En 2007, el célebre humorista Antonio Ozores, fallecido en 2010, estrenó El último que apague la luz, una comedia que trata diversas situaciones cotidianas relacionadas con el amor y el cortejo. A pesar de que ya no esté, su hija, Emma Ozores, continúa desatando las risas del público allá donde actúa con esta misma representación, que llega este domingo, a las 19 horas, al Teatro Ortega.
¿Qué aprendió de su padre?
El ser buena persona, el sentido del humor, ser profesional en tu trabajo, el respeto hacia el público… Todo lo bueno que puedo ser es gracias a él. Era una persona genial, y no solo por la parte que ha conocido el público por su trabajo, sino también por la personal: era sabio, divertido, inteligente, etc.
El último que apague la luz fue escrita por él. ¿Ve cada representación como un homenaje?
De alguna manera, sí. Noto que la gente acude con muchísimo cariño por él. Le ha conocido, sabe lo que hizo y ahora quiere ver lo que hace su hija. Esa cercanía se ve cuando salgo a escena e inmediatamente el público aplaude.
Es algo recíproco, ya que yo respeto mucho a los espectadores, que dejan lo que están haciendo por ir a vernos. Si somos algo, es gracias a ellos. Todo esto se une en un trabajo que no es normal por la carga emocional que tiene.
Antes de salir a escena digo «va por ti, papá». Que pueda seguir haciendo feliz a la gente a través del trabajo de Rubén Torres y mío es una satisfacción muy grande. Pensar que cada frase la ha escrito él crea un bagaje emocional.
Ha mencionado en alguna ocasión que su padre dirige desde el cielo la obra, pues dejó un vídeo grabado que le sirve a usted como referencia. ¿Es esto verdad?
Sí. Mi padre filmó la obra cuando ya estábamos haciéndola. Esa grabación la tengo yo, y la uso para hacer las mismas posiciones, ritmos y tonos que él marcó. Sigue dirigiendo la obra, porque la representamos como la hizo.
Diecisiete desde que se escribió el texto y sigue en los escenarios
Creo que no va a tener fin. Si llenas los teatros, el público se ríe y, al finalizar, todos se ponen en pie a aplaudir. Con toda la carga emocional que tiene, creo que vamos a seguir toda la vida.
Empezamos con otra obra, que también escribió mi padre, pero no la pudimos representar porque nos pedían esta, así que aquí seguimos.
¿Cómo buscan sacar la sonrisa del público?
Usamos muchos elementos sorpresa. Son situaciones cotidianas sacadas de contexto, pero desde el prisma de mi padre. Eso es lo que crea la carcajada.
La tendencia de los monólogos actuales es hacer partícipe al público. ¿La siguen en su espectáculo?
Aquí también participa la gente usando su imaginación.
En un momento de la obra señalamos hacia un lado y decimos «aquí hay una parada de autobús», y la gente tiene que imaginársela. En otro, hacemos referencia a una butaca vacía y preguntamos «qué hace ahí un muñeco vestido de bombero», y tienen que pensar que está. En otro instante, fingimos ser dos padres primerizos que llegan a casa acunando un bebé. Un día, una señora del público me dijo: cómo es posible que con tan poco haya visto tanto.
En algunas partes de la obra somos personajes a los que les pasan diferentes cosas y en otras somos dos actores hablando con el público.
No es la primera vez que viene a Palencia. ¿Qué recuerdo tiene?
Hemos estado en Barruelo de Santullán, Aguilar de Campoo y otros pueblos de alrededor que no me pueden gustar más. Fue venir a trabajar, ver la amabilidad de la gente, la montaña y lo bien que se come, que me puse a mirar casas para venirme aquí.
A Palencia capital hace mucho que no voy, así que lo disfrutaré.
Lleva toda la vida ligada a la comedia. ¿Diría que ahora es más difícil hacer chistes?
A veces, he llegado a pensar que sí. En el cine, muchas películas de antes igual no se podrían hacer ahora porque te dirían de todo.
Quiero creer que aquello que fue realmente ingenioso y gracioso lo sigue siendo hoy en día y se permite que se siga haciendo. No pienso que todo sea una crítica.