Gimnasia poética

Jesús Hoyos
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Mantener música y literatura como aficiones le ha permitido vivir «con menos presión»

Gimnasia poética

Ganó el Botijo de Oro en Dueñas con 19 años. Cuando respondió a la organización por teléfono, no se lo creían por su voz de niño. Pensaban que se habían equivocado. 

La precocidad en el mundo de la poesía del guardense Javier Castrillo Salvador, reciente ganador del premio nacional del Ateneo Cultural y Mercantil de Onda (Castellón), le condujo al éxito a los 13 años en su primer certamen, el de un colegio que fomentaba el humanismo. 

Poco después obtuvo el primer premio en el certamen de cuentos de Guardo y el Francisco Vighi, lo que supuso «un gran empujón por ser un premio de mucha entidad», recuerda Castrillo, quien se dio cuenta de que lo que hacía era valorado por otras personas. «No hay nada más bonito que compartir si tienes algo que crees que a la gente le puede gusta», opina.

«A partir de ahí, todo fue atreverme a ello, pensar que tenía cosas que contar. Todos los que escribimos, empezamos imitando a alguien. Luego te das cuenta de que utilizas otro tipo de lenguaje y símbolos, creando tu propio estilo», reconoce el poeta quien, desde pequeño, se vio inmerso en el mundo de las letras. 

«Cuando era niño, mi padre tenía una biblioteca importante. Había sido cronista de Guardo en las décadas de los 50, 60 y 70. También escribía poesía. Es decir, siempre había literatura en casa y una persona que nos animaba con la lectura. No a escribir, pero una cosa lleva a la otra», explica.

Castrillo compagina la poesía con la música, pero nunca hizo oficio de ninguna. «Es muy difícil venderse desde el ámbito rural. Siempre he tenido mi tiempo para desarrollarlo y me siento completo. El hecho de no haber podido vivir de ello no significa que no lo haya disfrutado. Incluso ha sido mejor, con menos presión. He escrito y compuesto cuando he querido», subraya.

La obra con la que ha obtenido su último premio es Sonetario entre inviernos, tras proponerse escribir un soneto diario. «Consideraba que había bastantes con una calidad suficiente», asegura. Estos premios le satisfacen, pero el impulso creativo no lo ha perdido nunca. 

«Es como una necesidad. Va dentro de mí y lo desarrollo de una forma habitual. Vivo en un pueblecillo de 40 personas (Tarilonte de la Peña) y no hay muchas cosas sociales que hacer, por decirlo de alguna manera. Me da la paz que necesito. Tengo una gimnasia diaria, rutinaria, de enfrentarme a esto», añade.

Castrillo siente orgullo de llevar el nombre de Guardo por todo el país, precisamente porque puede presumir de su gente, «que ha sabido sacar lo mejor de sí misma y compartirlo». Agradece haber sido homenajeado al ser nombrado pregonero de la Semana Santa y de los carnavales de Guardo o de Puente Agudín, al tiempo que critica que, muchas veces, los reconocimientos se centran demasiado en la capital y dejan de lado el medio rural. 

«Seguiremos luchando para darle visibilidad a nuestra comarca. Vivimos en un entorno privilegiado. La gente que estamos cerca del arte, en cualquiera de sus expresiones, sentimos la obligación de devolver todo lo que nos da en cuanto a belleza, quietud, paisaje y sensaciones. Estuve una vez en Fuente de la Teja, donde se inspiraba García Lorca. Era un arroyuelo. Si este hombre hizo eso allí, ¿qué hubiera hecho de vivir en una comarca como la nuestra?», concluye.