Una crisis que se ceba con los pobres

Agencias
-

Miles de personas denuncian que, después de un año desde el inicio de la COVID, viven una situación límite sin medicinas ni calefacción

Gracias a las organizaciones solidarias muchos ciudadanos han contado con la ayuda necesaria para poder sobrevivir.

Darse de baja de internet, desenchufar los radiadores, hacer pañales con sábanas o pedir ayuda para medicinas son vías a las que están recurriendo muchos jóvenes emancipados, familias con hijos o mujeres solas en situación precaria, a quienes no llega un sistema de protección social desbordado por la pandemia un año después del inicio de la crisis sanitaria.

«La Administración ha funcionado según las reglas, pero tenemos unas prestaciones que tienen sus límites y el sistema de protección social no está concebido para este impacto», explica la coordinadora de estudios sociales de Funcas, Elisa Chuliá.

En España, añade la socióloga, existe un sistema de pensiones «potente» que protege «razonablemente bien» a los mayores, algo que no ocurre con otra parte de la población como son los jóvenes desempleados o las personas sin una carrera de cotización suficientemente extendida para recibir prestaciones contributivas.

«Muchas de ellas ya han formado sus propias familias y es la población que se ha visto más golpeada, en especial los menos cualificados y con trabajos más inestables o del sector informal».

La profesora de Sociología de la UNED opina que es prematuro conocer en detalle el impacto, sin embargo, considera que todos los indicadores sociodemográficos -edad de emancipación, tasa de fecundidad, reducción del número de matrimonios-, van a verse afectados.

«La clave es cuánto tardamos en absorber el impacto de la crisis. ¿Esto nos va a conducir a otra senda o a una especie de desvío? Pienso que va a ser un pequeño desvío y tardaremos unos años en absorber el impacto ocasionado en todos los campos, todo dependerá de la evolución de la economía».

Esta crisis, no solo está «atacando prioritariamente a familias con menores a cargo, sino también a quienes no podrán en el corto plazo formar familias ni, seguramente, reproducirse», subraya.

 

Sin apoyo

El vicepresidente de la asociación La Incolora, en el barrio madrileño de Villaverde Alto, explica que está ayudando con los gastos de medicinas (entre 80 y 90 euros al mes) a Jessica, una desempleada de 46 años, sin apoyo familiar y enferma de cáncer.

A Jessica le diagnosticaron hace dos años un cáncer pulmonar y de colon, que va superando poco a poco, pero lo está pasando «fatal» porque la economía la está ahogando.

Aparte de los fármacos, tampoco le llega para los pañales que necesita (uno de los efectos secundarios de la quimioterapia es la diarrea): «He cortado sábanas para hacer pañales», pero «a veces no tengo ni detergente para lavar».

El casero y una amiga ayudan en lo que pueden con la alimentación, porque hay días en los que no ha tenido ni para comer. «Estoy en el límite, pero estoy sola y no me puedo rendir. En el mundo estamos solos y tengo que salir adelante», afirma Jessica, quien tiene toda su confianza en recibir la renta mínima.