V Centenario de Villalar

José María Nieto Vigil
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La Guerra de las Comunidades constituyó en Europa la primera revuelta popular de la Edad Moderna. En Palencia la causa comunera tuvo una notable expansión, con especial intensidad en las merindades de Monzón, Campos y el Cerrato

V Centenario de Villalar

Se cumplen quinientos años desde que en las inmediaciones de Villalar se produjera la batalla que, sin duda alguna, marcaría el epílogo del levantamiento comunero iniciado en abril de 1520. Los campos de Castilla se bañaban de sangre y se imponía el poder de Carlos I sobre los sublevados. Con lluvia, campos enfangados, mal pertrechados, desorganizados y atemorizados por la inminente acometida de las tropas imperiales, salían del castillo de Torrelobatón intentando llegar a Toro donde poder hacerse fuertes. 

Sin embargo, la superioridad militar de los realistas, bien provistos de artillería, pero, sobre todo, con eficiente caballería, destrozó la desesperada y caótica resistencia capitaneada por Juan de Padilla, esposo de María López de Mendoza y Pacheco, que resistiría en Toledo hasta febrero de 1522. El número de muertos  en el campo de batalla podría oscilar entre los cuatrocientos y los mil cadáveres. «Desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar» -reza la lápida del monumento dedicado al acontecimiento-.

Los principales cabecillas fueron capturados y ejecutados al día siguiente, en presencia de Adriano de Utrecht, regente de Castilla en ausencia de Carlos I, todavía candidato a emperador. De aquella escena de la decapitación de Juan Bravo, Francisco Maldonado y Juan de Padilla hay un magnífico cuadro –óleo sobre lienzo-, de Antonio Gisbert Pérez, fechado en 1860, exhibido en el Palacio de las Cortes de Madrid. En él, de manera idealizada, se presenta  sobre el suelo el cuerpo de Bravo, ya ajusticiado, a Maldonado ascendiendo al patíbulo y, orgulloso, casi soberbio, a  Padilla, cruzado de brazos,  a la espera de su inminente ejecución.

La derrota de Villalar no puso fin a la rebelión de las Comunidades, pero  desaparecería la organización política al norte de la sierra de Guadarrama. De hecho, la Santa Junta –Cortes y Junta General del Reino-, máximo órgano de gobierno comunero, no volvería a reunirse jamás. Sus consecuencias fueron demoledoras para las aspiraciones de los sublevados: se perdió el núcleo más importante y poblado de Castilla, según el censo de 1530; las ejecuciones de los líderes provocaron el desánimo, el pánico, las huidas y las rendiciones; tampoco fue desdeñable el capítulo de las ejecuciones y confiscaciones de bienes de los sublevados. La suerte estaba echada y era cuestión de tiempo que la sedición llegara a su punto final.

INTERPRETACIÓN HISTÓRICA. La Guerra de las Comunidades representa en la historia de Europa la primera revuelta popular de la Edad Moderna, muy anterior a la Revolución francesa, que daría inicio a la Etapa Contemporánea. Por sus características particulares guarda un cierto paralelismo con la Guerra de la Independencia española frente a Francia (1808).  Fue un movimiento popular colectivo de rebelión contra la situación política imperante en Castilla. Siempre fueron leales a la corona ceñida por Juana I de Castilla.

Lo cierto es que se inició en las ciudades, pero se resolvió en el medio rural. Es en lo pueblos donde los comuneros buscaron la fuerza para enfrentarse a los señores, inicialmente tibios frente a las apetencias del joven Carlos, pero decididos imperialistas conforme se desarrollaron los acontecimientos bélicos, muy contrarios a sus intereses sociales, económicos y políticos. De hecho, cuando los realistas llegan a controlar el campo la victoria era indiscutible. 

En tierras palentinas la causa comunera tuvo una notable expansión, con especial intensidad en las merindades de Monzón, Campos y el Cerrato, y algo menor en la de Carrión. Palencia fue, a la luz de los acontecimientos, la capital del movimiento de las Comunidades en Tierra de Campos.

FACTORES DESENCADENANTES DE LA SUBLEVACIÓN. En 1520 la situación imperante en Castilla era terriblemente adversa. El descontento era generalizado. Las malas cosechas a consecuencia de la pertinaz sequía provocaban hambre, ruina y emigración hacia otros territorios con menor carga impositiva. La presión fiscal, es decir, los tributos, eran impagables para muchos campesinos obligados por los señores de los que dependían. Los atropellos y la sobrecarga exigida se imponían de forma omnímoda en el mundo rural. Todo se agravaba con las nuevas exigencias tributarias y las peticiones del pago del servicio por parte de Carlos I,  en las Cortes de Valladolid y La Coruña,  para sufragar el coste de  su candidatura imperial. La depredación por cobrar ingresos y las irregularidades fiscales estaban a la orden del día.

