Sor Anunciación, madre priora emérita y madre fundadora del monasterio de Nuestra Señora de Alconada de Ampudia, falleció el 31 de diciembre a los 89 años de edad arropada por sus hermanas, Sor Rosario y Sor Mónica. Fue enterrada el domingo en el propio monasterio, tras una misa a la que solo pudieron acceder los familiares y miembros de la Iglesia debido a la reducción de aforo. Sin embargo, a las puertas del templo esperó para acompañar su cuerpo hasta el cementerio un buen número de seres queridos y amigos de la comunidad cisterciense.
Sor Anunciación estuvo ligada a la vida monástica desde muy pequeña, y eso lo ha hecho saber en innumerables ocasiones, cuando contaba con alegría y orgullo las anécdotas que vivió durante su infancia junto a las monjas con las que se crió. Se convirtió en una hermana más muy joven, en una época convulsa para las mujeres sin recursos y lo hizo gracias a su hermosa voz. Con el paso de los años pasó a ser madre priora, cargo que ostentó durante cinco décadas, aunque todos los que la conocían se dirigían a ella como Madre.
De orígenes gallegos, llegó a Alconada desde un monasterio burgalés hace unos 30 años con un propósito claro: levantar de nuevo el monasterio de Nuestra Señora de Alconada tras el abandono de la anterior congregación. Dar vida una vez más al monasterio fue posible gracias a su capacidad de obrar y a su confianza en Dios, a su tesón y a sus esfuerzos incansables que lograron dar lustre a la edificación al completo.
Sor Anunciación era una de esas personas que confían en el Señor y le rogaba con esmero. De hecho, según Sor Mónica, actual madre priora, fue «gracias a la tenacidad, a la vivencia sobrenatural de Anuncia y la confianza en la divina providencia por lo que esta casa ha salido adelante». Y es que, esta monja se caracterizaba por su enorme capacidad de entrega y de trabajo, vitales para que el monasterio brillara y abriera sus puertas a los fieles de la virgen de Alconada.
Con una enorme confianza en la población, consideraba que la gente era buena y estaba dispuesta a ayudar, tal y como ella hacía siempre con su eterna sonrisa. Trabajadora hasta su último aliento y preocupada por que todo saliera impecable, pues según sus palabras «de un monasterio no puede salir un mal trabajo». Sin duda, una monja de las que ya no quedan.