Nació en La Sota de Valderrueda (León) en 1941 en el seno de una familia con ganado y labranza en la que había muchas bocas que alimentar y en la que todos echaban una mano para salir adelante. Y es que Heliodoro González de Prado -Doro para todo el mundo- fue el menor de catorce hermanos. «En mi casa no sobraba el dinero, pero nunca faltó de comer. Íbamos a la escuela, ayudábamos a mi padre en todo lo que podíamos y a medida que nos hacíamos mayores buscábamos trabajo», asevera.

Su memoria de infancia es la de la vida «en un pueblo muy bonito, donde los niños jugábamos en la calle». Y, al salir de la escuela, le llevaba la comida a su padre, que estaba trabajando en el campo, además de alimentar a los animales. 

Estrenó su vida laboral a los 14 años en la mina, un trabajo duro que empezó a curtir a aquel  muchacho hasta el punto de no quejarse nunca de dar el callo y alargar los horarios tanto como fuera necesario para terminar las tareas en condiciones y alcanzar la excelencia en cada momento. Cuando se jubiló su progenitor, uno de los hermanos, que era policía en Palencia, se trajo a los padres, a otra hermana y a Doro a la capital del Carrión. 

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