Ángel Lafuente: "Hablamos tal y como somos"

JAVIER M. FAYA (SPC)
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Este profesor palentino de oratoria, que lleva 53 años enseñando esta disciplina con un método revolucionario, analiza a las principales figuras políticas nacionales e internacionales

El currículum del palentino Ángel Lafuente intimida. Es uno de los mayores expertos en Oratoria del país. Profesor asociado o colaborador en las Universidades San Pablo CEU, Navarra, Pontificia de Comillas, Complutense, Ramón Lluc, Las Palmas de Gran Canaria, Carlos III, y otras muchas. Formador en Escuelas de negocios, Partidos políticos, Medios de Comunicación y entidades privadas y públicas, entre las que destacan los Ministerios de Sanidad, Defensa, Hacienda, Trabajo e Interior. Así por ejemplo, todos los que ascienden a Comisarios y a Inspectores Jefe de la Policía Nacional pasan por su curso.

El equipo del exvicepresidente de EEUU Al Gore lo eligió para formar a 250 vips españoles comprometidas con el cambio climático.

Por falta de tiempo, imparte pocos cursos con matrícula abierta al público. El más inmediato lo organiza el CEU, en Madrid, para la tarde del día 3 de junio y la mañana del 4. Luego vendrán otros en las Universidades de Verano ebn Vitoria, San Sebastián, Maspalomas (un buen plan de vacaciones, por cierto, en pland e playa y oratoria), entre otras.

Acaba de salir al mercado mundial la versión online de su curso bajo el título “Del miedo escénico al placer para hablar en público”. Se puede acceder a su presención mediante el link https://lamenteesmaravillosa.com/curso-de-oratoria-moderna/

Por 49 euros, se puede disponer de la presencia de Ángel Lafuente, como profesor particular, para compartir con familia y amigos, durante las 24 horas del día, unas horas apasionantes de formación en oratoria, distribuidas en 16 módulos, mas de 30 videos, un manual, un sistema de autoevaluación, 133 trasparencias y 14 paginas de testimonios auténticos. A todo esto hay que añadir que ha sido Locutor-Presentador de TVE durante 35 años, y director de Radio Cadena Española.

 

¿En qué consiste su curso?

En realidad, se trata de cinco cursos en uno por las finalidades que cubre:

1. Lograr una personalidad imbatible, fuente de éxito y de dinamismo, porque sólo de una personalidad segura proceden una acción y una palabra que convencen, motivan y atraen.

2. Eliminar normas estúpidas, y adquirir reglas lógicas y simples para comunicar.

3. Dominar todas las intervenciones orales: En público, en privado, en radio y en TV.

4. Dominar el diálogo, para que las relaciones de todo tipo resulten confortables, y las reuniones de trabajo rentables.

5. Adquirir todas las técnicas del portavoz.

 

¿Es cierto que su curso superó en evaluación a otro dirigido por Garzón en los mismos días del secuestro y terrible asesinato de Miguel Ángel Blanco por ETA?

Ocurrió en la Universidad Casado del Alisal, de Palencia. Desde hacía décadas mi curso siempre era el mejor valorado cuando entraba en comparación con otros. Parecía imposible, pero ocurrió: Mi curso superó en evaluación al titulado “El terrorismo en España”, dirigido por el Garzón estrella, a quien acompañaban como profesores el Ministro Mayor Oreja, el Consejo de Interior del Gobierno Vasco Atuxa, y otras personalidades. Y tal hecho ocurrió en los  mismos días del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco por ETA.

 

¿Cómo se puede hacer online?

Precisamente mi curso de oratoria es el único que puede seguirse en versión online, porque con mi metodología el alumno no realiza prácticas individuales en público. Muchos profesionales necesitados del dominio de la palabra huyen de esta formación por  temor a que les saquen en público a hacer el panoli.

