Su madre no quería que echara las cartas, pero Carmela Haro Cisneros se sabía en posesión de un don que otros no tienen y quería aprovecharlo. «Es algo con lo que se nace, no algo aprendido o buscado; todo está en mi mente, no conozco ni trato a otras videntes, soy yo misma la que desarrollo lo que llevo dentro», explica. Podría haber renunciado a eso que ella llama «ramalazos» y que explica como si se tratara de pálpitos, de corrientes nerviosas que la recorren y mantienen alerta cuando va a pasar algo, pero no lo hizo.
Sí es verdad que durante muchos años estuvo trabajando en la pescadería con su marido, sin apenas tiempo para otra cosa que no fuera vender y ocuparse de su familia, pero también lo es que ya entonces echaba las cartas a algunas clientas de confianza y que cuando pudo dejar el negocio, se volcó en la dedicación que antes le había negado. Y no se arrepiente. Nunca ha entrado en sus cálculos. Asume lo que es y lo que puede hacer y sabe que no ayudar a quienes acuden a ella en demanda de respuestas y de certezas, aunque sean mínimas, sería contraproducente. «Echar las cartas me da energía porque sé que ayudo a la gente», asevera.
Así de sencillo y de complicado a un tiempo y así de natural, sin forzar las respuestas o las explicaciones a esa capacidad que la empuja a vislumbrar presentes y futuros cuando echa las cartas a quien así se lo demanda. «No todas las personas quieren conocer la totalidad de lo que yo veo». Y es que su ramalazo, su pálpito o su energía interior provocan cierto respeto y, en ocasiones, quien pregunta por el amor, la familia o el porvenir, quizá se eche atrás a medida que ella se lo va desvelando.
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