«Que yo sea víctima no quiere decir que odie a los hombres»

A. Benito-A. Abascal
-

González es la nueva titular del juzgado , especializado en violencia de género. Víctima reconocida de malos tratos, asume el cargo con la intención de dar a cada uno lo que le corresponda y evitar que ninguna mujer padezca lo que ella ha sufrido

«Que yo sea víctima no quiere decir que odie a los hombres» - Foto: Juan Mellado

Marisol González acude a su entrevista con Diario Palentino acompañada de dos cuadros pintados por su hermano. Se trata de dos réplicas de Berruguete que representan a dos profetas bíblicos: el rey David, paradigma de la valentía, puesto que a pesar de ser un simple pastorcillo logró matar al gigante Goliat con su honda, y al rey Salomón, hijo de aquél y caracterizado por sabiduría y por su sentido de la justicia o, dicho de otro modo, por dar a cada uno lo que le corresponde. Ese es, precisamente, el lema de esta jueza palentina, víctima reconocida de malos tratos que hace solo unos días se hizo con la plaza vacante que dejó su homóloga, Eva Platero Aranda, como titular del juzgado número 6, especializado en violencia de género.

¿Esperaba obtener la plaza? ¿Cómo recibió la noticia?

Esperaba obtener la plaza porque, de todas las personas que habían solicitado el concurso, yo era la primera. Si hubiera querido, también podría haber optado al Juzgado de lo Penal, pero mi primera opción fue el de Violencia de Género porque lo conozco y porque no quiero que ninguna mujer sufra lo que yo he sufrido durante cinco años y medio.

«Que yo sea víctima no quiere decir que odie a los hombres»«Que yo sea víctima no quiere decir que odie a los hombres» - Foto: Juan MelladoHa asegurado que su principal objetivo será «velar por los derechos de todos, tanto de mujeres como de hombres». ¿Teme que algunos utilicen el hecho de haber sido víctima de la violencia machista para poner en entredicho su labor?

Mi labor se puede poner en entredicho en cualquier momento; de hecho, ya se ha puesto en otras ocasiones, pero no me preocupa. Yo voy a hacer lo que tenga que hacer y, como he dicho, dentro del marco de la ley, daré a cada uno lo que le corresponda, ese es mi principal objetivo. Algunas veces estaré limitada, pero mientras pueda, ninguno de ellos se va quedar sin protección. 

Mi condición de víctima, tendría que tomarse con tranquilidad. Ser víctima no quiere decir que odie a los hombres, ni que yo sea una feminista aférrima. Ser víctima es una condición que, por desgracia, he adquirido. He sufrido violencia verbal y física, incluso amenazas de muerte con un chuchillo, no solo durante el tiempo que estuve casada con él, sino también después, durante todo el período posterior, desde la denuncia hasta el momento en que el asunto pasó a disposición judicial, él fue detenido y se me concedió la orden de alejamiento. 

«Que yo sea víctima no quiere decir que odie a los hombres»«Que yo sea víctima no quiere decir que odie a los hombres» - Foto: Juan MelladoTambién más adelante ha habido multitud de quebrantamientos a los que se ha hecho oídos sordos. Incluso el delito principal, por no tramitarse en su debido momento, le ha sido condonado, y eran 20 meses de prisión. Es posible que se le perdone otro, porque haya prescrito, de otros 10, y tengo abierto un procedimiento desde el año 2017 con cientos de quebrantamientos, de toda índole, por los que ni siquiera se le ha imputado.

Usted misma ha contado que cuando se enteró de que su expareja se iba a vivir a Cervera, solicitó el dispositivo electrónico y tardaron en ponérselo más de 15 días, y porque se quejó. ¿Cómo es posible que ocurran cosas como esta?

En mi caso es todo muy anómalo. Es sangriento, ese es el calificativo. Al principio, no sé si es que tuvieron miedo a que fuera una igual a ellos. No lo sé, no entiendo porque no se han adoptado conmigo las medidas que se tienen que adoptar con una víctima, pero lo cierto es que es así. Tardaron quince días en ponerme el dispositivo y ya ese mismo día quabrantó , algo que no ha dejado de hacer en cinco años y medio, menos los cinco meses y medio que estuvo en prisión porque no respetó la medida de alejamiento que tenía respecto de mi hermano. 

