Carmen Casado Linarejos

Epifanías

Carmen Casado Linarejos


Libertad

25/01/2022


Es la palabra más manoseada por los políticos con la que cubrir torpezas, engaños y agravios. Utilizada para crear sintagmas como libertad de conciencia, libertad de pensamiento o libertad de expresión se justifica lo injustificable. Y no me refiero a las decisiones judiciales, muy respetables, sino a esa nueva inquisición cuyos tribunales son Twitter, Facebook y otras plataformas en las que, amparados por el anonimato, se vomita el odio y la imbecilidad más repugnantes, a la vez que se condena impunemente a quien se arriesga a expresarse de modo que no gusta a los que se sienten concernidos o molestos por opiniones distintas a las suyas.
Hemos construido una sociedad sobreprotectora basada en la infantilización de un mundo que tiene que ser correcto, fácil y que no dañe a nadie. Una sociedad enfocada hacia una nueva religión que sacraliza los sentimientos. Es una perversión buenista que anima a arrastrar a la hoguera a los discrepantes. Que premia la delación -véase el caso catalán que garantiza una recompensa a quien delate a quienes hablan español en la escuela- y lincha mediante la difamación y el acoso en nombre de la libertad de expresión. Libertad que niegan a quienes no se someten a sus leyes. 
La corrección política imperante es otro modo de coacción, no solamente de las conciencias, sino también del lenguaje. Es tal la fuerza que se ejerce sobre nuestro modo de pensar y de expresarnos que, inevitablemente, nos lleva a reflexionar sobre los límites de la moral y de la libertad de expresión. No creo necesario mostrar ejemplos. Por desgracia se observan aberraciones expresivas como las que exhibe el llamado lenguaje inclusivo, o la búsqueda de perífrasis pesadas e innecesarias para eludir el nombre correcto de las cosas. Coincidí en mi paseo diario con una conocida que sacaba a su mascota. Le dije, con el deseo de ser amable, que tenía un perro muy simpático, a lo que me respondió agriamente que su mascota es niña. A este respecto, hemos de recordar inevitablemente, los estériles y destructivos debates acerca de los toros. Nos hemos instalado en una sociedad sobreprotectora, sociedad vaselina, capaz de vetar y emascular la realidad más evidente en nombre de un sentimentalismo cobarde y blandengue que hace mucho daño. Es lo que ha ocurrido con las nefastas declaraciones del ministro Garzón sobre los animales que nos alimentan a los que pretende proteger en detrimento de los ganaderos.
Termino con una pregunta que todos debemos hacernos: ¿Quién decide lo que es políticamente aceptable y lo que no lo es?.