Aquel verano del 61

Wolfgang Berg
-

Wolfgang Berg rememora el tercer curso del Club de Amigos de Alemania que se organizaba en Palencia y al que asistió tras un aventurero viaje en moto que duró 17 días.

Aquel verano del 61

En el verano de 1961 yo era un joven estudiante de ingeniería en la Univesidad de Braunschweig , al norte de Alemania, en el estado de Baja Sajonia. En el tablón de anuncios de la universidad vi un cartel que anunciaba un curso de español en una ciudad española totalmente desconocida para mí como era Palencia. Como estaba interesado en España y en su idioma, decidí participar en aquel curso y así comenzó mi historia con esta ciudad.


El viaje desde Alemania hasta Palencia fue una auténtica aventura. Mis recursos económicos eran muy limitados y para realizar aquel viaje utilicé una motocicleta cuya cilindrada era de 50 centímetros cúbicos, una potencia de 1,5CV y una velocidad máxima de 45 kilómetros por hora. Mis compañeros de la universidad consideraban aquel viaje como una misión imposible. Pero como yo quería hacer realidad el proyecto, me puse en marcha con dirección hacia Palencia el 24 de julio, un poco antes de las cinco de la madrugada. Llegué a mi destino diecisiete días después, el 10 de agosto, y aquel viaje se convirtió en el más aventurero de mi vida.


Mi ruta de camino hacia Palencia me llevó hasta Suiza. Crucé los Alpes. Después atravesé Francia y llegué a los Pirineos. En ocasiones, mi modesta moto se averiaba, pero mis conocimientos de mecánica me permitían reparar las averías y seguir hacia adelante, pues mi destino final era Palencia, una ciudad de la que no sabía nada de ella. 

Aquel verano del 61 Aquel verano del 61


Después de un viaje tranquilo a lo largo del Mediterráneo, los Pirineos aparecieron a la vista y me sumergí en paisajes que nunca había conocido antes. Las impresiones y los esfuerzos durante el viaje, a través y a lo largo de esta cordillera, se convirtieron en la experiencia más impresionante y desafiante de todo el viaje y todavía forman mis memorias de un país maravilloso.

Particularmente recuerdo mis primeros contactos con campesinos trabajando con métodos típicos en sus campos. Conocer situaciones fascinantes similares fue posible para mí, porque podría correr con mi motocicleta por caminos secundarios pequeños, que normalmente solo se utilizaban para trabajos agrícolas.


A lo largo del mar Cantábrico continué hasta Santander y cerca de Santillana del Mar visité las cuevas de Altamira. Al final llegué a Palencia en la tarde de aquel jueves 10 de agosto de 1961, con unas pocas gotas de gasolina en el depósito de la moto y mis últimas tres pesetas en el bolsillo, que las empleé para comprarme un helado.


En mi camino a Palencia aprendí lo útil que puede ser cuando llegas a un lugar por la noche y no sabes dónde puedes dormir. Cuando pregunté a un peatón, solo me dijo: «toque las palmas». Así lo hice y poco después apareció un vigilante nocturno con un gran manojo de llaves y un palo. Todo eso era nuevo y muy interesante para mí. Pasé mi primera noche palentina en el albergue juvenil del Campo de la Juventud, a donde llegué muy cansado tras aquel largo viaje.


El curso de español del Club de Amigos de Alemania tendría una duración desde mediados de agosto hasta mediados de septiembre. Mi estancia en Palencia se prolongaría durante cinco semanas, un tiempo más que prudencial para aprovecharlo al máximo, aprendiendo español y conociendo la cultura y las costumbres del país. A los pocos días de estar en Palencia, y a poco de comenzar el curso de español, los alemanes participantes en el mismo conocimos allí el triste inicio de la construcción del Muro de Berlín, símbolo de la división de nuestro país en dos estados independientes durante más de 40 años.


Durante mi estancia en Palencia viví en la calle de Fernando el Magno con la familia García Caballero, a la que aún recuerdo con mucho cariño, pues además de acogerme calurosamente, cuidó de mí durante todo el curso de español. El curso del Club de Amigos de Alemania daba la oportunidad de alojarse en un hotel o pensión o con una familia. Yo preferí lo segundo, pues ello me permitiría conocer mejor la vida española. El señor García me ayudaba con frecuencia a corregir mis escritos y su hija me fue de mucha ayuda, pues se fijó el objetivo de enseñar gramática al huésped alemán que tenían en casa; empeño en el que no descansó en ningún momento. En la planta baja del edificio donde viví durante mi estancia en Palencia había un taller mecánico de motos donde también me ayudaron, pues pude guardar en él mi motocicleta, lo cual me vino muy bien para cuidar de ese potro mecánico que me había llevado hasta Palencia.


