El perfil de un psicópata de manual

José María Rodríguez (EFE)
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Aprovechando un permiso penitenciario de tres días, Pedro Jiménez asesinó en 2004 a dos policías en su piso de Hospitalet después de violar a una de ellas

Momento de la detención de Pedro Jiménez a los pocos días del delito - Foto: Agencias

Pedro Jiménez violó al menos a cinco mujeres en los únicos 40 días que pasó en la calle desde que ingresó en prisión con 16 años: la última, una de las dos policías a las que asesinó en 2004 en su piso de Bellvitge. Lo hizo en un permiso penitenciario, cuando le faltaban meses para la libertad definitiva.

«Psicópata de manual», diagnosticaron los forenses, «violador compulsivo», describieron los Mossos, «fallo del sistema penitenciario», denunció la fiscal de uno de sus tantos juicios, ante el vértigo de su historial: 14 detenciones, 10 de ellas por delitos contra la libertad sexual y dos robos con violencia.

El 5 de octubre de 2004, con 35 años, coronó su atroz carrera delictiva con la violación, asesinato y profanación del cadáver de dos jóvenes policías en prácticas que compartían piso en el barrio de Bellvitge de Hospitalet de Llobregat (Barcelona), tras abordar a punta de navaja a una de ellas en el portal del edificio cuando regresaba de trabajar en el turno de noche. Por ese doble crimen, que reabrió el debate sobre la difícil reinserción de los violadores reincidentes, Jiménez fue condenado a casi 94 años de cárcel, en una sentencia en que el juez recurrió a la expresión «puro lujo de males», propia de los tratados clásicos de derecho, para describir su ensañamiento con las víctimas.

Aurora y Silvia fueron asaltadas en su domicilio de Bellvitge, el cual compartíanAurora y Silvia fueron asaltadas en su domicilio de Bellvitge, el cual compartían - Foto: AgenciasCrecido en un entorno hostil, con un padre alcohólico y maltratador y una madre aquejada de un grave trastorno psiquiátrico, Pedro Jiménez entró en prisión con 16 años y, desde entonces, fue de cárcel en cárcel trazando una espiral de violencia contra las mujeres, única forma en que sabía relacionarse con ellas: en toda su vida, solo había tenido sexo a la fuerza.

Sin embargo, su perfil de psicópata sexual, combinado con una falta de empatía y frialdad extremas, no impidió que en 2004 la cárcel de Brians le diera un permiso penitenciario de tres días para una entrevista de trabajo, siete meses antes de salir en libertad. Tuvieron en cuenta su «buena evolución» en y su conducta ejemplar en prisión, donde trabajaba en las oficinas y en la lavandería y siguió cursos de inglés, catalán o artes gráficas, además de sacarse el título de peluquero.

Los profesionales de prisión que lo creyeron rehabilitado no debieron leer la redacción que Jiménez ocultaba en su celda, en la que imaginaba asaltar a una desconocida en la calle y recreaba la «sensación de poder» y superioridad que le causaba violarla, algo común entre los agresores sexuales: «Le dije ‘tú te lo has buscado, ahora sabrás lo que es un hombre’», fantaseaba.

Primer juicio en la Audiencia de Barcelona, en 2008Primer juicio en la Audiencia de Barcelona, en 2008 - Foto: AgenciasCuando salió de la cárcel, la víspera de matar a las policías, compró el único y último móvil de su vida, con el que pasó la noche en vela telefoneando a números de contactos y, poco antes de cometer el doble crimen, hizo una enigmática llamada al sacerdote de la prisión, que no le respondió.

Había empezado ya a vagar sin rumbo por las calles, hasta que al amanecer sus pasos le llevaron a la Rambla Marina de Bellvitge, donde vivían sus dos últimas víctimas.

El doble crimen

Con sus 157 centímetros de estatura, y armado con una navaja de tipo mariposa, abordó a Silvia N. en la puerta del edificio y logró entrar en el piso que compartía con Aurora R., quien en ese momento se encontraba en el baño. Ató de pies y manos a la cama a la primera de ellas, la violó y la mató a cuchilladas.

Después mató a la otra joven, que se topó con su asesino al salir del baño, y aunque no la violó, profanó su cadáver tras acabar con su vida. Antes de irse, roció la vivienda con alcohol y prendió fuego a las dos camas para borrar su rastro. Las llamas, que fueron apagadas rápidamente por los bomberos alertados por los vecinos, dejaron a salvo una factura de teléfono que Jiménez perdió durante su matanza, con su nombre y apellidos impresos, lo que, apenas una hora después, puso a la policía tras sus pasos.

Mientras tanto, vestido con ropa de una de sus víctimas, fue a una entrevista de trabajo con un empresario en un bar de la avenida Diagonal de Barcelona -en cuyo retrete ocultó unas zapatillas de deporte que había robado a las mujeres y la navaja con que las mató- y visitó a su hermana y al párroco que le asistía en prisión. 

Fue antes de que, asustado tras recibir una llamada de un policía a su nuevo móvil, decidiera no regresar a prisión y refugiarse en casa de un amigo suyo en Gerona, donde fue arrestado a los pocos días.

Las noticias de su detención en los medios le llevaron a pagar por otra de sus fechorías: una mujer que había violado en 2003, durante otro permiso penitenciario, lo reconoció sin atisbo de dudas por televisión. El ADN en la colilla del cigarrillo que se había fumado tras la agresión lo confirmó y Pedro Jiménez sumó otros 16 años de cárcel a sus condenas.