La protesta antiseñorial tuvo frecuentes episodios que desembocaron, en el caso palentino, en acontecimientos sangrientos (Fuentes de Valdepero, Villamuriel, Tariego, Dueñas,…) por estar sometidos y vinculados a sus señores por los juros sobre las behetrías (pensión perpetua sobre la renta pública). Tampoco eran amables los modos empleados por los exactores, cogedores y recaudadores, siendo frecuentes el cobro de trimestres o cuatrimestres con apremio, la privación de animales de labor, las condenas a prisión, los secuestros e, incluso, las ejecuciones. El rencor anidaba en el ánimo de las gentes humildes, sencillas y laboriosas que afrontaban, sin defensa alguna, un lúgubre porvenir. No se pueden dejar de citar los robos, los abusos cometidos por los soldados y la carga añadida del aposentamiento prolongado de una compañía o capitanía en un pueblo con cargo a sus moradores.

El panorama era desolador y el malestar era clamoroso. La crítica política aumentó con la llegada del futuro emperador (19 de septiembre de 1517). Las ambiciones personales en Europa del inexperto monarca daban la espalda a los castellanos. Sólo importaba suceder en el trono del Sacro Imperio Romano Germánico a Maximiliano I de Habsburgo, su abuelo paterno. Castilla, para colmo de males, pagaba la voracidad de la ambición de un gobierno en manos extranjeras (Adriano de Utrecht, Guillermo de Croy, Mercurino de Gattinara o Juan Sauvage), más pendientes de su enriquecimiento personal que de atender los problemas reales de un pueblo debilitado y maltratado. 

Un soberano flamenco, que desconocía el idioma, las costumbres y la cultura de unos súbditos a los que debía gobernar; su permanente ausencia de España; la presencia de su madre, Juana I de Castilla, reina desde 1504 hasta su muerte en 1555; el descontento contra la Inquisición y lo antes mencionado, crearon un ambiente propicio para un conflicto larvado en el tiempo. 

El ansia popular en el intento de recortar el poder absoluto del rey, en el afán por disfrutar de mayores libertades y el deseo de controlar la rapacidad de lo señores, serían  los factores previos desencadenantes de la contienda.

PALENCIA. En 1520, Palencia era un Señorío Jurisdiccional Eclesiástico al frente del cual estaba el obispo Pedro Ruiz de la Mota, hombre de confianza del séquito flamenco y confidente de Carlos I, al que acompañó en sus viajes por los Países Bajos y Alemania, hermano del alcaide de la fortaleza de Magaz, García Ruiz de la Mota.  

El corregidor era Sebastián Mudarra, que presidía el regimiento y ejercía la jurisdicción real en nombre del rey, por tanto el encargado de las causas contenciosas y gubernativas y del castigo de los delitos, delegando con posterioridad en Juan Núñez de Herrera.

Varias etapas se pueden apuntar en el desarrollo de la Guerra de la Comunidades en tierras palentinas: 1) Entre junio y noviembre de 1520 se vive una etapa de tibieza, aunque Palencia comparte el descontento general que se respiraba en Castilla. 2) Noviembre/diciembre. Podría afirmarse que es un momento de indecisión. 3) Etapa de auge. Coincide con la llegada del obispo comunero, Antonio Osorio de Acuña. Se prolongaría entre diciembre y enero de 1521. 4) Etapa de ocaso. Desde febrero a finales de abril de 1521. La marcha de Acuña y la derrota de Villalar precipitarían el fin de la aventura comunera en tierras palentinas. Después vendrían los procesos judiciales seguidos contra los sediciosos, de los que hay abundante información en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (sección de ejecutorias y expedientes) y en el Archivo General de Simancas (Patronato Real, Libros de Cédulas, Estado, Registro General del Sello, Cámara de Castilla y Memoriales).

GONZALO DE AYORA. Cronista oficial de Isabel la Católica, entre otros méritos, juega un papel decisivo en la ofensiva política de la Junta para sumar a Palencia a la causa de las Comunidades. Pronto se convierte en su representante cuando es enviado, desde Valladolid, junto a Cristóbal de Monzón, en noviembre, con la misión de que cuajara definitivamente la organización comunera. El 23 de noviembre consigue que una asamblea general le otorgue plenos poderes, lo cual supondría el triunfo definitivo de la Comunidad. Se dedica a reclutar tropas y su labor de atracción de los pueblos de Tierra de Campos queda bien reflejada en las Actas del Cabildo catedralicio (Registros Capitulares)  y del Concejo palentino.