Pero a la vez mi curso es el más práctico del mundo pues convierto la vida diaria en el gran taller de la palabra, con unas consecuencias soberbias en el desarrollo de la capacidad intelectual y de observación, y en el mantenimiento de la atención sobre lo que decimos y sobre lo que escuchamos.

 

 ¿Nos puede decir gente famosa que lo haya hecho?

A lo largo de 53 años, muchos famosos han seguido mi curso, en forma privada, o integrados en un colectivo. Pocos me han exigido mantenerlos en secreto; pero, por deontología, nunca revelo nombres, aunque me pudiera reportara beneficios. También he de decir que una parte de esos famosos  no  sacan partido al curso; y así pierden el tiempo y el dinero. 

Como la oratoria está mitificada, buscan trucos y  fórmulas mágicas para hablar en público; fórmulas y  trucos que no existen. Bueno, rectifico: Existen dos trucos que son el silencio y  el trabajo. Puedo asegurar que quien controla el silencio, domina la palabra. Y también en oratoria la clave radica en el trabajo que por cierto resulta tremendamente placentero, y con inmediatos resultados.

  

¿Y clientes que haya tenido?

Pues hay de todo. En la presentación de esta entrevista usted ha mencionado algunos. Voy a mencionar aquí a otros muy queridos colectivos de alumnos, de antihéroes, a los que la sociedad calificaría como masa abyecta, pero a los que atiendo con mimo y de manera altruista: Marginados, emigrantes, prostitutas, presos, etc. Lo tomo como una obligación moral. No lo comento como mérito. Nadie me lo tiene que agradecer, sino que yo soy el agradecido porque se me permite hacer algo por los demás.

Sin ir más lejos, hace un par  de semanas dicté una conferencia titulada “Abre la muralla: Personalidad imbatible y dominio de la palabra”, en la cárcel de Segovia, ante un numerosísimo grupo de reclusos: seres humanos dolientes. Me conmovía ver las lágrimas  asomar a sus ojos mientras me escuchaban.

Les trasmitía aquello que no es figura literaria o metáfora, sino cruda realidad: Este mundo es un puro teatro, donde nadie es superior a nadie en valor como persona, y nadie inferior a nadie. Poblamos el escenario de la tierra 7.000 millones de actores de la misma dignidad, a los que el destino nos ha asignado diferentes papeles en una obra de teatro que dura muy poco. Qué bien lo decía Jorge Manrique en las Coplas que  dedicó a la muerte de su padre el Maestre Don Rodrigo: “A papas, emperadores y prelados, así los trata la muerte como a pobres pastores de ganados”. Por cierto, el mismo criterio establecido por Jesús de Nazaret hace 2.000 años: “No llaméis a nadie maestro ni señor”.

Y les decía también a los reclusos: Si cualquiera de los grandes de este mundo -reyes, presidentes, papas, famosos, eminencias científicas, etc.-, y de la gente del montón como yo, hubiéramos vivido las circunstancias de ustedes, nosotros seríamos los presos y ustedes los libres.

No puedo describir la emoción profunda con que treinta o cuarenta reclusos, a pesar de que eran reclamados para ir a cenar, me fueron abrazando uno a uno: En cada abrazo yo sentía una biografía distinta, cargada de dolor y de alguna esperanza. Jamás había experimentado algo tan singular.

 

Pero ¿qué tiene usted que enseñar a prostitutas? ¿A lo mejor ha tenido como alumnos incluso a terroristas, a violadores, a asesinos?

Es muy posible. Desde luego he tenido impulsores del terrorismo, y gentes que no lo han condenado. Y el otro día, en la cárcel de Segovia, pude contar con  oyentes que quizás llevan a sus espaldas delitos muy graves, también de sangre. Entra dentro de lo probable.

 

¿Y no le parece a usted inmoral enseñar a quienes a lo mejor utilizan lo aprendido para delinquir?

Todo lo contrario. Me parecería gravemente inmoral negarles el dominio de la palabra, y el camino para la consolidación de su  personalidad. Porque yo enseño las dos materias. No me cabe duda de que mi curso es liberador y estimulante, cercano a una terapia radical.