Recuerdo gratamente el Club de Amigos de Alemania y su buen ambiente, tanto con los compañeros alemanes del curso de español como los buenos ratos pasados con sus socios. Los miembros del Club de Amigos de Alemania nos acompañaban y nos ayudaban. Nos enseñaron canciones típicas (todavía recuerdo algunas de ellas), nos ayudaban y corregían en nuestro aprendizaje del español. En el club se pasaban muy buenos ratos y juntos terminábamos el día –como decían allí- dando una vuelta por la calle Mayor.


No todo eran clases y conferencias, también había excursiones. Aquellos viajes de actividades complementarias del curso de español me permitieron conocer Palencia y otras provincias y compartir con sus gentes algunos de sus momentos de fiesta. Recuerdo la visita a la Batalla de Flores en Laredo. ¡Qué gran esfuerzo de los grupos participantes en la realización y decoración de las carrozas! Había vehículos bellamente decorados con grandes flores y bonitas chicas, así como réplicas de casas y una carabela de Cristóbal Colón decorada con mucho cuidado. Muchas otras carrozas eran empujadas por las calles y ofrecían motivos maravillosos para el cine y la fotografía. 


Recuerdo la visita y participación en los encierros de Villarramiel, algo novedoso y desconocido para nosotros, y que inmortalicé grabándolo con mi tomavistas. Las visitas a los pueblos de la Tierra de Campos con sus muchas obras de arte en todas sus iglesias. Lo espectacular de la montaña, donde conocí el pantano de Compuerto cuando se estaba terminando su construcción. Las obras de arte del Camino de Santiago. Y, sobre todo, la hospitalidad de las gentes de estos pueblos, como en nuestra visita a Cisneros, donde fuimos recibidos a la entrada del pueblo por las autoridades y sus danzantes como si fuésemos unos ilustres visitantes. 


Coincidiendo con la celebración del curso de español tuvieron lugar las fiestas de Palencia. Fueron unos días especiales para todos en los que tuvimos la oportunidad de conocer un poco más de las costumbres del país y de los palentinos. Las fiestas de Palencia tenían su reina y sus damas y el Club de Amigos de Alemania participaba con su dama de honor elegida durante una fiesta en la Pista Bolonia. Una fiesta con orquesta y baile. En el Bolonia se celebraron varias fiestas en honor a los estudiantes alemanes, donde también vimos cómo a la hora de bailar éramos algo diferentes y nos miraban con extrañeza por nuestra forma de bailar separados y no tan agarrados como bailaban los españoles.


Los alumnos alemanes del curso de español éramos algo extraño en la vida cotidiana de aquella ciudad y nos trataban de maravilla. Especialmente el pelo rubio de mi amigo Jürgen Durry fue, obviamente, una sensación. Lo percibió y hasta pensó en teñírselo de oscuro. 


Al comienzo de las fiestas también tuvo lugar en la piscina del Campo de la Juventud un concierto especial de la Banda de Música en nuestro honor. El día de San Antolín la ciudad se llenó de gente y mucho más los soportales de la calle Mayor, como consecuencia de la lluvia que cayó. De aquellos días de fiesta, por mi afición a las motos, recuerdo las carreras organizadas en la ciudad, donde competían las marcas Ducatti y Montesa, llamando mucho la atención la falta de protección y seguridad que había para los espectadores de aquella competición por las principales avenidas de la ciudad. 


Durante las fiestas asistimos a una corrida de toros, la localidad a la sombra no era muy cara: 200 pesetas. Fue una corrida en la que entre los toreros había uno palentino y en la que también admiramos la maestría a caballo del rejoneador Domecq. Otro día asistimos a la misma plaza de toros para ver la representación nocturna de una zarzuela.