Con su asesoramiento, el Regimiento de Palencia envía mensajeros por tierras palentinas  con la misión de conseguir una adhesión formal al levantamiento. Alonso de León es enviado a Campos, Pedro de Haro al Cerrato, Juan de Uceda a Carrión y, a Monzón, Gaspar Gómez. El resultado no se hace esperar. Entre el 12 y el 15 de diciembre, Palencia adquiere su organización definitiva en torno a un ayuntamiento y una diputación de guerra, de la que formaban parte el propio Ayora, Diego de Castilla y Pedro de Fuentes, entre otros.

El 12 de diciembre convoca al deán y al Cabildo catedralicio, buscando su reconocimiento a favor de la Junta.  El 13 de diciembre  promueve una asamblea en Palencia, a la que acuden cuarenta procuradores designados por veintiocho villas y lugares. De su organización se encargaría una comisión delegada  del Regimiento, elegida el día 11. Los lugares representados fueron: Cisneros, Fuentes de Nava, Támara, Santoyo, Palacios del Alcor, Palacios de Meneses, San Cebrián, Pozo de Urama, Pozuelos, Ledigos, Población de Arroyo, San Román de la Cuba, Villafrades, Abastas, Carrión, Villamediana, Terradillos, Guaza, Alba de Cerrato, Cervatos de la Cueza, Gatón, Villarramiel, Capillas, Villalón, Autillo , Baquerín, Mazuecos y Villalcón. Los capítulos estudiados fueron tres: 1) Que se accediese con diligencia a restablecer la paz y el orden. 2) Se suplica que se resuelvan los agravios sufridos. 3) Que no se consientan robos ni violencia.

Se preguntó acerca de los embargos por el impago del servicio solicitado por el rey. A ello se contestó que en la ciudad no se cobraba ni satisfacía. Terminada la asamblea se entregó a los asistentes copias de los tres capítulos abordados. Junto a ello la respuesta a la pregunta formulada y las instrucciones sobre la petición de poderes para garantizar el cumplimiento de lo acordado.

De esta manera, Palencia se convertirá en el motor comunero en Tierra de Campos. El mensaje de la Comunidad encontró eco con la recaudación de hombres y dineros solicitados por el regimiento de la ciudad. Para la Santa Junta, por su situación estratégica entre Burgos y Valladolid, Palencia era de vital importancia en el levantamiento.

EL AUGE: LA DICTADURA DEL OBISPO ACUÑA. Palencia fue más comunera que nunca con la llegada del obispo comunero, el obispo de Zamora, Antonio Osorio de Acuña. Entre el 23 de diciembre de 1520 y febrero de 1521, se hace dueño y señor de Tierra de Campos. Tanto su llegada como su marcha fueron decisiones tomadas en Valladolid a instancias de la Santa Junta. Cabe señalar que fue la más alta dignidad eclesiástica que se puso del lado de los comuneros en el conflicto. 

Hombre comprometido, batallador y enérgico, fue enviado dotado de poderes absolutos sobre Palencia y Burgos, en donde el  III condestable de Castilla, Íñigo Fernández de  Velasco y Mendoza, resultaba una seria amenaza, como después se comprobaría. Su encomienda era diáfana: avivar el fervor revolucionario, conseguir hombres de armas, percibir impuestos que sufragaran los gastos bélicos, asentar una organización devota a la causa de la Comunidad y, sin miramientos, desterrar, reprimir y castigar a los sospechosos de traición. Y a fe que lo consiguió en tan breve espacio de tiempo. Sus galopadas y arengas resuenan en los Campos Góticos palentinos.

El 23 de diciembre llegan a Dueñas, señorío de los condes de Buendía,  Juan de Acuña, tercer conde, y María López de Padilla.  El día 24 consigue el conde que el Regimiento de Palencia nombrase corregidor a un hombre de su confianza, Antonio Vaca de Montalvo, y como alcalde a Esteban Martínez de la Torre, quien se encargaría de las cuestiones judiciales. Ambos tomarían oficialmente posesión de sus cargos el día 28 del mismo mes. 

Su prolífica labor organizativa dio resultados, consiguiendo que, entre el día 24 de diciembre de 1520 y el 4 de enero de 1521,  la Comunidad estuviera sólidamente asentada en nuestra tierra. Logró recaudar más de cuatro mil ducados, recluto soldados y alentó con misivas a las behetrías de Campos y Carrión. Hecho esto, retornaría a Valladolid a descansar. El 10 de enero se encontraba de vuelta en Dueñas, su habitual cuartel general.