¿Sigue portando la pulsera?

Sí, hasta el 2023. 

Y dice que sigue quebrantando el alejamiento. ¿Ha perdido el miedo o ha aprendido a vivir con él?

He aprendido a vivir con él, porque desde el primer momento tuve clara una cosa: mis hijos, que estaban atemorizados, no podían verme como a una persona débil. He ocultado todo lo que he podido la multitud de veces en las que me ha llamado el Centro Cometa estando sola en mi casa. He vivido encerrada, entre mi casa, mi lugar de trabajo y el domicilio de mis padres. Iba a hacer la compra como mucho un día a la semana con mucha cautela y, cada vez que salía, no lo decía. Alguna vez me he marchado con mis hijos y eso es lo único que hemos podido disfrutar estos cinco años y medio.

En su caso, como en el de otras muchas mujeres, la situación también ha repercutido en un hermano, en una amiga y, por supuesto, en sus hijos, que son las otras grandes víctimas de la violencia de género

A mi hermano se lo avisé, porque sabía que iba a ir a por él. Nadie mejor que la víctima para saber cómo se comporta su propio maltratador y, efectivamente, él estaba esperando en una esquina e intentó volcarle de la silla de ruedas, teniendo un 85% de minusvalía. Gracias a Dios, solo le ocasionó una distorsión a nivel muscular en el ámbito dorsal, a la altura del cuello. Tuvo que recibir rehabilitación y aún tiene secuelas, pero como digo, eso fue todo. 

Con mis hijos ha sido mucho peor. Yo al principio no quería que perdieran el contacto con su padre. Soy magistrada, sé todo lo que hay y no lo quería. Mis hijos no me decían nada, estuvieron callándose meses, desde que vinimos a Palencia a finales de agosto del 2015. A partir de esa fecha empecé a llevar a los niños al punto de encuentro. Hasta que tuve la orden de alejamiento, que fue el 30 de abril del 2015, era yo la que me desplazaba con los niños hasta Grijota, donde se les entregaba a una hermana. El sentimiento era de desolación, yo les veía tristes, pero no sabía por qué. Creía que era la situación, porque habían visto los malos tratos, cómo me agredió e incluso el mayor vio cómo me amenazó con un chuchillo con matarme y me preguntó si no me daba cuenta de lo que decía y hacía. De hecho, eso fue lo que me impulsó a tomar la decisión. 

Mis hijos hablaron cuando empezamos a ir al punto de encuentro. El mayor no dormía por las noches y el pequeño se convirtió en un niño de dos años. El primero que habló fue el mayor. Se negó a ir un día de Navidad y me dijo las razones, explotó. Me contó que les amenazaba, especialmente a él, si no le contaban lo que yo hacía en todo momento. También les decía que yo solo buscaba a otro que le supliera... De ellos no se preocupaba absolutamente nada. Además, tengo multitud de cosas que pusieron de manifiesto en el punto de encuentro y que quedaron reflejadas en uno de los informes que motivaron la suspensión del régimen de visitas, entre ellas, las voces que escuchaban constantemente allí e incluso alentar al padre y decirle que si me hubiera matado no estaría en esta situación.

¿Qué fue lo que le animó a dejar el miedo a un lado y denunciar?

Cuando ocurrieron los hechos, mi hijo pequeño tenía tres años y medio, pero ya antes, aproximadamente un año y medio, estaba concursando para marcharme a otro sitio porque a él no conseguía echarle de casa. Me decía que me iba a arruinar la vida, tanto a nivel personal como profesional, que me iba a matar... Esa era la constante. 