Los marginados nunca ha escuchado algo tan grave y alentador como que cada uno de ellos para sí mismos,  son la persona más sagrada que ha parido madre en el mundo; la más digna de respeto, de acogimiento, de tolerancia, de comprensión, de perdón y de amor. En la cárcel de Segovia me parecía que, a medida que yo hablaba, los reclusos como que se iban levantando de la miseria, de la depresión, de la desesperación. Lo sentía incluso físicamente: Se producía una especia de levitación invisible, pero real.

Por otra parte, yo soy un profesional que realizo mi tarea sin solicitar certificados de antecedentes penales. Se verá más claro en el siguiente ejemplo: Si yo fuera cardiólogo, y a alguien le diera un infarto de miocardio, yo le atendería para salvarle la vida, aunque me constara que la iba a dedicar a delinquir; desde luego que no examinaría su conducta, ni su ideología, ni su patria, ni su credo. Mi obligación sería salvarle.

Y le añado con toda la humildad del mundo, y basado en testimonios innumerables, quemi curso no sólo no puede hacer mal a nadie, sino que genera vida, alegría, positividad; condiciones que no son cunas del mal, sino todo lo contrario.

 

¿Son muy caros sus honorarios?

Percibo honorarios por hora trabajada, y abogo por el mayor número de participantes en cada curso. El récord actual se sitúa en casi 1.000 alumnos simultáneamente. De manera que, si dividimos el coste por hora, entre centenares de inscritos, la repercusión individual resulta irrisoria. Pronto impartiré un curso privado al Presidente de una famosa compañía. Tras cerrar el trato, le sugerí que invitara a la formación a todos los consejeros y directivos; incluso a sus 1.500 trabajares. Le comenté que le cobraría lo mismo que a él solo. Me replicó que no le parecía justa la propuesta. Nos sólo es justa, sino enormemente generosa. Pero quería el curso sólo para él. Pues que lo pague.

¿Qué puede garantizar?

Garantizo que, quien asiste a mi curso y “se lo curra”, alcanza una personalidad imbatible, y el pleno domino de la palabra hablada en público, en privado, en radio y en televisión.

¿Salió usted un poco mal de RTVE, no?

Mi dedicación a la televisión fue un error, y eso que desarrollé  una labor extraordinaria, y con medios precarios, en el Centro de Producción de TVE en Canarias. Históricamente yo inicié el  diálogo abierto que luego se utilizaría en “La clave”, pero sin película. Pues bien, mi error radicó en creer que con la televisión se podía elevar el nivel de librepensamiento, y agudizar el sentido crítico del pueblo, que era lo que me interesaba vocacionalmente. Y me equivoqué. Esos fines se consiguen infinitamente mejor con al radio. Cuando vemos la tele, el mayor porcentaje de nuestra atención se lo lleva la imagen; y queda un  margen reducido para el audio, a través del cual penetra el mensaje, la reflexión, la razón.

Pero elevando un poco más el punto de mira: TVE fue creada en tiempos del general Franco. Se trató de un mal parto tras el cual, ya en democracia, a ninguno de los dos partidos gobernantes les ha interesado meterle mano, sino sólo tenerla a mano, dócil y obediente. Por lo tanto, TVE siempre estará a las órdenes, más o menos disimuladas, del partido en el poder. Desde años antes de morir el dictador, yo defendí en la Asociación de Profesionales de Radio y  Televisión, que el nombramiento de su Director General debería escapar del control político. Propuse varios sistemas,  por ejemplo que fuera elegido por los Directores de las Reales Academias, por los Rectores de todas las universidades, etc… De esa manera el Director General no estaría sometido al control político del que sería deudor.

