Carmen Quintanilla Buey

Otra mirada

Carmen Quintanilla Buey


Sonríe, por favor

21/01/2022

A ver si logro reducir a mínimos, por cuestión de espacio, un cuento que escribí hace mucho tiempo: En un pueblo palentino, ocupando media, de una de sus calles, y en un magnífico casoplón legendario que había soportado muchas generaciones de hacendados propietarios, residía Pacharrán, un hombre repleto de dinero: Bodegas, viñas, campos de trigo... Los vecinos decían: Vive como un Pachá. Y claro, ya sabemos que en Castilla se nos da muy bien lo de  los apodos, y del pachá se pasó al Pacharrán. Tenía fama de malísimo, tacaño y muy tirano con sus obreros, a los que pagaba muy poquito y les obligaba a trabajar como fieras. Y llegó Navidad: La servidumbre preparó mesas con los manteles de hilo bordados a mano por abuelas y tatarabuelas, vajilla de La Cartuja, cristalería de Bohemia... y ¡a cenar a rompepellejo!.y...  ¡El champán, preparad las copas...! Pero... el corcho saltó por el aire estrellándose en un ojo de Pacharrán. Susto, gritos, carreras. El médico local, muy amable, interrumpió su cena, estudió detenidamente el caso y.... es que... le ha pillado con tanta fuerza... tan de frente, y con el ojo tan abierto... que será mejor llevarle a Palencia.  Ambulancia... urgencias... Y allí quedó la mesa de Pacharrán entre  bandejas repletas y copas vacías. En la esquina de la misma calle, y en una casita pequeña, vivía Pichurrín, un obrero de Pacharrán, que soportaba el apodo intencionado, por evidente chufla comparativa. Aquella Nochebuena, y totalmente ajenos  al taponazo de su amo y señor, Pichurrín y su mujer cenaron sopita de ajo hervida con huevo revuelto, bacalao con tomate y de postre piñones cascados a martillazos sobre la pata del pico de la mesa, todo regadito con vino de bodega castellana. Después, un ratito de televisión, y... ¡a la cama!. Pichurrín y su mujer estaban enamoradísimos, y aquella noche se dieron muchos más besitos que otras noches, se gastaron bromas, y se lo pasaron de lo lindo. Y durmieron como lirones, porque la tranquilidad de conciencia es el mejor de los somníferos. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Pero al igual que todos los cuentos tiene su moraleja, que en éste caso no es otra que la suerte del pobre, el rico la desea. Pero tristemente, y cuentos aparte, en muchos casos, la suerte se encarga de llevar la contraria al refranero castellano.

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