En el verano de 2014, que él ya estaba totalmente desequilibrado, tomé varias decisiones, entre ellas no dirigirle la palabra. Eso le enfureció, porque hasta entonces no había hecho nada al respecto, de alguna manera, siempre había cedido. Decidí que se acababa después de que me lo dijera mi hijo, pero él no lo admitió y lo llevó cada vez peor. Yo le veía cada vez más agresivo, mi amiga Isa me lo decía, me preguntaba si no tenía miedo y me advertía de que me iba a hacer algo, pero yo pensaba que no se iba a atrever. Siempre piensas que no va a llegar a esos extremos. 

Por eso, empecé a buscar opciones para conciliar mi vida laboral y profesional. Mi idea era divorciarme, pero a la vez era dependiente, ese es el gran problema que la gente no entiende. Tu cabeza te dice una cosa y tu corazón otra. En el fondo quería pensar que él todavía podía cambiar si nos íbamos. Él nunca quiso venir a Castilla y León y luego he sabido por qué: es una persona totalmente manipulada por parte de su familia. Como no me dieron los otros concursos, pedí Palencia, para estar cerca de mis padres y mi hermano, y porque quería venir a mi tierra. Ahí explotó todo, los dos primeros días él estaba encantado, pero después se enfureció y empezaron los insultos constantes, empujones, de todo. No me llegó a agredir hasta el final, eso es verdad, pero cuando vi que venía a por mí, fue cuando le grabé. Sabía que iba a ser inminente, que no podía defenderme y que no tenía que hacerlo para que no concurriera en mi ninguna causa que pudiera repercutir en mi profesión.

A veces tendemos a pensar que la violencia de género solo se produce en determinados ambientes. Sin embargo, su caso o el de la cirujana de Paredes de Nava asesinada el año pasado demuestran que esta lacra no entiende de clases

Arrastramos una idea y, sin querer, hay mucho machismo. El hecho de que una mujer esté posicionada económica y socialmente nos hace pensar que a ella no le va a pasar, porque tiene una cierta independencia. A mí mucha gente me pregunta por qué no me divorcié antes y yo siempre les contesto que no han concurrido las circunstancias, que no me ha dejado y que tenía que sopesar absolutamente todo: el bienestar de mis hijos, la persecución a la que iba a estar sometida, cómo me iba a repercutir... Eso le puede haber pasado también a la cirujana de Paredes.

No hay un patrón de conducta en cuanto a la víctima, sencillamente, por las circunstancias, te ves envuelta en esta situación. Yo, por ejemplo, llevaba desde muy joven con él y para mí lo era todo. Siempre me apoyó y jamás pensé que iba a hacer esto. Como digo, no creo que haya ningún patrón entre las víctimas, así como para maltratadores sí. Yo les tengo clasificados en dos tipos: los que nacen y los que los hacen. Las consecuencias, eso sí, son las mismas. El maltrato lo sufres igual y ellos incluso llegan a disfrutar de la situación, viendo cómo tú, que eres mujer y tienes menos fuerza física, no puedes reaccionar con la violencia, que es lo que ellos emplean.

También hay ciertas actitudes entre los jóvenes que dejan mucho que desear y que hacen que la violencia esté muy presente en sus relaciones a través, sobre todo, del control. ¿Qué opina al respecto?

Ante eso solamente se puede educar, pero el que estemos constantemente viendo en televisión hoy una, a la semana siguiente otras dos, otro día otra y sus hijos, y que estas personas salgan prácticamente impunes, alimenta este tipo de conductas. Por eso, siguen haciéndolo, y cada vez se atreven a más. Solo cuando se les pone un límite es cuando retroceden, porque en realidad suelen ser cobardes, muy cobardes, pero mientras no se les frene... Por eso hay que legislar adecuadamente. La ley deja mucho que desear, ya no solo en cuanto a los castigos por los delitos que puedan cometer, sino sobre todo respecto a los quebrantamientos. 

También hay mucho que hacer en cuanto a prevención

Sí, a nivel educativo, pero también es verdad que cuando tú ves en los medios de comunicación este tipo de información, es lo primero que salta a la vista. Quieras o no, te sumerges en esta dinámica. Tienen que cambiar las cosas, darse la vuelta, yo tampoco estoy a favor de que una mujer denuncie indebidamente a un hombre y salga él detenido y a disposición judicial haya hecho o no haya hecho nada. Hay mujeres que utilizan estos medios para conseguir una mejor posición en el divorcio, y esto también se tiene que controlar. 