En mi caso, tras ocupar un alto cargo, y renunciar a otros, me retiré a los cuarteles de invierno de los Telediarios de Fin de Semana, donde me enfrenté con cierto directivo... Llevé a la Magistratura de Trabajo muchas veces a TVE. Gané siempre, y me despedí de la casa con tres nuevas demandas, también victoriosas. Al incumplir la empresa una última sentencia que reconocía mi derecho a presentar los Telediarios de Fin de Semana, como único Locutor de la plantilla con ese horario asignado, solicité la resolución de contrato con indemnización; y tras 35 años dejé una empresa a la que he dado buena parte de mi vida. Y como yo, centenares de trabajadores honestos cuyos talentos han sido despreciados, y que han sufrido moobing antes, durante y después de inventarse el tristemente célebre concepto.

Las cosas seguirán igual porque el nombramiento de Director General de RTVE está corrompido de raíz, lo mismo que otras estructuras del Estado. Y no hay remedio, porque ni la izquierda ni la derecha quieren soltar la presa obediente;  igual que durante el viejo régimen. La sombra de la duda no dejará de oscurecer una empresa de bebería mantenerse al servicio del Estado, y nunca al servicio del partido gobernante. Pero esto es predicar en el desierto.

 

¿Cómo ve el nivel de los informativos en TVE y en los demás canales?

El nivel de calidad formal de casi todos es elevado; pero el tufo a podrido se manifiesta con descaro. Se ve el plumero de los intereses ideológicos, políticos y económicos a los que sirven.  Pero al menos la libertad de información nos permite ver y oír a todos; de manera que, con notable  esfuerzo, uno va elaborando “su opinión personal”, y se distancia de la opinión pública tantas veces engañada, torcida o retorcida.

 

 ¿Por qué desapareció la figura del locutor?

 Por falta de gusto estético. Históricamente los redactores lucharon por poner voz a las noticas que ellos elaboraban; lo que me parece correcto. Pero cierto tipo programas exigen buenas voces. Cuando por ejemplo “Informe semanal” lo comenzaron a sonorizar gargantas  carentes de calidad, e incluso del más elemental estilo para leer en público, quebró la exigencia estética. Esa etapa la viví yo también, y señalé el desaguisado; y, como era previsible, no me hicieron ningún caso.

  

¿Hay buenos comunicadores en los concursos?

Seguro que los habrá; pero no puedo seguir ninguno de esos espacios. Me parece admirable un Jordi Hurtado que llevan décadas en el mismo papel, y mantiene el tipo: Parece que cada día inaugura el concurso.

 

¿Qué le parecen los presentadores de los late shows, como Buenafuente?

  Digo lo mismo que antes. Por lo poco que veo, muy de tarde en tarde, mantienen una notable dignidad, incluido el presentador al que usted alude.

 

¿De quién deberían aprender?

Todos debemos mejorar nuestro trabajo. Pero un buen presentador ha de ser creativo, y construirse su propio y original perfil. Aquí vale también aquello de que “cada maestrillo tiene su librillo”. Cada presentador ha de ir tejiendo su estilo.

Otra cosa es que vaya por la vida bebiendo de todos los vientos; pero que lo que capta de otros, incluso de las grandes figuras nacionales e internacionales, no trate de copiarlo, sino que sea el alimento para que de cada presentador brote la figura original e irrepetible que debe ser; como en cualquier otra profesión. La creatividad del espíritu humano debe llevarnos a todos a la originalidad sin snobismos, y  a la creación evolutiva. Aprender de todos…, para conseguir ser uno mismo.

¿De qué adolecen los presentadores de hoy en día? ¿Cómo es su nivel en España y en el mundo?

Es que no se puede generalizar. Además nos movemos en unos parámetros ajenos a todo dogma. Va en gustos el resultado del análisis. Es un mundo tal múltiple como inabarcable.

 

 ¿Y los políticos? Analíceme en breves líneas a Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesia, Obama, Merkel...

De los que usted menciona le diré, como profesional de la oratoria, que todos cuentan con “buena manera” para convertirse, si no lo son,  en expertos encumbrados. Pero o bien carecen de buenos maestros, o bien no les hacen caso. Hay que decir que, al estar la oratoria mitificada, existen unos clanes excluyentes en los partidos que trasmiten auténticas barbaridades a sus alumnos.

