Ayer murió, víctima del cáncer, el pintor Ángel Cuesta Calvo a los 90 años de edad. A las 12 horas de hoy sus familiares y allegados celebrarán en el Tanatorio de Palencia un sencillo e íntimo acto de despedida al decano de los artistas plásticos que, ante todo y sobre todo, fue un trabajador incansable, un investigador de la expresión y un hombre conocido y querido.
Ángel Cuesta nació en marzo de 1930 en las Casas de la Campanera y desde muy joven se interesó por el dibujo. En la entrevista concedida a Diario Palentino en octubre de 2017 para la sección Qué fue de, confesó que le hubiera hecho ilusión ir a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, pero en su momento fue plenamente consciente de que su familia no podía permitírselo y de que lo que correspondía era formarse «lo justo y necesario» para desempeñar un oficio. Cursó ajuste y forja en la Escuela Elemental de Trabajo y, más adelante, cuando ya tenía un empleo, estudió dibujo artístico en la Escuela de Artes y Oficios.
Fue dependiente durante cuatro años en una tienda de ultramarinos y después entró a trabajar como delineante en la empresa Posteléctrica, donde permaneció hasta su jubilación -forzosa, por la desaparición de su puesto- cerca de cumplir los 60. «El dibujo técnico me parecía más fácil que el artístico y era bonito», declaró en la citada entrevista.
Durante mucho tiempo compaginó aquel empleo, con el de delineante en Suheca y en el estudio del arquitecto Alonso de Lomas, además de ocuparse de los diseños de la imprenta Merino. Sin olvidar en ningún momento su vocación artística, a la que dio alas hasta crecer como pintor y como creador. Y es que Ángel Cuesta era un hombre activo, de espíritu inquieto, que no podía estar de brazos cruzados y que sabía bien que el talento ha de ir acompañado del trabajo para mostrarse en toda su amplitud. Él lo consiguió y llegó a ser un artista plástico reconocido dentro y fuera de Palencia, aunque nunca permitió que el orgullo y los parabienes se le subieran a la cabeza. De igual modo, no dejó jamás de ser amigo de sus amigos, de aconsejar a los que empezaban en el oficio, de interesarse por la vida artística y cultural y de dejar un amplio espacio de cariño y dedicación a su mujer, a sus tres hijos y a sus dos nietos.
INDIVIDUALES Y COLECTIVAS
Naturalismo, expresionismo, surrealismo y abstracción;plumillas, acuarelas, óleos y arenas cinceladas con acrílicos -su época «más creativa» esta última- y rincones y paisajes de la capital y la provincia de Palencia, desnudos, figuras, naturalezas muertas, retratos y composiciones geométricas. Casi todo lo investigó y lo probó, como respuesta a sus búsquedas e inquietudes, nunca a la moda imperante.
En 1955 expuso dos plumillas en una colectiva de la Diputación y cuatro años más tarde firmó una monográfica sobre su ciudad natal. Desde entonces, la nómina expositiva fue creciendo hasta cerca del centenar de individuales y más de setenta colectivas, sin olvidar un buen número de carpetas, carteles e ilustraciones y los libros del románico, el gótico y los palomares de la provincia.
Cuesta recibió homenajes en vida como el de la exposición colectiva en su 75 aniversario, la dedicación de una calle de la ciudad o el discurso de ingreso en la Tello Téllez del poeta Julián Alonso centrado en su figura y gozó siempre del el reconocimiento del público y de sus paisanos pero, con todo, fueron la familia, los amigos y la pintura los que le dieron las mayores satisfacciones. La pérdida de su mujer, primero, y la de su hijo mayor, Miguel Ángel, después, estuvieron a punto de quebrar sus fuerzas, pero la rebeldía y la pasión de vivir acabaron imponiéndose y le mantuvieron activo hasta el final.
A sus hijas Alicia y Elena, a sus nietos Antonio y Alfonso, a su hermana Carmen y al resto de la familia, nuestro más sentido pésame.
DESDE LA REDACCIÓN / CARMEN CENTENO
Armado de pincel y palabras
A Cuesta le gustaba hablar de arte, pero también de la vida, del entorno vital, de Palencia, del paisaje, de sus hijos y sus nietos. Disfrutaba con los pinceles -no he conocido a nadie que pintara tanto y con tanta intensidad-, pero también con la conversación. Nunca se encerró en la torre de marfil del artista porque era un ser social, que compartía su tiempo con los amigos y gustaba de pasear, atento siempre a esos mínimos cambios del paisaje urbano. Esos que tantas veces plasmó en dibujos a plumilla, en acuarelas, en acrílicos y en óleos.
Ángel Cuesta tocó todo, investigó todo y probó casi todo. Porque su afán era expresarse y dar salida a los dictados de la mano y el pincel, pero sin olvidar nunca la fuerza del verbo y la riqueza de una buena conversación. Compartimos algunos momentos especialmente significativos en exposiciones, en veladas con artistas, en encuentros con poetas, en las barras de los bares, en su estudio o bajo los soportales de la calle Mayor. Nunca me defraudaron ni sus obras ni su personalidad de hombre íntegro y bueno.
Hasta siempre, amigo.