Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Necesidad de contar

27/01/2022

Quizá, en mayor o menor medida, todos tenemos algún secreto y puede ocurrir que sintamos necesidad de compartirlo. Y cuanto más importante sea para nosotros, solemos hacer depositaria a una persona cercana: amiga, familiar o muy conocida que, en todo caso, nos inspira gran confianza. Hace ya tiempo, leí una frase que apunté en una libreta junto a otras que iba reuniendo y que me parecían fuente de aprendizaje  útil para andar por la vida sin complicarse demasiado la existencia. Era esta: «Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla», su autor, Sigmund Freud. Ocurrió cierta vez que comenté algo personal, apenas trascendente para quien lo oyera, pero cargado de esperanza para mí. La secretaria del jurado de un premio literario me adelantó que mi trabajo estaba entre los finalistas. La noticia me llenó de esperanza e ilusión. Faltaban solamente tres días para el fallo.
Aparte de mi familia, no se lo comuniqué a nadie. Pero a ella, sí. Y le pedí, encarecidamente, que no lo propagase. Sólo tú lo sabes. Soy como una tumba, me aseguró. Confieso que fue una tontería pero, tal vez, quería evitar que me preguntasen y tener que contar, llegado el caso, que había sido eliminada. De esto hace ya unos años. Sí gané el premio; en Lumbrales, Salamanca. Pero antes del fallo, la persona que me confesó ser una tumba, se convirtió en altavoz en tarde de verbena y mi teléfono no dejó de sonar una y otra vez. Me vi obligada a repetir a quienes llamaron que se lo pensaba decir a todas ellas. En realidad, lo que escuché fue un coro de dolientes personas que se sentían poco más que ofendidas por no haber sido, cada una de ellas, la primera depositaria de aquella noticia. En cuanto colgó el teléfono la elegida, se dispuso a hacer partícipe al grupo. Imaginen que hubiera sido algo malo, muy malo, una enfermedad, un problema fiscal, por ejemplo, el morbo hubiera punteado más alto.
No había Internet ni redes sociales robando horas a actividades más creativas, pero la pelota rodó. Marcel Mart dejó otra frase que anoté en mi libreta: «La mejor fuente de información son las personas que han prometido no contárselo a nadie». Nunca diré: ¿Si te cuento algo, podrías guardarme el secreto? Aplico el cuento. Me va bien.