca con sus tropas, alcanza la costa y se lanza hacia el interior. Francisco de Aldana dirige la Infantería. 

Sus peores presagios se van consumando uno tras otro. Los soldados portugueses no soportan el implacable calor, ni las fatigas de la marcha y van cayendo en el peor desánimo. Escribe encomendándose a Dios y fiando la suerte de la empresa al Rey Sebastián: «Guárdele Dios y proporcione su poder a su valor, que es el que tiene menester la soldadesca cristiana para levantarse del abismo a do va cayendo». Y anota que las tropas lusas son endebles:«Los portugueses no tenían la rigurosa obediencia que profesa la nación española en la guerra». 

 El encuentro tuvo lugar en la ciudad marroquí de Alcazalquivir y el resultado fue una gran masacre portuguesa en la que pereció el Rey, la casi totalidad de sus tropas y el propio Aldana. Según el relato de alguno de los escasos supervivientes, este instó al Rey a que abandonara la lucha y se intentara poner a salvo «pues no quedará hoy hombre con vida entre nosotros» y que huyera con un pequeño destacamento mientras pudiera hacerlo. Pero Don Sebastián, imprudente sí, pero no cobarde, se negó a ello y decidió morir junto a los suyos al igual que lo hizo Francisco de Aldana que según este testigo: «con la espada tinta en sangre se metió a morir matando entre la morisma y allí murió». 

 En tierra africana acabó la vida del poeta y con él pudieron también perecer todas sus obras, pues Francisco de Aldana se había negado siempre a publicarlas a pesar de los intentos de convencerle muchos. Entre ellos, había estado siempre su hermano Cosme y este buscando entre sus papeles consiguió recopilar una buena parte de su obra y publicarla una década después de su muerte. Primero en Milán y después en Madrid. Gracias a él, podemos hoy conservar su memoria, como soldado y como poeta.