Pero me voy a mojar con Obama: Extraordinario orador, y por dos razones: Emite frases siempre breves y, tras cada una de ellas, sitúa un silencio. Es un genio del silencio. En mis cursos afirmo que “quien domina el silencio, domina la palabra”. Y, junto al silencio, la velocidad de emisión de la palabra.

Creemos falsamente que emitimos una idea, y de inmediato es captada por el receptor; lo que es falso. No caemos en la cuenta de que se produce un complicado proceso de audición, y otro aún más laborioso de elaboración sicológica. Las palabras se parecen a una fina lluvia que cae sobre el campo del receptor. Es preciso dejar silencios bien administrados para que la lluvia cale y cale hasta las últimas raíces.

No podemos dejar caer las palabras de los labios como se caerían una monedas de un bolsillo roto del pantalón. Las palabras hay que entregarlas con la máxima conciencia, calibrando la transcendencia que cada frase aporta dentro de mi discurso, o la dificultad de ser captada por una audiencia concreta. Quien habla sin silencios, inutiliza la comunicación  porque, con cada frase-idea emitida, borra la anterior. Quizás deslumbra a sus oyentes; pero no se llevan a casa ninguna idea clara.

De “bien hablar” califican a la fluidez, al academicismo, a la riqueza de vocabulario, a la utilización de figuras…; valores a cultivar, sin duda. Pero olvidan la finalidad que ha de perseguirse al tomar la palabra. Esa finalidad no consiste en ”hablar”, sino en ”comunicar”. El mejor orador de mis cursos fue un joven veinteañero casi analfabeto; y el auditorio estaba formado por titulados universitarios, muchos de ellos ya con una trayectoria profesional consistente. Pues bien, la intervención del analfabeto nos hizo ponernos en pie, le tributamos un aplauso de ópera, y los ojos de muchos de nosotros no pudieron contener las lágrimas. Hablaba mal, pero comunicaba mejor que los doctos.

Y el día que yo fui mejor orador, lo tengo clavado en la memoria: En la Misa de corpore insepulto, en la Iglesia de la Compañía, en Palencia, me dirigí a mi madre muerta, encerrada en su féretro, para leerle unas bienaventuranzas que le había escrito en el tanatorio poco antes de dejar de ver su imagen tan querida en este mundo. (Espero reencontrarla tras mi propia muerte). El llanto me impedía seguir leyendo. Se me hundía el plexo solar y me quedaba sin aire. Cuando me reponía, seguía leyendo no ya otra frase, sino algunas palabras tan sólo porque el llanto no cesaba. Y yo pregunto ¿qué comunicó mejor, aquella triste mañana, cuánto quería yo a mi madre: mis pobres palabras, o mis largos silencios y mis lágrimas? Claramente mis largos silencios y mis lágrimas. Aquí tenemos dos ejemplos claros: El ignorante que comunica mejor que los doctos. Y el que se atreve a formar oradores, pero cuyas palabras no comunican tanto como su silencio y sus lágrimas.

 

¿Anécdotas en TVE?

 Le cuento una sola, de hace muchos años: 25 de julio. Día de Santiago Apóstol. Cerré el Telecanarias con una frase improvisada que venía a decir “Hasta aquí las noticias del día en que recordamos a esa figura mitad historia, mitad mito, que fue Santiago Matamoros”. Pues bien, me encontraba demasquillándome, cuando una llamada telefónica del Director me advertía que me iba a abrir un expediente por haber injuriado al Patrón de España. Me vi en la calle. Pero, al poco rato, hojeando el ABC, encontré que su “tercera” recogía un  artículo de Pemán cuyo título también incluía el termino “mito” aplicado a Santiago. Esa fue mi tabla de salvación. Eran los años 70. No puedo recordar si la anécdota ocurrió antes o después de morir Franco porque, aun desaparecido el dictador, la censura siguió coleando.

