El fin de las películas de alquiler

SPC
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TCM estrena el próximo 30 de mayo el reportaje 'El último Blockbuster' que cuenta el auge y la caída de esta gran cadena de videoclubes a raíz del nacimiento de empresas de 'streaming' con Netflix o HBO

Ni siquiera la pandemia provocada por el coronavirus ha podido con él. El último Blockbuster que queda en el planeta sigue abierto. Se encuentra en Estados Unidos, en la localidad de Ben, en el estado de Oregón. Su directora general se llama Sandi Harding y está orgullosa de estar al frente de esta auténtica reliquia. Un establecimiento que se ha convertido en lugar de veneración y de peregrinaje para todos aquellos nostálgicos del alquiler de vídeos.

Porque sí, hubo un tiempo en que las películas se veían en casa gracias a unas grandes cintas que se introducían en unos aparatos llamados vídeos. Las cintas se alquilaban en tiendas, los videoclubes, y se devolvían, debidamente rebobinadas, una vez vistas. De entre todos estos establecimientos destacaba una gran cadena que tenía unas llamativas letras amarillas sobre un fondo azul en la fachada: Blockbuster. Un negocio que, como los dinosaurios, se extinguió con el paso del tiempo.

El domingo 30 de mayo TCM estrena El último Blockbuster, un documental dirigido por Taylor Morden en el que se describen los avatares de este último videoclub y en el que se reflexiona sobre la evolución del negocio del cine. Un filme en el que interviene, entre otros, el director Kevin Smith, que situó precisamente en un pequeño videoclub la acción de su película Clerks. «Alquilar películas fue algo muy importante para mi generación», explica el director. «Blockbuster se convirtió en la bestia dominante».

En la cinta se explica el nacimiento, el desarrollo, el auge y la caída de este imperio. Blockbuster nació en 1985. Fue fundada por David Cook, un ingeniero informático que abrió un videoclub en Dallas. Desde el primer momento se diferenció radicalmente de sus competidores. Abría hasta medianoche. Las cintas se ordenaban en estantes a lo largo y ancho del local y no detrás del mostrador. Los clientes podían coger la película y mirar la carátula. Desarrolló su negocio mediante franquicias y en un año tenía 20 establecimientos asociados

Poco después, el empresario Wayne Huizenga compró esa compañía y el desarrollo fue imparable. Blockbuster devoró a sus competidores. Cada 17 horas se abría uno. Llegó a acuerdos con los principales estudios cinematográficos y repartía con ellos las ganancias. 

3.600 establecimientos

En 1994 se había convertido en un verdadero monstruo del entretenimiento con más de 3.600 establecimientos en Estados Unidos. Un plato muy jugoso que las grandes compañías no podían dejar escapar. Y así fue. Viacom se hizo con el negocio por casi ocho millones y medio de dólares, aunque vendió su participación en 1999. Con la llegada del siglo XXI el negocio del alquiler de películas comenzó a decaer. Surgió Netflix, una empresa que Blockbuster estuvo a punto de adquirir en el año 2000. No lo hizo y eso significó el principio de su fin. La crisis de Lehman Brothers en 2008 fue la puntilla. Blockbuster tenía deudas millonarias y se declaró en quiebra.

Pero, por encima de la historia financiera, El último Blockbuster es también la crónica sentimental de cómo se vio el cine durante décadas. Los empleados se convirtieron en verdaderos prescriptores para los clientes. Un buen plan para las noches de los viernes era alquilar una o varias películas y verlas con amigos, pareja o la familia mientras se comía una pizza. El último Blockbuster es un título imprescindible para aquellos nostálgicos que echan de menos el sonido inconfundible de la funda o caja de los vídeos al abrirse; que aún guardan con cariño su carné de socio y que tienen todavía alguna deuda pendiente por no devolver la cinta de vídeo en la fecha prevista.