La candidez personificada en Espinosa de Cerrato

Fernando Pastor
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La candidez personificada en Espinosa de Cerrato

Como último capítulo de las aventuras de los mozos cerrateños para procurarse suculentas meriendas a costa de sus vecinos, relataremos avatares y la suerte de topar con un vecino cándido con gran dosis de bonhomía.

En una ocasión una cuadrilla quería entrar en un corral de Palenzuela y para ello se quedaron a dormir el día anterior en la gloria de la casa. Los ronquidos de uno de ellos, al que llamaban Cachuelas, estuvieron a punto de desvelar a los propietarios, por lo que otro de la cuadrilla, Feliciano, cogió un puñado de pienso compuesto que había allí y se lo echó en la boca a Cachuelas cuando la abría por el ronquido. Cuando despertó estaba malísimo.

Tampoco lo pasó muy bien Presti, en Fombellida. Cuando entró en un palomar de Don Pedro a coger palomas. Entró por una tronera del tejado pero luego no pudo salir, por lo que  su compañero, Ernesto, tiró de él y le desolló todo el pecho. Estuvo mucho tiempo en la cama sin poderse mover.

La candidez personificada en Espinosa de CerratoLa candidez personificada en Espinosa de CerratoEl propio Presti, junto con Ernesto, Crisóstomo y otros fueron la víspera de la fiesta de la Virgen del Rosario a coger conejos de una hura, y derribaron varios adobes de una casa en construcción que había al lado.

El día de San Antolín cogieron dos gallinas y Crisóstomo se encargó de guisarlas, pero no sabía cocinar. Lo estaba intentando detrás de la casa de la señora Elpidia, y esta viendo que solamente había troceado las gallinas y las había colocado encima de un ladrillo, le dijo «anda, quita de ahí», y le ayudó; al menos a echar los condimentos.

En Espinosa de Cerrato era tradición que los quintos fueran pidiendo por las casas comida o dinero para comprarla, para hacer sus celebraciones. Después las viandas se las cocinaban en el bar de la señora Juliana. 

La candidez personificada en Espinosa de CerratoLa candidez personificada en Espinosa de CerratoEn una ocasión le cogieron el carro a Eustolio, el herrero. Le engancharon 7 burros en reata y así recorrieron el pueblo en busca de la recaudación. Cuando llegaron a la casa del señor Sergio, este les invitó amablemente a entrar, y mientras buscaba algo de comida para darles les sacó un porrón de vino para que bebieran. Sin embargo los quintos aprovecharon para colarse en el corral y coger el gallo que tenía el señor Sergio. Inmediatamente lo llevaron al bar de la señora Juliana, y cuando estuvo cocinado se lo comieron.

Cuando el señor Sergio vio que le faltaba el gallo les llamó y les dijo «lo que me habéis hecho no os lo perdono, os voy a denunciar a la Guardia Civil». Aniano, uno de los quintos, intervino: «Señor Sergio, no fastidie, ¡cómo nos va a denunciar a la Guardia Civil!; díganos cuánto vale el gallo, se lo pagamos, y asunto zanjado». El señor Sergio quiso contemporizar: «¿Entonces estáis dispuestos a pagármelo?». Y Aniano: «Que sí, descuide, un día nos pasamos por su casa y ajustamos el precio».

Pasaron varios meses sin que los quintos cumplieran su compromiso, pero un día se enteraron de que el señor Sergio había hecho matanza, y decidieron que era el momento adecuado para visitarle y ajustar el precio del gallo. Llegan a su casa, le dicen a lo que van, y el señor Sergio les vuelve a invitar a pasar. En su infinita candidez le dice a su mujer «Tomasa, saca unas morcillas y vino a estos quintos». Fue pasando el tiempo comiendo productos de la matanza y bebiendo el vino del señor Sergio, hasta que ya se marcharon sin que en ningún momento hablaran para nada del precio del gallo, ni por supuesto de pagarlo.