 

Podría comentarle también que fui nombrado primer Director de Radiocadena Española en determinada autonomía. Radiocadena fue el paraguas que se creó para albergar las emisoras del antiguo régimen. Era la “radio comercial del Estado”, porque admitía publicidad. Pues bien, quise acabar con ciertas corrupciones económicas consistentes en que algunos locutores famosos se dedicaban a vender publicidad para la COPE y para la SER, y cobraban a nombre de sus mujeres. Algo así como si un ejecutivo de la Coca-Cola promocionara a la Pepsi-Cola. Quise abrir expediente de expulsión, pero no me fue permitido: Se me alegó que “el partido recientemente ganador de las generales no quería hacer sangre para no generar mala imagen”. Y no era hacer sangre, sino justicia. Esa fue la gota que desbordó el vaso. Dejé el cargo, y renuncié a otros que se me ofrecieron para sacarme por elevación, dada mi condición de “mosca cojonera”; y me recluí en los Informativos de Fin de Semana, en Madrid, hasta que, vía Magistratura del Trabajo, tan felizmente como nostálgicamente dejé TVE.

Si algún historiador fuera capaz de sacar a la luz los agravios personales que se cometieron, las injusticias de todo tipo y el nepotismo asfixiante, quedaría para el futuro el testimonio de inmoralidad sufrido por un amplio conjunto de profesionales que, como había que comer, tuvieron que tragarse sapos y culebras.

 

 

 ¿Por qué es tan importante la oratoria?

Porque el mejor medio con que cuenta el ser humano para romper la soledad esencial en que nace, vive y muere, y para  conectar con sus semejantes, es la palabra hablada: Eso es la oratoria. Lo digo porque el término espanta un poco, al parecer una materia para políticos, predicadores, abogados, profesores…,  ajena al pueblo. Cuando el dominio de la palabra ha de servirnos incluso para hablar con la pareja en la máxima intimidad amorosa.

En el momento crítico que vivimos, también en lo económico,  con un paro lacerante, suelo poner un ejemplo diáfano: Dos jóvenes titulados, con la misma capacitación, idiomas, erasmus, viajes, presencia, etc., compiten  por un puesto de trabajo: Uno de ellos es seguro, y domina la comunicación oral en la entrevista con el selector de personal. El otro, incluso mejor preparado, denota inseguridad personal, y no domina la palabra. Me pregunto con quién se queda la empresa.

Hablamos tal y como somos. Por eso en mis cursos lo primero que pretendo es dotar al individuo, con su colaboración como es lógico, de una personalidad imbatible, pues sólo de ella procede una palabra que convence, arrastra, encandila y vende. Los cursos de oratoria que sólo enseñan normas y reglas, quiebran por su base.

 

 

 ¿Tiene algo de psicólogo su oficio, no?

Mí oficio como formador en oratoria moderna tiene mucho de psicólogo. El cambio de personalidad es tarea sicológica. Yo estudié también esa carrera, cuando no se impartía en facultades propias. Había que ser licenciado en alguna materia y, en la vieja Escuela de San Bernardo, dependiente de la Universidad Complutense, nos hacíamos psicólogos.

Allí disfruté de los grandes maestros de la materia en España, como Pinillos, Úbeda Purkins, Álvarez Villar, Yela… Pero mi sicología no depende de aquellos conocimientos olvidados, ni del poso que hayan dejado en mi memoria, sino de confidencias extraordinariamente íntimas que miles de alumnos han venido depositando en mí, y que nada tienen que ver con la materia que enseño. Medio en broma, medio en serio juzgo que tal apertura obedece a que me ven de alguna edad, y piensan que voy a cascar de inmediato y  me voy a llevar a la tumba sus secretos. Pues bien, de ahí, y  de una introspección durísima que llevo haciendo durante toda mi vida adulta, me viene la doctrina que enseño. De hecho, varios eminentes sicólogos, inscritos en mis cursos, me han confesado que, lo que yo explico, no viene en los libros, pero que no lo pueden rebatir. Reconocen originalidad, pero con fundamento, en mi docencia. Algunos, cada uno con sus palabras,  han llegado a decir que mi curso está muy mal titulado pues no es de cómo hablar, sino de cómo ser y cómo vivir.

