El aceite maldito que sembró el caos

Rubén Abad
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Emilio Baranda, que sufrió los rigores de la colza en primera persona, dio voz a cientos de afectados en la provincia. María Antonia Pastor perdió a su padre por las graves secuelas

El aceite maldito que sembró el caos - Foto: Sara Muniosguren

El censo oficial sitúa en poco más de 600 las personas intoxicadas hace cuarenta años por el aceite de colza en la provincia, si bien la cifra se eleva por encima de las 800 según sostiene Emilio Baranda, que dio voz a los pacientes infectados en su condición de presidente del colectivo de afectados, los «grandes olvidados» de las autoridades sanitarias. Un grupo de personas desconocidas hasta entonces que sufrieron un drama sin precedentes en la España de 1981, con una democracia en pañales y donde el pillaje estaba aún a la orden del día.


De aquellos años conserva Baranda a buen recaudo bajo la escalera de su vivienda de Tariego de Cerrato «decenas y decenas» de tomos repletos de documentación y recortes de la prensa de la época, con todas las noticias de la crisis alimentaria y su repercusión en los medios, no solo de la provincia, como es el caso de Diario Palentino, sino de todo el panorama nacional.


Un «fraude» que dejó un reguero de damnificados a lo largo y ancho de la geografía nacional. Víctimas que aún hoy, 40 años después, siguen medicándose -el tratamiento entra por la Seguridad Social- para hacer frente a unas secuelas que les dejaron marcadas de por vida. El ejemplo lo tiene Baranda muy cerca, pues él mismo ingiere «cinco pastillas para desayunar, tres para comer y entre tres y cuatro a la hora de la cena».


De aquella época destaca la «unión» existente entre todas las familias afectadas por el Síndrome del Aceite Tóxico (SAT), fueran estas de la Montaña Palentina, Vega-Valdavia, Tierra de Campos o El Cerrato, y sin importar su clase social, empleo u orígenes familiares. Como ejemplo de esa confraternidad, Baranda recuerda que en el año 1988 se sabía «de memoria» el número de teléfono de todos los afectados de la provincia, con los que tenía «un contacto muy estrecho y una relación muy fluida», lo que propiciaba conversaciones hasta altas horas de la madrugada.


Pero los años pasaron y, según destaca el expresidente de los afectados, «una vez que la gente cobró su dinero y lo ingresó en el banco (18 millones de pesetas de media, algo menos de 110.000 euros) enterró el problema y «se olvidó del resto».


Baranda, que sufrió en sus propias carnes una enfermedad que también afectó a su mujer, subraya que la crisis de la colza «ayudó mucho» a implantar sistemas de control de los alimentos «en beneficio de todos los ciudadanos». Y es que por aquel entonces parecía un tema menor, como demuestra las ratas que se acumulaban junto a algunos depósitos «mientras nadie hacía nada y todos miraban para otro lado», denuncia el que durante años fue el azote de la administración hasta que consiguió hacer justicia con las víctimas y que se depurarán responsabilidades.


ABANDONADOS

Más allá de la medicación que les recetan en sus respectivos centros de salud, cuarenta años después de que saltaran todas las alarmas a nivel nacional, los enfermos por el consumo del aceite de colza se sienten «totalmente abandonados».


En este punto, Baranda destaca que las unidades de seguimiento de la enfermedad han «desaparecido por completo» en los últimos años. El seguimiento se limita, según expresa, a una llamada telefónica al año («si es que se acuerdan y la hacen», apunta) desde el Instituto de Salud Carlos III de Madrid para comprobar su evolución y la posible aparición de nuevas secuelas. «No se nos realiza revisión anual o periódica alguna. Solo revisan nuestra evolución los médicos de cabecera», reprocha este octogenario.


Finalmente, con respecto al juicio, el expresidente de los afectados por el SAT manifiesta que fue «muy largo y complicado». «La mayoría de la gente pensaba que nos iban a dejar tirados, lo cual ha sido verdad, porque desde que se acabó el juicio y nos pagaron se han olvidado de nosotros», concluye.


LUTO EN SALDAÑA

La intoxicación por aceite de colza tiñó de luto varios pueblos de la provincia y dejó decenas de familias rotas a lo largo y ancho de la geografía provincial. José María Pastor, Fina, fue una de las personas que, tristemente, no se salvó de una enfermedad que contrajo en 1981 con poco más de 50 años y con la que luchó hasta su fallecimiento en el año 2005 por las secuelas que arrastró durante más de vente años. 


«Mi padre fue un gran luchador. Hacía todo lo que le decían los médicos y, con la intención de mejorar, visitó doctores en Palencia, Burgos o Madrid», recuerda su hija María Antonia.