Nuevamente en Palencia, iniciaría una intensa y lucrativa actividad militar. Los dominios de los señores serán sus objetivos, denunciando estos sus saqueos y actos de vandalismo ante Adriano de Utrecht. Así, el 7 de enero conquistaría y saquearía Fuentes de Valdepero; al día siguiente, nombró alcalde Mayor del Adelantamiento de Castilla en Palencia a Esteban Martínez de la Torre. El 9 tomaría Trigueros y durante las jornadas siguientes recorrería Castromocho, Becerril, Paredes de Nava, San Cebrián, Cervatos, Carrión, Villalcázar de Sirga, Frómista, Piña, Amusco, Támara y Astudillo.  Su labor fue febril y sumamente efectiva para las arcas y los intereses comuneros.

Un breve paréntesis interrumpe su ingente tarea. Desde mediados de enero se iniciará la campaña de Burgos, en la que participará atacando desde el sur, mientras por el norte Pedro de Ayala, conde de Salvatierra y señor de Ampudia, marcha sobre la ciudad castellana. El intento resultaría un fracaso rotundo. Un contraataque realista llevaría a tomar Ampudia por la retaguardia comunera desde Medina de Rioseco, frente al cual, desde Valladolid,  obliga a Padilla a unir sus esfuerzos con Acuña en Trigueros para recuperar la plaza perdida y tomar Torremormojón.  

Fallido el levantamiento de Burgos, el obispo comunero retomaría su campaña por tierras de Palencia. 

Desde el 23 de enero, aposentado en Torquemada, atacará Paredes, Trigueros, Becerril y Frechilla. Los objetivos eran claros: barrer el régimen señorial mediante la ocupación y el saqueo, eliminando su potencial  amenaza. Se roba para comer y para pagar a los soldados y así evitar amotinamientos y deserciones. El mismo día 23 fracasa en su intento de tomar la fortaleza de Magaz, que es la plaza más fuerte que le queda al rey en tierras palentinas. La venganza por el intento frustrado fue quemar, robar y arrasar la localidad, llegando incluso a apropiarse de los crucifijos, ornamentos eclesiásticos y el manto de la Virgen de la iglesia parroquial. De allí se dirigiría a Cordovilla La Real, donde tomaría por la fuerza su fortaleza, propiedad del conde de Castro, Rodrigo de Mendoza. Situación parecida acaecería primero en Tariego, propiedad de los condes de Buendía, y después en Frómista, villa del mariscal Gómez de Benavides, que tampoco pudo evitar el saqueo de su tesoro, haciéndose con un sustancioso botín de cálices, crucifijos y patenas, amén de la apropiación de los ducados ofrecidos por los vecinos. Tan solo respetó la célebre patena del milagro.

Antes de partir de Palencia, en Baltanás, señorío del marqués de Aguilafuente, Pedro de Zúñiga, separa de su jurisdicción a Vertavillo. A cambio de su apoyo, quedarían exentos de obligaciones con el marqués y se convertiría en cabeza de jurisdicción. Esta razón les llevaría a levantar horca y picota. 

Reclamado desde Valladolid por la Santa Junta, abandonaría Palencia dejando tras de sí las huellas de sus andanzas y firmeza en sus propósitos. En apenas un mes, consigue grandes resultados para su causa. Enriquece el tesoro de la Junta, recluta tropas, aposenta capitanías, ataca a los señores afines o no a Carlos, con sus peroratas alienta el fervor revolucionario y asienta una administración leal a la Comunidad. 

Un balance netamente positivo pese al fracaso de su expedición contra Burgos.

Desde su marcha se inicia un paulatino declive del movimiento, un efímero y lánguido epílogo final. Entre febrero y abril de 1521, el ocaso es incontestable, pese a los intentos de Valladolid por reafirmar su control.  Juan de Mendoza primero, y Juan de Figueroa después, no consiguieron emular a su predecesor en sus acciones al frente de la rebelión en Tierra de Campos. 

Las causas del hundimiento eran evidentes: la prolongación del conflicto, la inseguridad reinante (robos, saqueos, asesinatos, deserciones, huidas…), la constante sangría por la exigencia de tributos, el reclutamiento reiterado de hombres, la falta de solvencia militar y política de los nuevos responsables y la permanente amenaza de Burgos, cuyo condestable ya iniciaba su camino hacia la victoria. Bien pertrechado de piezas de artillería, lanceros y jinetes, llegaba el 13 de abril a Astudillo y tomaba Torquemada. De manera rápida se  imponía el fin de la aventura comunera palentina. 

La derrota en Villalar y el ajusticiamiento de sus principales jefes sería el broche final. En apenas una semana, las voces levantadas contra el orden imperante se ahogaron, definitivamente,  en la noche de los tiempos en nuestra tierra. 

Acabado el conflicto militar, durante meses, incluso años, se sucederían los procesos judiciales contra los sublevados. Como en cualquier posguerra, los vencedores impondrían su legitimidad y orden, sin contemplaciones ni titubeos. La traición y la sedición, el levantamiento y la sublevación, no son acreedoras de consideración y respeto, de excusa ni pretexto.