 

De hecho soy testigo de cambios personales, a veces fulminantes, dentro del mismo curso. Y es que no construyo grandes teorías, sino que invito a bajar del cerebro al corazón dos ideas irrebatibles: La sacralidad incomparable de cada persona, y la teatralidad del mundo.

 

 ¿Qué le parece, desde su experiencia, cómo están actuando los primeros espadas de los cuatro principales partidos?

Si se refiere a que no hayan conseguido darnos un gobierno, están actuando de una manera temeraria. Y ahí hay evidentes grados de culpabilidad, que no voy a detallar. Pero es natural lo que ocurre: No saben dialogar; y, lo que es peor, carecen de ciertas condiciones sicológicas imprescindibles en los que dialogan. Pero ¿cómo van a saber de estas materias si no se enseñan? ¿Cómo, si confunden “dialogar” con hablar, debatir, discutir y negociar? Cuando dialogar es algo infinitamente más sencillo: Supone escuchar al otro, desde los propios criterios firmes, pero no inamovibles, en forma tal que si, tras larga y madura reflexión, llegamos a concluir que el otro tiene la razón o más razón, debemos abandonar nuestra posición y cruzar de acera. Y eso en todos los campos.

Para ello, nada mejor que aceptar una idea que transformaría la evolución de la sociedad humana; una idea del gran Pedro Laín Entralgo que evolucionó, desde el apoyo al golpe de estado del general Franco, a posiciones diáfanamente democráticas. Tuve el honor de pasar una larga tarde con él, hablando de oratoria, en la Facultad de Medicina de la Complutense, mientras vigilaba el desarrollo de un examen. Fue también Director de la RAE. Pues bien, el pensamiento de Laín Entralgo es que “toda verdad, es la penúltima verdad”. Pero todos, también los políticos, creemos estar en la verdad, o contar con mayor verdad o de superior calidad que el otro. Lo malo es que el contrario piensa de la misma manera: El choque de trenes está servicio.

 

 Hace unos diez años introduje en mi curso, tras largo estudio, esfuerzo simplificador y clarificador, y notable riesgo, esa materia delicada y dura: El diálogo. Me da la impresión de que o no la explico bien, o la gente no capta su hondura porque aún no me han pasado por la guillotina. Así de arriesgada y dura es la materia.

Y por cierto, sin conocer el diálogo, sus exigencias sicológicas y la técnicas de su funcionamiento, las reuniones de todo tipo, también las de trabajo, acaban como el rosario de la Aurora: Los participantes salen con la cabeza caliente y los pies fríos; y muchas veces con sutiles heridas que poco a poco van minando el ambiente laboral. Es un asunto grave y espinoso. Pocas personas están capacitadas para dialogar.

 

 ¿Le gusta el tono de iglesias? ¿Domina bien los tiempos? ¿Le parece convincente cuando hace de bueno y cuando hace de malo?

No tengo nada que ver con sus propuestas, tanto las explícitas como las implícitas. Se me escapan sus pretensiones; y, en ese sentido, me parece un sujeto altamente peligroso, como me parecería cualquiera otro político -de izquierda, de centro o de derecha-, del que no pudiera percibir sus fines últimos.  Pero domina la oratoria como ningún otro de los actuales líderes, y otros deberían aprender de él. Hablo con equilibrio, con conciencia profesional, y sin rehuir el riesgo de que muchos confundan el culo con las témporas, y me señalen como podemita. 

No pertenezco a nada ni a nadie, entre otras razones porque me echarían de todos los lados. Así que les ahorro el trabajo. Y me echarían porque por encima de mi libre pensamiento, nada, ni nadie: Ni persona, ni institución alguna. Brindo a quien lea esta entrevista una consigna que me he impuesto, y a la que otorgo categoría de sagrada: ”De entrada…, no aceptar nada, de nadie, del todo, nunca”.

