Nació en junio de 1956 en el palentino paseo de Faustino Calvo y recuerda una infancia feliz de juegos al aire libre, incluidas la siega y la trilla en la era donde hoy se levanta la factoría de SEDA. «Apenas circulaban vehículos y la calle era nuestro lugar de recreo», afirma. También lo fue durante sus años escolares en Sindicatos Católicos, un centro que no tenía patio y por eso aprovechaban la calle de la parte de atrás. En cuanto a sus primeros recuerdos del colegio, enfatiza que tuvo «muy buenos maestros», que nunca vio represión de ningún tipo  y que no había castigos físicos para las trastadas «propias de críos».

Le gustaba aprender y aprovechaba el tiempo. También lo hizo más tarde en el instituto Jorge Manrique, tras superar el ingreso gracias a la preparación de su maestro. «Allí estudié todo el Bachillerato y el COU y recuerdo que fui feliz. Había profesores que eran una institución, algunos muy exigentes y otros geniales, como la de Francés o el de Matemáticas; a mí me gustaban más las ciencias que las letras y este último me hizo decantarme aún más por esas asignaturas, aunque también debo decir que cuando acabé era el bibliotecario del centro, algo que me venía muy bien porque tenía todos los libros a mano».

Ya entonces Carmelo Montero tenía claro que quería ser maestro. «A uno de los que tuve en Sindicatos Católicos, José Triana, le debo mi vocación. Me marcó como persona y como docente y una de sus frases se me quedó grabada para siempre: El maestro educa enseñando». Por eso mismo, no tuvo dudas entonces ni las ha tenido a lo largo de sus treinta y nueve años de plena dedicación a la enseñanza.

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