Diez años sin el enemigo público número uno

M.R.Y. (SPC)
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El 2 de mayo de 2011, la 'operación Lanza de Neptuno' acabó con la vida de Bin Laden, el hombre que sembró el caos tras del 11-S

Diez años sin el enemigo público número uno - Foto: AP

«Gerónimo identificado... Gerónimo muerto en acción». Con esas dos frases comenzó y terminó la operación Lanza de Neptuno, una intensa misión que acabó con una de las mayores amenazas mundiales: el entonces enemigo público número uno y líder del grupo terrorista Al Qaeda, Osama bin Laden.

Aquel 2 de mayo de 2011 culminó un operativo que se inició tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos -que supusieron un antes y un después en la historia de los ataques yihadistas- y que se intensificó con la llegada de Barack Obama a la Presidencia del país, el 20 de enero de 2009, quien planteó, poco después de su llegada al poder, la búsqueda de Bin Laden como «máxima prioridad» y exigió a los servicios de Inteligencia que «cada 30 días» hubiera «encima de mi mesa un informe de nuestros progresos».

Fue apenas un año más tarde, precisamente, la víspera del noveno aniversario del 11-S, cuando se recibieron las primeras pistas fiables: el dirigente yihadista, a quien se había perdido la pista una década antes, había sido localizado en un edificio de la localidad paquistaní de Abbottabad, a unos 50 kilómetros de Islamabad.

El complejo residencial, hasta donde llegaron los servicios secretos persiguiendo a un contacto Al Qaeda, comenzó a ser vigilado. En su interior había cuatro hombres, cinco mujeres y una veintena de niños. No tenían teléfono fijo ni internet y quemaban la basura en vez de dejarla en contenedores. Sus ocupantes apenas pisaban la calle, pero uno especialmente no salía del recinto: le apodaron El Paseante, ya que solía dar caminatas en una zona ajardinada. Cerca de esa vivienda se encontraba una base militar paquistaní, pero la Casa Blanca optó por no informar a las autoridades locales ante el temor de que pudiera haber filtraciones a los talibanes o a la red terrorista del buscado. Era septiembre de 2010 y el seguimiento acababa de comenzar.

No había mucho tiempo para dejar escapar la oportunidad de acabar con Bin Laden, en caso de que, como todo apuntaba, fuera él quien se escondía en Abbottabad. Por eso, en marzo de 2011 se planteó la primera intervención: un ataque aéreo sobre el complejo, un operativo que evitaba la pérdida de vidas estadounidenses, pero que Obama desechó, ya que supondría la muerte de esa veintena de niños y, seguramente, más civiles de la zona.

Finalmente, se optó por una excepcional misión emprendida por un equipo de operaciones especiales (SEAL) que se desplazara en helicóptero desde Afganistán, entrara en la vivienda y saliera antes de que los paquistaníes se dieran cuenta de la incursión. Esta actuación recibió luz verde el 29 de abril de 2011 con posturas encontradas: Obama y el director de la CIA a favor, Hillary Clinton -entonces secretaria de Estado-, con serias dudas, pero también a favor, y Joe Biden -en 2011 vicepresidente del Gobierno- contrario al operativo hasta estar totalmente seguros de que el objetivo era, realmente, Bin Laden.

A primera hora de la tarde del domingo 1 de mayo -ya lunes 2 en Pakistán-, comenzó la operación Lanza de Neptuno, que se prolongó durante 20 minutos eternos. Los SEAL se desplegaron por las habitaciones en busca del objetivo mientras que en la Casa Blanca contenían la respiración siguiendo el operativo en directo. Vieron cómo los soldados recogían el cuerpo de Gerónimo -nombre en clave para Bin Laden- en una bolsa y se lo llevaban para, una vez identificarlo, arrojarlo al mar sin presentar pruebas: Obama se opuso a difundir fotos del cadáver porque, aseguró, no quería mostrarlo como un trofeo. Sin embargo, levantó las dudas en todo el planeta.

EEUU creyó entonces que, con la muerte de Bin Laden, erradicaría el yihadismo. Pero se equivocó. Diez años después de la muerte de uno de los más terribles líderes terroristas de la Historia, la amenaza no solo permanece, sino que se ha fortalecido. Al Qaeda ha dejado de lado sus ofensivas en Occidente para sembrar el terror en países islámicos. Pero sirvió de germen para otros muchos grupos, como el Estado Islámico, cuyo final se antoja aún muy lejano.