Un panal de rica miel de la montaña

A. Benito
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El de las abejas es un mundo fascinante construido a base de hexágonos perfectos gracias al trabajo de este pequeño insecto social. El apicultor José Miguel Ibáñez nos abre las puertas de su oficio

Un panal de rica miel de la montaña

Todo el mundo conoce el importante papel que juegan las abejas en el proceso de polinización y en la conservación de la biodiversidad, de sus ecosistemas y de los cultivos de los que nos beneficiamos los seres humanos. Pero, además, ese mundo de hexágonos perfectos, construido gracias al trabajo de este pequeño insecto social y que se basa en una jerarquía casi inquebrantable, resulta fascinante a ojos de cualquier persona. 

José Miguel Ibáñez decidió comprar dos colmenas hace aproximadamente diez años «por darles uso a dos cajas que tenía paradas». Hoy en día tiene casi 600 y se dedica en cuerpo y alma a la apicultura, un oficio en el que el aprendizaje es continuo. Dice que se pasa el día pendiente del tiempo, sobre todo cuando traslada desde la Montaña Palentina hasta la costa cántabra a una parte de sus abejas. «El ciclo empieza en otoño, es entonces cuando comienzo a tratar las colmenas y a prepararlas para el invierno», indica. El motivo por el que las lleva a la comunidad vecina es sencillo: su temperatura es más suave en época invernal.

En enero las labores se centran en «igualar» las colmenas. «El objetivo es que estén fuertes en el momento de la floración», explica Ibáñez. La del eucalipto, en Cantabria, va de febrero a abril. Después se realiza la cata y hacia el mes de mayo el apicultor montañés regresa con todo su equipo al norte de la provincia. «Si viene buen año, se saca el polen, y en esa época también aprovecho para hacer enjambres, bien sean para vender o bien para reponer», continúa. 

Un panal de rica miel de la montañaUn panal de rica miel de la montañaJunio es el momento del tomillo, el del brezo empieza casi a principios de julio, agosto es el mes del roble, en septiembre florece la calluna y, después, vuelta a empezar.  «La miel se va sacando en función de las floraciones», señala José Miguel Ibáñez al tiempo que explica que el término «monofloral» significa que, de las diferentes flores de las que se sirven las abejas para elaborar este dulce y beneficioso producto, hay una que predomina. «Los baremos son diferentes en cada caso», apunta.

«Hay mieles para todos los gustos, desde blancas hasta negras, más y menos dulces o con mayor o menor sabor, depende de la cantidad de glucosa y de fructosa, de las flores que predominen y de las que acompañen. Las más oscuras están más cotizadas porque tienen mayor demanda en Europa. Estas tienen menos azúcares y su cristalización es más lenta, pero no son ni mejores ni peores. También hay mieles de bosque, como las de roble, o de montaña, que las abejas producen a partir del néctar extraído de las florecillas que viven a 1.000 o 1.200 metros de altura», desgrana Ibáñez. 

En cuanto a la extracción, las abejas almacenan la miel que producen en los hexágonos o celdillas de cera que van construyendo, baten sus alas para sacar la humedad y después la sellan con el opérculo, una capa muy fina de la misma cera. «Entonces es cuando está madura para la cata», explica este apicultor. Después vienen el centrifugado, el filtrado y el decantado. Y de ahí, al tarro.

Un panal de rica miel de la montañaUn panal de rica miel de la montañaEn definitiva, se trata de un proceso natural que, eso sí, depende en gran medida del buen manejo de este deslumbrante insecto. «Según vas avanzando, más te va picando la curiosidad. El truco está en anticiparse a ellas. No se trata de ser más inteligente, pero sí de engañarlas con ciertos trucos», asegura. Por ejemplo, el enjambre es la forma de reproducción natural de las abejas y se produce cuando la reina se va con la mitad de la población para constituir una nueva colonia. Sin embargo, a los apicultores no les interesa que eso ocurra de forma natural, por eso su trabajo consiste en crear las condiciones adecuadas dentro de la colmena para que las abejas no se sientan agobiadas.

