Angelines Fombellida tiene en su casa una habitación destinada a biblioteca y no pasa un solo día de su vida sin dedicarle tiempo a la lectura, pero hubo un tiempo en el que los libros eran sueños más que realidades tangibles.
Tal vez por eso mismo su destino profesional acabó siendo una librería. La vida da esos giros, a modo de justicia poética, que colocan las piezas en su sitio y contribuyen al buen funcionamiento del engranaje. «Nací en una casa de la posguerra española, en la que no había libros. Bueno, había dos, uno titulado Lecturas del padre, que hablaba sobre la urbanidad pero con unas historias maravillosas, y recuerdo que nos las leía mi padre por las noches; el otro era Las mil y una noches».
Era tanto lo que le tiraba la lectura desde muy pequeña y tan fuerte el impacto de aquel libro que estuvo buscando un ejemplar durante muchos años, hasta que hace no tanto lo encontró de segunda o tercera mano y se hizo con él.
«Ese ejemplar está dedicado por un militar a su novia, de forma que se trata de un libro con un significado especial para mí y también para otra persona. Ahora conservo juntos el viejo ejemplar, sin tapas y bastante deteriorado, y el que por fin conseguí después de mucho buscar».
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