La primera imagen que tuve de Palencia cuando ya estaba próximo a la ciudad fue la de su escultura del Cristo del Otero. Siempre he recordado las buenas semanas que pasé en Palencia en aquel tercer Curso de Español del Club de Amigos de Alemania. Los muchos contactos que tuve con las gentes de la ciudad y de sus pueblos, donde los paisajes y las costumbres eran tan diferentes a las de Alemania. Pude hablar con los campesinos de los pueblos e incluso me permitieron filmarlos con mi cámara tomavistas en sus trabajos de la cosecha, los cuales eran desconocidos para mí. Recuerdo lo mucho que trabajaban en verano y lo poco que dormían durante el tiempo de la recolección. Cómo exprimían el grano en las eras con unos aperos llamados trillos, que para mí eran desconocidos y me parecían trineos, y cómo, después, lo arrojaban con rastrillos al aire. Pasados los años, recuerdo la dura vida de aquellas personas en aquellos pueblos de la Tierra de Campos donde el clima y el trabajo habían dejado huella en sus rostros.


La ciudad también era muy diferente a las ciudades de mi país y los alumnos del curso de español del Club de Amigos de Alemania teníamos que ir día a día aprendiendo sus costumbres. La figura del vigilante nocturno, que por dos o tres pesetas te habría con sus llaves la puerta de cualquier portal, no fue la única. Nos llamaba la atención algunas cosas tan peculiares como era su control de tráfico, algo nuevo para nosotros. La ciudad no tenía semáforos y el tráfico de vehículos era ordenado por un agente vestido de blanco con una especie de gorro tropical del mismo color que era quien, con un silbato, regulaba el poco tráfico de vehículos existente. 


No solo el tráfico de coches trajo impresiones inusuales para mí, sino también me fue bastante extraño el comportamiento de los peatones en el paso a nivel del ferrocarril, pues con las barreras bajadas, éstas no evitaban que la gente pasase por debajo de ellas si no se acercaba ningún tren.


El Club de Amigos de Alemania tenía su domicilio en un portal de los soportales de la Calle Mayor, nos contaron que unos años antes se había rodado una película con el título del nombre de la calle principal. Y muy cerca del Club, en el cruce que llaman Cuatro Cantones, siempre estaba la figura del guardia vestido de blanco. En los ratos libres del curso podíamos disfrutar del río bañándonos en sus aguas o ir a la piscina del Campo de la Juventud, donde, curiosamente, hombres y mujeres tenían establecidos horarios de baño separados, algo que también nos llamaba mucho la atención. Preferíamos el río, pues en la piscina no te dejaban tumbar en la hierba para que no se estropeara y donde también había normas en cuanto al tipo de bañador que debías vestir.


El 20 de septiembre, aún de madrugada, tras un café y un poco de pan, me despedí de Valentín García y su familia. Cogí mi moto y emprendí el regreso hacia Alemania cuando aún Palencia estaba cubierta por un cielo estrellado. Según me iba alejando, atrás quedaban aquellas calles de una ciudad de la que me llevaba para Alemania un estupendo recuerdo. En mi equipaje, con mis diapositivas y mis películas, me llevaba parte de esta tierra y sus gentes. Si mi viaje de ida había sido una aventura, el de vuelta no lo fue menos. 


Han pasado casi sesenta años de todo aquello y aún recuerdo con cariño esos días y esas semanas de aquel entrañable verano. Mirando hacia atrás, me alegro de haber podido conocer Castilla, con esa antigua capital que era Palencia y sus ciudades históricas y pueblos interesantes. Y todo ello en una época, al inicio de la década de los años sesenta, en la que las estructuras rurales y sociales todavía no habían sido modificadas por el turismo. 


Volví a Palencia hace dos años en un viaje que definí como de recuerdos y añoranzas. Casi sesenta años después me reencontré con aquella ciudad a la que, siendo un joven universitario, llegué hasta ella con el interés de aprender español. Todo es muy diferente. Ya no hay vigilantes nocturnos. Los guardias no visten de blanco y hay muchos semáforos. La calle Mayor sigue con sus soportales y es solo para los peatones. El cruce ferroviario también ha sido modernizado y ya no hay barreras. La ciudad, en muchos de sus rincones, guarda poco parecido con la que en su día filmé con mi cámara. Los pueblos se han modernizado mucho, aunque casi están despoblados, y ya no hay trillos en sus eras. Volví a pasear por aquella ciudad de mi juventud y volví a visitar el Club de Amigos de Alemania. 


Palencia y la Tierra de Campos siguen estando en mi corazón y en mi memoria.