La Premier y el peso de la competencia

Diego Izco
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Ni el Real Madrid pudo con el ritmo del Chelsea ni el PSG con el empuje del City: una Liga poderosa crea 'grandes' poderosos. El caos alrededor del 'falso nueve', otra lección magistral de Guardiola

El madridista Kroos pugna por el balón con N´Golo Kante (i), del Chelsea. - Foto: JUANJO MARTÍN

Como a estas alturas ya solo quedan los mejores, hay una teoría nada desdeñable que viene perfecta para describir la exuberancia física de Chelsea o Manchester City sobre Real Madrid y PSG, respectivamente:puedes comprar o generar talento, y puedes ganar unas semifinales y una Copa de Europa porque el talento es el desequilibrio perfecto en eliminatorias que se deciden en detalles. Pero ese talento, igualmente, hay que ponerlo a prueba, madurarlo, aprender a convivir con él, a que mejore, a que encuentre alternativas en los momentos de máxima exigencia... Y de estos últimos, ¿cuántos tienen Madrid o PSG a lo largo del año? Días contados. En Inglaterra, donde se reparte el dinero de las televisiones de forma muy equilibrada desde hace tiempo (y así tienes a Wolves, Leicester, West Ham, Everton, etcétera, capaces de tumbar a cualquiera), el talento y el físico está en permanente evaluación. En Madrid y en París, al menos en la ida, se notó una barbaridad. 


Combate nulo

Real Madrid y Chelsea protagonizaron uno de esos viejos combates de boxeo en los que los púgiles se dan todo lo que tienen al principio y después, aparentemente exhaustos, buscan que corra el tiempo:sin fuerzas para pegar, con miedo a encajar un mal golpe. Fueron 45 minutos de intercambio y otros 45 minutos para citarse en Londres, una segunda mitad de miedo y pelotazos. Si el Madrid hubiese gozado de las mismas oportunidades que los ‘blues’, tal vez hablaríamos de un pase sellado a la final:cuando pegan los blancos, todos parecen tener mandíbula de cristal. 

 

El ‘falso nueve’

Aquel España-Italia (final de la Euro’12) se recordará durante mucho tiempo por las miradas que se echaban Barzagli y Bonucci. «¿A quién?», «¿Voy yo?», «¿Qué hacemos?». Miradas de dos centrales perdidos en un constante entrar y salir de Silvas e Iniestas, y ahora Cesc, también Xavi, incluso Alonso y Busquets asomados al balcón del área. En París, en cuanto el dueño del campo (achicón) salió en la segunda mitad convencido de que la fórmula «1-0 más contragolpe» era perfecta, el caos fluyó alrededor de Marquinhos y Kimpembe, dos centrales perdidos en ese constante entrar y salir de Silvas (Bernardo) y Fodens, y ahora De Bruyne, también Mahrez, incluso Gundogan y Rodri asomados al balcón del área. Fueron 45 minutos de baile alrededor de una idea y, tal vez, una corrección al descanso: Guardiola hace crecer su leyenda con hechos. 

 

Courtois, en forma

Los porteros ‘solo’ hacen dos cosas:paradas y milagros. Las primeras van con el carné de arquero. Son pelotas que están en tu zona de influencia (el cuerpo y allá donde los límites de la física te permiten llegar), se atajan o se despejan. Los segundos son acciones en las que necesitas o desafiar esos límites de la física o un instinto cercano a la ciencia ficción, estilo «estoy seguro de que va a pasar ‘esto’ y van a rematar ‘aquí’», e ir abajo o arriba a un lugar imposible. El pie de Courtois al tiro de Werner vale tanto como el gol de Benzema para seguir respirando.

 

Una barrera

En un viejo recuerdo de fútbol radiofónico, tarde de domingo, tal vez lluvia en la ventana y la amenaza de un examen de lunes, un viejo portero analizaba una jugada en la que la barrera se abrió en un golpe franco y el balón entró mansamente en la portería. «Yo ahora iba -aseguraba enojado- y les daba dos guantazos a cada uno». Una barrera con grietas es una traición de manual a un guardameta que coloca el muro con mimo y sólo espera un mínimo de profesionalidad de componentes. Kimpembe y Paredes una especie de puerta de vaivén (las de entrada al ‘saloon’ en las películas del oeste) en el gol de Mahrez, un tiro que era pura inocencia y que puede valer un pase a la final. Keylor Navas, un buen tipo, creyente y devoto, eligió una mirada asesina en lugar de los dos (merecidos) guantazos.