El separatismo se rompe

Leticia Ortiz (SPC)
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ERC, JxCAT y, en menor medida, la CUP ya no ocultan sus diferencias ideológicas y estratégicas, aunque evitan la fractura total porque están 'obligados' a convivir como socios por la quimera compartida de la independencia

El separatismo se rompe

No tuvo mucho éxito y, además, dejó a sus dos protagonistas tarifando entre ellos, al punto de ni siquiera presentar el disco en directo y cancelar la gira programada para dar a conocer el trabajo. Pero, en 1998, Fito Páez y Joaquín Sabina unieron sus caminos y sus plumas canallas para dar a luz Enemigos Íntimos, un cd con 14 canciones que se cerraba, precisamente, con el tema que daba el título al disco. "Nos da igual, no somos más que dos canallas que no tiramos la toalla si nos pasamos de la raya", rezaba parte de una de las estrofas de aquella canción. Unos versos que, junto al título, podía aplicarse perfectamente a algunos de los dirigentes independentistas que desde hace unos años están marcando la actualidad política española con la quimera de una secesión que llevó a varios de ellos a la cárcel y a otros a la fuga en el extranjero para evitar rendir cuentas de sus actos ante la Justicia. Unos enemigos íntimos que, como Sabina y Páez, unieron sus destinos por amor al arte... Y al negocio. Pero que, como ellos, parece que no pueden superar la enorme distancia que les separa.

Y es que unidos bajo el paraguas de la autodeterminación, en Cataluña se formaron extrañas parejas de baile que, con el paso del tiempo, se ha demostrado que giraban en distinto tempo. Junts per Catalunya (rebautizado y escindido varias veces desde que la secesión se convirtió en leit motiv de la política catalana), ERC y, en menor medida, la CUP pasaron de ser rivales políticos a ser socios en el órdago separatista, olvidando en el tránsito que quizá eran polos opuestos en muchos aspectos. Por eso, no es de extrañar que cada no mucho tiempo se hable de la fractura del independentismo. El megalómano acto de Carles Puigdemont en Perpiñán (Cataluña) y la mesa de diálogo con el Gobierno central han sido los dos últimos acontecimientos que han actuado como la sal en la herida de la división del secesionismo.

No hay que olvidar, antes de narrar los últimos desencuentros, que JxCAT surge de la antigua Convergència i Unió, el partido de las élites catalanas. Una formación de la burguesía nacionalista que antes sirvió sin apenas rechistar al franquismo y que vio que con aquel «café para todos» de la Transición podía sacar renta para la región, como hacía el PNV en el País Vasco. Enfrente, y con muchas más décadas de tradición a sus espaldas (fue fundada en 1931), siempre estuvo Esquerra Republicana, de izquierdas, aunque sin caer en el marxismo o el sindicalismo, con carácter independentista y republicana, como lleva en su nombre. Y por último la CUP, un grupo de antistemas, secesionistas, ecologistas y asamblearios dispuestos a ser la china en el zapato de la política tradicional catalana. Un cóctel demasiado complejo para que funcionase como un reloj.

La hoja de ruta 

Las grietas en el separatismo se han ido sucediendo casi desde el inicio del viaje a ninguna parte emprendido por la Generalitat, con la hoja de ruta hacia la secesión como punto clave en la confrontación. Ahora, con dos consultas ilegales celebradas y con dirigentes en la cárcel o fugados, los siguientes pasos del separatismo vuelven a fracturar la débil unión entre los partidos. Más allá de la CUP, que siempre ha apostado por una independencia unilateral, ERC y JxCAT están enfrentadas por la mesa de diálogo con el Gobierno central. Un foro que lograron los republicanos en su pacto con el PSOE para facilitar la investidura de Pedro Sánchez, pero al que se subió su socio en el Govern, con Quim Torra a la cabeza. Pero la vieja guardia del partido, liderada por los fugados Carles Puigdemont y Clara Ponsatí, no comulga con esa nueva relación con Moncloa, como han dejado claro en multitud de ocasiones. De ahí la demostración de músculo del expresidente catalán en Perpiñán para demostrar que las calles quieren más movilización y menos diálogo.

Obligados a convivir en el Govern, que aún tiene que aprobar los Presupuestos de 2020,y en la mesa de diálogo con el Gobierno central, ERC y JxCAT ya no disimulan sus tensiones, aunque remarcan que trabajan juntos para lograr la quimera de la independencia, un objetivo ante el que, según apuntan, no hay fractura.