La suerte del novelista

María Torre
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José Calvo Poyato, autor de 'La ruta infinita', relata la hazaña de Magallanes y Elcano en una trama con ciertas licencias literarias

El catedrático de Historia equipara la hazaña de 1519 con el viaje a la Luna.

Ser historiador y novelista a la vez tiene sus ventajas a la hora de escribir, pues así se puede mover con paso firme entre la realidad y la ficción, y evitar patinazos que desvirtúan todo. Eso sí, como José Calvo Poyato, que desempeña ambos oficios, no se cansa de repetir, se ha de ser siempre respetuoso con la realidad. Esto lo plasma en su último libro, La ruta infinita (HarperCollins), que versa sobre la hazaña de Juan Sebastián Elcano, de la que ahora se cumplen 500 años.   

«Empecé a escribir novela histórica para poder tomarme ciertas libertades que, como experto, ni podía ni quería tomarme». Antes que escritor es catedrático de Historia, y porque es ambas cosas, sabe que «hay acontecimientos históricos que no dan para una novela, y hay otros que sí». 

Una obra sobre unos navegantes que dan la vuelta al mundo -los primeros- resultaría sumamente complicada de escribir, pero si antes de que la escuadra arranque, hay espías, intentos de sabotaje, roces entre la corte de Lisboa y la de Valladolid, si en Sevilla se ve con muy malos ojos que un portugués mande esa expedición... Todo eso da para escribir una novela. 

Más aún cuando todavía no tenemos explicación para determinados hechos. «Esa flota que sale de Sevilla el 10 de agosto no zarpa de Sanlúcar de Barrameda hasta el 20 de septiembre. ¿Por qué está 40 días parada? Eso hacía polvo los alimentos frescos que llevaban». El desconocimiento de un hecho por parte del historiador es «agua bendita para el novelista porque ya se puede inventar lo que quiera». Yconfiesa que sacó de su imaginación «alguna cosa».

Había que hacerlo, en la medida en que Magallanes y Elcano «son dos personajes extraordinarios de los que sabemos tan poco, que el novelista puede crear mucho sin faltar al rigor histórico».

Gran malestar 

 

Del primero hay serias dudas sobre su localidad de nacimiento, posiblemente Sabrosa, cerca de Oporto. Sabemos que su familia pertenecía a la pequeña nobleza portuguesa, que tenía experiencia, pero que no encontró apoyo en la corona del país vecino y se tuvo que venir a Castilla. «Y que es muy autoritario, eso también lo tenemos muy claro». Cuando embarcan, los capitanes españoles le piden que comparta la información, no lo hace y «eso crea un malestar importante». 

Elcano es vasco de Guetaria, de familia de navegantes, de pescadores, y embarca huyendo de sus problemas con la Justicia por culpa de la Hacienda Real. Empatiza mucho más con los hombres, «aunque las decisiones las toma él».

Subraya Poyato que el viaje que organizaron estaba concebido para encontrar un paso para ir del Atlántico a lo que hoy conocemos como el Pacífico, el Mar del Sur, y encontrar la Especiería, es decir, abrir  una ruta a donde estaban las especias. Ese es el objetivo y, de hecho, Carlos I dijo que había que regresar por el mismo camino, el hemisferio de aguas hispanas. Las adjudicadas a Castilla en el tratado de Tordesillas. 

Elcano, cuando está al mando de la Victoria, hizo caso omiso de esa orden y su desobediencia cambió la Historia. «Fue tan grande que el rey no se lo tuvo en cuenta, e incluso le dijo que las causas que tenía con la Justicia quedaban olvidadas». 

Gracias a eso, quedó demostrado empíricamente que la Tierra era redonda, se pudo determinar cuáles eran sus verdaderas medidas, dar testimonio de la existencia de nuevas tierras, especias, animales... «Sería equiparable a lo que los norteamericanos hicieron hace 50 años al llegar a la Luna».

El reto para el escritor es transmitir esos hechos. Para ello es fundamental recrear el ambiente de la época. En esa tarea, el lenguaje desempeña un papel fundamental. «Debe responder a la forma de expresarse de las gentes, que piensan de una manera determinada, tienen una escala de valores diferente a la nuestra, una espiritualidad concreta que nada tiene que ver con la de nuestro tiempo». Además, ha de huir de la trampa del «presentismo», que es como los historiadores llaman al error de juzgar a las personas de siglos atrás con la mentalidad de ahora. «Los conquistadores españoles no eran miembros de una ONG, iban a lo que iban y responden al espíritu de entonces».

Al mínimo detalle 

También la ambientación ha de cuidarse hasta el más mínimo detalle. Calvo Poyato explica, sonriente, que recurrió al consejo de un capitán de navío que dio la vuelta al mundo en una carabela, que no solamente le insistió en que en lenguaje marinero el término correcto es «largar velas», sino que le descubrió que entonces se decía «Largad velas, en el nombre de Dios». Ese mismo asesor, José Luis García Velo, le indicó lo inadecuado de un párrafo en el que un viejo marinero identifica al barco cuando aparece tres años después en la desembocadura del Guadalquivir. «Yo le había colocado un mascarón de proa con una sirena con unos hermosos pechos, y este viejo marino decía: Esos pechos no se olvidan nunca». Pero García Velo puso una objeción: «Pepe, los barcos de la época no llevaban mascarones». Ese párrafo, muy literario, se cayó.

La peripecia de Magallanes y Elcano permitió a Calvo Poyato reafirmarse en su creencia de que Portugal y España, en aquel entonces «las dos grandes potencias navales de la época, que se disputan el dominio mundial de los mares», han de colaborar más. Defiende que una gesta así debería unirnos: «Una hazaña como esta no es de la derecha, ni de la izquierda, ni de los que piensan de una manera o de otra. Unos antepasados nuestros hicieron una proeza, y eso debería servir para ir eliminando ciertas singularidades, que me parecen extraordinarias, pero sin recelos y situaciones que no me parecen deseables».