Usted saltó a la palestra hace dos años, cuando en una entrevista con Diario Palentino aseguró que, en aquel momento, llevaba tres años viviendo «un infierno» como víctima de la violencia y para «clamar justicia». ¿Qué fue lo que le animó a hacer pública su situación?

Mi desesperación. Al principio mi única voluntad era ocuparme del juzgado que tenía y sacar adelante a mis hijos. Por eso, a pesar de los quebrantamientos, no tenía control de las cosas. Delegué en un profesional cuya labor dejó mucho que desear, pero a lo hecho pecho. 

Después, cuando empecé a ver lo que había, insté a un proceso de modificación de medidas y decidí cambiar de abogado. Ahí abrí los ojos en cuanto a lo que tenía en frente, y aunque suene mal decirlo, analicé a los abogados que entraban a celebrar juicios conmigo para elegir a alguien capaz de llevar este tema sin miedo. Elegí a Elena Pinacho, y lo poco que se ha conseguido ha sido gracias a ella y a la Asociación Clara Campoamor. 

Como digo, fue la desesperación la que me llevó a hacer público mi caso. Sé lo que hay que hacer y conmigo no se ha hecho, no se me ha tratado como víctima, sino como magistrada. Le tuve que grabar para acreditar al mundo que, efectivamente, era así, y lo he sacado en Telecinco, el trozo de la grabación donde me amenazaba con el cuchillo. Yo me arriesgué a todo eso y más porque sabía lo que se me venía encima.

Eso, por desgracia, ocurre mucho, que se ponga en duda la versión de la víctima

Mucho. En realidad es él quien tiene que demostrar que es inocente, pero aquí se invierten los papeles. Eres tú la que tienes que demostrar que realmente él te ha agredido. ¿Y cómo lo acreditas? O te arriesgas, o corres el riesgo de que no te crean, y aún así, teniendo pruebas objetivas, no se hace nada.

Denunciar es, sin duda, el primer paso para escapar de la violencia machista. También es importante en la lucha contra un problema que, por desgracia, aún está muy presente en nuestra sociedad, puesto que sirve de ejemplo para mujeres en la misma situación.

 

De ahí la importancia de su actitud, pero la realidad es que, aún hoy, la mayoría de las mujeres asesinadas a manos de sus parejas no habían denunciado previamente

Es así, muchas de ellas no denuncian y son las verdaderas víctimas, las que llevan aguantando años y años. A mí fue mi hijo quien me impulsó, a pesar de que hacía tiempo que me veía reflejada cada vez que tenía una víctima de violencia de género. ¿Qué podemos hacer? Legislar debidamente para que la víctima sea tratada como tal, no que se la señale por ahí como que fuera un verdugo.

Para finalizar, en lo que va de año, 35 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en España, con ellas, son 1.068 las mujeres asesinadas desde el 1 de enero de 2003, cuando se empezaron a contabilizar oficialmente. ¿Cómo valora estos datos?

Pues como todo el mundo, esto es una lacra social y hay que pararla. Desde el año 2004 que entró en vigor la Ley de Protección Integral de la Violencia de Género y con las modificaciones que ha habido en cuanto a las penas en el Código Penal, no se ha hecho nada más. 

Tenemos actualmente un Gobierno progresista, que alardea de que protege los derechos de las mujeres y de los menores, así que, ¿qué mejor ocasión para hacer una buena reforma en este sentido? Si lo hacen, la mejor fuente de conocimiento de la situación para que se pueda regular debidamente, son las propias víctimas y sus vivencias. Eso es lo que puede dar lugar a una verdadera regulación. Por supuesto, esa reforma tiene que incluir un incremento de las penas, para los maltratadores y para las mujeres que denuncian cuando no deben, y mayor protección para los niños, que son tan víctimas como sus madres y arrastran secuelas muy importantes.