 

 

 Con las encuestas en la mano, parece que Iglesias gusta a la gente. ¿Eso significa algo?

Seguramente gusta a “determinada gente”, que puede ser mucha, pero no “a la gente”. Lo que debemos hacer los bípedos racionales, es alcanzar el libre pensamiento, aunque resulte incómodo y arriesgado, y suponga ir por la vida más solo que la una. Pero la inmensa mayoría de los humanos preferimos tener en el cerebro kilos de tocino, en vez de neuronas. Véanse los resultados de cualquier elección política. ¿La gente vota con el cerebro, o con las vísceras? Esa es la pregunta. Yo tengo una respuesta: Me parece que la dejo traslucir.

 

 Desde el punto de vista del comunicador, ¿quién o quiénes les gusta más del pp? ¿Y menos?

No quiero hacer comparaciones. Hay alguna singularidad destacada en casi todas las formaciones políticas. Pero la inmensa mayoría actúan penosamente. 

¿Cómo vio la sesión de investidura? ¿Qué destacaría para bien y para mal?

Lamentable. Sin altura. Plebeya en el peor de los sentidos. Carente de esa cualidad tan amplia e indefinible como es la “elegancia personal”.

En una nueva campaña, ¿quién tiene que ganar y perder más en los debates?

El que tiene más que perder es el que ocupa el poder; y el que tiene más que ganar es el que aspira a conquistar el poder. Lo que logre cada uno depende de sus programas, y de las habilidades para exponerlo; y también de la escasa capacidad de la audiencia para detectar la verdad en su fondo.

¿Le conviene a Rajoy hacer lo mismo de la otra vez?

Si se refiere a renunciar a formar gobierno si carece de apoyo, estimo que no le conviene, aunque sea una posición realista la suya. Creo que en el debate de investidura hubiera podido exponer amplia y detalladamente las razones de porqué a España le convendría una continuidad de sus políticas. Ofrecer incluso someterse a mayores y frecuentes controles. Asumir explícitamente propuestas de otros partidos… Pero nunca dejar de intervenir porque el pueblo lo interpreta mal, y porque la oposición encuentra carnaza abundante para hincarle los dientes en la yugular. Como así ocurrió, interpreten lo que interpreten sus corifeos en Génova.

 

 ¿Cree que tuvo mucho que ver la falta de oratoria de rajoy para que no se sometiera a la sesión de investidura y tener que repeler los ataques de todo el mundo? Si uno es buen orador, ¿le puede favorecer pasar ese amargo cáliz?

 No creo que fuera la conciencia de sus limitaciones retóricas, cuando además cuenta con madera de buen orador; pero madera que habría que tallar y pulir intensamente. Ahora, coincido con usted que en que el dominio de la palabra puede llegar a convertir en dulce un cáliz amargo.

 

¿Es cierto que su segundo apellido, Zorrilla, le vincula con el poeta y dramaturgo romántico?

Es cierto. Así lo ha constatado uno de mis hermanos mediante una laboriosa y paciente elaboración de nuestro árbol genealógico. Mi madre nos lo había dicho; pero no llegamos a creerla, y nos preció más bien un farolillo simpático. Había datos: Los padres de José Zorrilla habían nacido en Torquemada, al igual que mi abuelo Antonio. Las vidas y raíces familiares de los Zorrilla merodeaban por Valladolid y Palencia; pero no nos lo creíamos. Hasta que el árbol genealógico cantó la verdad. Y por mi parte, tan contento; y tan frustrado también porque me hubiera vuelto  loco por interpretar la escena del sofá del Tenorio. Lo hago fragmentariamente, a veces, en mis clases de oratoria, donde también enseño a leer en público profesionalmente y,  a veces, doy alguna orientación para recitar con elegancia el verso rimado y medido.