María Teresa Belmonte Saavedra, Maryté para cuantos la conocen, nació en Lugo y vino con su familia a Palencia cuando tenía 12 años. No presume de patria chica ni sufre por el desdoblamiento entre el origen y las vivencias. «Me siento de aquí, como de cualquier otro lugar. Me gusta Palencia».
Precisamente en ese apego a la ciudad en la que ha crecido, en la que se ha desarrollado familiar y profesionalmente y en la que vive, es donde radica un sentimiento que es mezcla de rabia y de tristeza por los cambios negativos a los que ha tenido que asistir. Aquella Palencia comercial no volverá a tener nunca ese carácter porque entre todos hemos ido dejando morir a un sector que cohesiona y hace ciudad. «Me da pena ver tantos locales vacíos», afirma.
Y plantea, categórica, una disyuntiva: «O la sociedad decide mantener su comercio o la ciudad desaparece». Aquí no tenemos una industria generadora de riqueza y de empleo y, si acabamos renunciando a los pequeños negocios de proximidad, esos en los que impera la confianza, el buen consejo y el aprecio a la calidad -y a la conversación-, Palencia se limitará a ser la ciudad-dormitorio en la que ya se ha convertido.
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