Mientras, España se desangra

Carlos Dávila
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Los ciudadanos asisten estupefactos y pasivos a la revancha de unos y a la asepsia de otros sin que les importe demasiado

Ayuso se reunió con Sánchez para reforzar la lucha contra la COVID-19 y a la hora el PSOE convocó una manifestación. - Foto: Emilio Naranjo

A estas alturas ya nadie se fía de las cifras oficiales de contagiados y muertos a causa del maldito COVID-19. A la espera de que el Instituto Nacional de Estadística, dependiente de la vicepresidenta Calviño, publique sus últimos datos y de que el Instituto de Salud Carlos III haga lo propio, nos debemos acoger a los ya emitidos que datan de principios de este mes. Por no aburrir con una pléyade de números que van y vienen, la cifra adelantada por estas entidades tras el fin del verano de personas fallecidas superaba las 50.000. Son algunas más de las que proporcionan las funerarias que, al día de hoy, denuncian una mortalidad cercana a las 46.000 víctimas del maldito virus. Sanidad se queda en 15.000 menos porque, en una pirueta ininteligible para cualquier epidemiólogo o estadístico reputado, no aporta más que la lista de los enfermos que mueren en los hospitales. ¿Y las residencias? ¿y los domicilios particulares? Sobre esto no hay cuentas gubernamentales. 

Traigo a colación este resumen para acrisolar las dimensiones de la tragedia que vive España sin que, mayoritariamente, nuestros políticos se den por enterados; están más bien en la pelea rufianesca y sin tregua. Es curioso, esta riña al margen del drama, se visualiza casi en exclusiva en Madrid donde las navajas no se han cerrado desde el pasado mayo. A los medios de la capital les engolosinan más estas disputas y, sobre todo, la resaca de las múltiples añagazas que perpetra el Gobierno de Sánchez para disfrazar las dimensiones de la hecatombe sanitaria o de la brutal crisis económica que padecemos, que las propias fotografías, el relato, de estas desgracias inconmensurables. En este sentido, los medios regionales locales ofrecen una gratuita lección a «los de Madrid» en el tratamiento del destrozo que nos asola.

El Gobierno del Frente Popular conoce muy bien estas preferencias y actúa en consecuencia. Una hora después, solo una hora, de que Sánchez y la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso comparecieran en comandita para informar relajadamente, según parecía, de los acuerdos, de la intentona para frenar el desastre de la Comunidad, el PSOE anunciaba su apoyo a la manifestación que para este domingo había convocado Podemos, o sea, el aún vicepresidente Pablo Iglesias, para protestar enérgicamente contra la política realizada por Ayuso. Es decir: el presidente Sánchez proclamaba ante su contertulia eventual, la necesaria unidad de todos contra la pandemia, y un cuarto de hora más tarde, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, apoyaba la manifestación del tropel de Iglesias. O sea, el colmo de la falta de sindéresis, la incoherencia culpable de este Mister Hyde y al tiempo Doctor Jekill que solo vive para, cara al personal, acrecentar su papel de hombre bueno y responsable, mientras, en la cocina de su laboratorio monclovita, urde toda clase de maldades para debilitar a los contrarios aún a costa de la recta gobernación del país. Cierto es que, tras el escándalo suscitado por el aplauso a la manifestación el PSOE se vino atrás y después hizo lo propio Iglesias, pero el mal ya estaba hecho; sus socios de Podemos sustituyeron la concentración por actos generalizados de repulsa a Ayuso y tan campantes. Mientras el delegado del Gobierno en Madrid, Ángel Franco, que había autorizado el suceso conminaba a la presidenta a que confinara Madrid. Es decir, otra muestra más de la errática revancha que protagoniza el PSOE.

Resulta sorprendente que los interlocutores de Sánchez, en este caso Ayuso, todavía crean en la fiabilidad del presidente. Un observador, ahora en la reserva, de la conmoción nacional, me decía esta misma semana: «Hay tontos en la política española que se reúnen con sus rivales (se supone que los de la izquierda) con un lirio en la mano y cantando con flores a María que Madre nuestra es, en tanto que los otros esperan a porta gayola con una navaja albaceteña dispuesta para lo que sea menester». 

Será eso, pero hay una realidad aún más perversa: la facilidad con que el centro derecha del país cae atrapado en las trampas que, casi a diario, le tiende la factoría estratégica de gurucillo Redondo, el malvado Rasputín de Sánchez. Ahora toca la resurrección de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco. Todo para colocar al PP fundamentalmente en la tesitura siguiente: si te opones en el Parlamento a esta ley resultarás cómplice de los asesinatos del general. Este es el cepo. Pero miren; en este momento hay gentes en el PP que dudan sobre el sentido de su voto, dudan en si abstenerse o pronunciarse con un sí, como tal y como hicieron en el homenaje a las comunistas Brigadas Internacionales. ¿Serán cándidos?

Lo son, tanto por lo menos como sus representados sociales, alguna de cuyas entidades, y no miro a nadie, dan por sentado que no habrá que organizar una trifulca el día en que las grúas derriben la Cruz del Valle de los Caídos.  

 

Guerra civil

Se está dejando al Gobierno social comunista la primogenitura de una campaña que ya divide a los españoles en dos facciones irreconciliables.

Mientras el país se desangra, la vicepresidenta Carmen Calvo, anuncia la revancha de las víctimas rojas de la Guerra Civil que son, ente balas y represión, quizá bastantes más, eso es cierto, de las más de 100.000 «nacionales» que, incluso, han reconocido historiadores no precisamente derechistas como Santos Juliá o Preston. Por tanto: ¿es que en esta campaña promovida como disimulo para ocultar la magnitud de la tragedia del virus y de su pésima gestión, nadie se va a acordar por ejemplo de las 6.866 sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas asesinados antes y en plena Guerra Civil? Pues no parece que esto vaya a interesar a los recolectores de fosas comunes. 

Mientras escribo, España se desangra, una parte del país, la que gobierna desde el Frente Popular, se ocupa de buscar otra sangre antigua y terrible, la de hace más de 80 años. Los españoles, ateridos por temores recientes, asistimos estupefactos, pero sin mover un dedo, a la revancha de unos y a la asepsia de los otros, pero el país se desangra y esto no parece que importe demasiado. Y ya lo último: Sánchez ha confinado al Rey en La Zarzuela, un paso más hacia el destronamiento.