Adaptarse a las circunstancias

David del Olmo
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Mario Lozano vivió los dos meses anteriores al estado de alarma en un largo viaje en solitario por Nueva Zelanda. Algo más de 3.500 km por sendas y carreteras sobre su bici que contrastan con todos los que completó en el confinamiento en el rodillo

Adaptarse a las circunstancias

A mediados del mes de marzo el gobierno, motivado por la alerta sanitaria, decretaba el estado de alarma en el país y el confinamiento de los ciudadanos en sus hogares, algo que afectó a todos los españoles, en el caso del palentino Mario Lozano de una forma singular, por contraste con sus anteriores meses de viajero recorriendo Nueva Zelanda sobre su bicicleta.

Unas vacaciones, en este caso más largas de lo habitual. Siete semanas que, como otras veces en otras latitudes, llevaban a un amante de viajar en contacto con la naturaleza, sobre las dos ruedas, a visitar tierras neozelandesas. Un viaje pospuesto un año atrás por motivos familiares. No quedó en el olvido y lo retomó, solicitando una excedencia laboral: «trabajo en Inmapa, pedí un permiso especial y se portaron muy bien».

Fueron casi dos meses, con el viaje de regreso en vilo a última hora debido a la situación internacional. Incluso sufrió la cancelación del vuelo de vuelta a casa, pues hacía escala en Shanghai (como en el trayecto de ida) y en los primeros días del mes de marzo la pandemia era un hecho. Así que debió modificar su plan, volando desde Catar, por lo cual agradece la eficiencia de su «agencia de viajes, B The Travel Brand, que lo resolvieron genial, lo que te da mucha seguridad a la hora de desplazarte». En esa parte final del viaje, eso sí, se vio obligado a estar pendiente del teléfono y el correo electrónico, en vez de «estar un poco a tu aire, con un poco de ese aislamiento que te buscas».

Adaptarse a las circunstanciasAdaptarse a las circunstanciasHa comprobado en primera persona su propia «capacidad de adaptación, porque en esta vida nos tenemos que adaptar a todo: a estar con lo mínimo, con la casa a cuestas, vivir siempre al aire libre, dormir cada noche en la tienda de campaña con tus cuatro cosas, o a estar en casa completamente encerrado».

DE NORTE A SUR. Su trayecto cicloturista en solitario (aunque llevaba algún contacto desde España, de conocidos de amigos y familiares, «lo cual enriquece el viaje, te da un punto de vista más local», valora) se inició, una semana después de las Navidades.

Partía de una ruta existente, el Tour de Aotearoa, «a la que añadí más recorrido. Nueva Zelanda es complejo en el acceso a ciertas zonas, tenía que planificar porque los días eran limitados y yo quería ver más cosas aparte de la ruta marcada».

Adaptarse a las circunstanciasAdaptarse a las circunstanciasUn itinerario conocido en el bikepacking (viajar en bici con el equipaje reducido a la mínima expresión) internacional que recorre las dos islas neozelandesas, de extremo norte a extremo sur. Lozano, que no viajaba tan ligero (entre alforjas y bicicleta, unos 45 kg) no empezó en la playa del Cabo Reinga, tradicional punto de partida, porque «no tenía tantos días», así que se puso en marcha desde la ciudad de Auckland (la mayor del país), unos 400 km más abajo en la costa de la Isla Norte.

Viajar en bici «es una forma diferente de hacerlo. Lo ves todo de una manera más directa, lo sufres todo más también, la gente se acerca a ti, te pregunta, estás más abierto a relacionarte». Y la circunstancia de moverse con la tienda de campaña y demás peso añadido, podía limitarle, pero «aún así he hecho varios trails, rutas de montaña, por lugares de selva, muy espectaculares».

Volviendo al recorrido, desde Auckland, bajó hasta Wellington, «con algún desvío» para disfrutar de lugares alternativos a la ruta, como Rotorua o la península Coromandel, «de playa tropical, muy turística, quizá la que más de las que vi».

Adaptarse a las circunstanciasAdaptarse a las circunstanciasEn Wellington, capital de Nueva Zelanda, «cogí el ferry que cruza hasta la Isla Sur, y fui bajando hasta llegar prácticamente a Queenstown, donde sí cogí un desvío. Es la ciudad más turística, hay mucha gente dedicada a ese sector, con un punto de vista muy americano, muy distinto al de aquí. Una ciudad tipo Potes, Jaca, Chamonix o Annecy en Francia, donde se vive un poco ese ambiente montañero, de aire libre, basado en los recursos de la naturaleza, del deporte extremo, etc. Y ahí tomé un desvío y me fui hasta Te Anau, donde pude ver Milford Sound, los fiordos, una de las grandes atracciones que ofrece el país».

«Hice algún trekking, con rutas circulares muy bien organizadas. Tienen mucha calidad en ese aspecto», destaca. Bajó a Invercagill, la ciudad más grande del sur de esa isla. Y luego hasta el punto más meridional, Bluff, final de la ruta de Aotearoa. Para acabar su periplo por las antípodas, subía por «los Catlins, un Parque Natural por la zona este, por unos sitios preciosos, hasta Christchurch, la mayor ciudad de la Isla Sur».

Conoció otra cultura: «son muy amables, excepto cuando conducen», explica riendo, ya que tienen su propia filosofía, como anuncian los carteles en las vías, «tómate tu tiempo, las carreteras de Nueva Zelanda son diferentes». Contempló espectaculares paisajes y otra manera de vivir en muchos aspectos: «hay muchos ciclistas de todas las edades, lo entienden menos como un deporte, es una mentalidad diferente. Aunque aquí ahora con la pandemia parece que la gente está mirando la bicicleta con otros ojos».

En definitiva, fueron «siete semanas de descubrimiento», donde incluso charló en Wellington con un neozelandés que antaño enseñó durante un curso en el colegio Sofía Tartilán.

 

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