«En primavera suelo meter cera, porque les gusta mucho a las recien nacidas», explica el gerente de Gran Dujo. Es a partir de esa estación cuando las colmenas alcanzan su máximo de habitantes, superando las 50.000. En invierno, por el contrario, la cifra ronda las 15 o 20.000. «No pueden vivir solas y lo que hacen es repartirse el trabajo. Por un lado están las obreras que, en función de su edad, van desarrollando diferentes labores. Hay nodrizas, cereras, productoras de jalea real, pecoreadoras y las más viejas se convierten en guardianas. La reina, por su parte,  pone cerca de 2.000 huevos en la época de cría -de mayo a junio-, y los zánganos son los encargados de fecundarla, de ventilar y de traer agua», expresa el apicultor norteño. 

DETRÁS DE LAS FLORES. Apicultores trashumantes de la zona sur van desplazando cada año sus colmenas con el objetivo de aprovechar al máximo las distintas floraciones. Y es que, en lugares como Andalucía, ya han explotado el romero y el tomillo, ahora es el momento del azahar y luego vendrán el cantueso y el girasol.

Un panal de rica miel de la montañaUn panal de rica miel de la montaña«Vamos siempre detrás de las flores», señala José Miguel Ibáñez. Sus colmenas no se mueven tanto, pero una de las labores consiste en «patrullar» para encontrar los mejores sitios donde ubicar las colonias de abejas de las que depende su negocio.  «Antes de instalarlas tengo que hablar con la gente, pedir permiso al propietario de la finca, a la Junta Vecinal y al Ayuntamiento. En otros sitios vale con una guía de traslado, pero aquí hay mucho papeleo y eso dificulta mucho la actividad, porque no es fácil saber cuándo empieza y cuándo acaba una floración», se lamenta el joven cerverano, uno de los pocos en la provincia que se dedican de manera profesional a la apicultura. En Palencia, eso sí, hay muchos hobbistas.

Además de miel, las abejas producen jalea real, la sustancia de la que se nutren las larvas durante los tres primeros días de vida. Solo la reina y las larvas de celdas reales que darán origen a una nueva reina son alimentadas siempre con jalea real. Normalmente, quienes extraen este producto, se dedican solo a eso. «Es muy trabajoso y a mí no me compensa», expresa Ibáñez. Yes que el mecanismo para obtener jalea consiste en «engañarlas todo el tiempo haciéndoles sentir huérfanas». En definitiva, se trata de criar reinas, quitar la larva e ir sacando esta sustancia con un pequeño aspirador. 

El propóleo, por su parte, es una mezcla resinosa obtenida de las yemas de los árboles, exudados de savia u otras fuentes vegetales, que luego las abejas procesan en la colmena como sellante de pequeños huecos. También lo utilizan como antiséptico para evitar cualquier tipo de infección en la colmena. «A final de temporada, hacia julio o agosto, coloco unas mallas con agujeros de 6 milímetros o menos que las abejas cierran con propóleo. Así es como se extrae, aunque la cantidad suele ser muy pequeña», indica Ibáñez. 

Un panal de rica miel de la montañaUn panal de rica miel de la montañaAMENAZAS. La varroa, un ácaro que chupa la hemolinfa de las abejas  debilitándolas y transmitiéndoles enfermedades, es una de las principales amenazas de las colmenas, en las que llega a causar verdaderos estragos. A la Montaña Palentina aún no ha llegado, pero en Cantabria ya está muy extendida la avispa asiática, que ataca primero a las abejas que van al campo y luego al resto, quedándose estática y zumbando a la entrada de la colmena, generando así un miedo que impide salir a las obreras, por lo que la colmena termina muriendo de inanición. 

Un panal de rica miel de la montaña
Un panal de rica miel de la montaña
Finalmente, en el norte de la provincia las colonias de abejas suelen recibir de vez en cuando la visita del oso. «Lo que más le gusta es la cría, por eso muchos ataques se producen entre mayo y julio, pero no es avaricioso, igual se come dos colmenas y no vuelve hasta el día siguiente. Por eso hay que colocar pastores eléctricos de gran potencia», concluye el apicultor, que en alguna ocasión también ha visto señales que demuestran el «mosqueo» del plantígrado al no poder hacerse con el alimento.