Fernando Lussón

COLABORACIÓN

Fernando Lussón

Periodista


Un país en construcción

05/10/2021

Si el Partido Popular quería demostrar que cuenta con un líder fuerte, la Convención Nacional itinerante celebrada la última semana ha logrado su objetivo, probablemente a costa de sacrificar todo lo demás, el mensaje centrista y de moderación, la escucha atenta de lo que le han dicho los barones con mando en plaza que no necesitan a Vox o que intentan sacudirse su influencia, y los consejos de la mitad de los presidentes del gobierno del PP –Mariano Rajoy- frente a la otra mitad –José María Aznar- que le anima a seguir la vía de Isabel Díaz Ayuso y proponer sin complejos la vuelta a unos principios y valores conservadores que le alejan del centro político donde, teóricamente, se ganan las elecciones.   

Si la Convención Nacional pretendía hacer una demostración de fuerza organizativa y de apoyo militante llenando la plaza de toros de Valencia para conjurar imágenes del pasado -pese a algunos momentos delirantes y delicados-, el PP ha logrado un éxito absoluto que refuerza su moral de victoria a dos años vista. Si lo que pretendía era mandar un mensaje de unidad y casa común hacia lo que queda de los liberales de Ciudadanos, y a los socialdemócratas desencantados con Pedro Sánchez, es muy probable que haya cosechado un fracaso clamoroso, porque en el discurso de Pablo Casado había muy poco de un proyecto reformistas y regenerador que mirase hacia el futuro, y mucho más de la aplicación de recetas del pasado. En unos casos para limitar derechos y libertades conseguidos y en práctica, y en otros, por su compromiso para aplicar recetas ya experimentadas para resolver problemas territoriales, o ponen en cuestión el éxito del modelo autonómico, cuando no hacen promesas calcadas de Sánchez, como traer a juzgar a Puigdemont por cualquier medio.   

Si, por el contrario, lo que pretendía el PP era achicar el espacio de Vox, es posible que haya conseguido más éxito. Pero lo habrá logrado a costa de asumir el discurso de Díaz Ayuso, el más afín a la ultraderecha. Un esfuerzo quizá insuficiente, porque Vox ha demostrado que tiene su público, que no hay posibilidad de que todos sus votantes vuelvan a las filas populares y que por tanto el futuro de Casado está unido al de la ultraderecha. Ni un solo puente tendió hacia un nacionalismo moderado que en otro tiempo le sirvió de apoyo, aunque también les traicionó.  

Cuando Pablo Casado pidió al Gobierno que sacase sus manos de la economía, la educación, la cultura y “de nuestras vidas”, no estaba enviando un mensaje regenerador, sino un ‘quítate tú para ponerme yo’, porque sus  propuestas recentralizadoras en lo político, neoliberales en lo económico, prestas a la batalla cultural con la izquierda en las cuestiones sociales, que promueven un constitucionalismo militante cuando ni la propia Constitución lo es, o quiere reforzar las instituciones, dejaba el mensaje subyacente de que su pretensión es el mismo control bajo otros principios.    

El líder del PP cegó en Valencia cualquier posibilidad de llegar a acuerdos de mínimos con los socialistas, de tal forma que España seguirá siendo un país en construcción que se levanta sobre la obra de demolición de lo hecho por el gobierno precedente. Casado ofrece un radicalismo de derechas como antídoto al radicalismo de izquierdas y el consenso así es misión imposible.