Una sociedad con memoria de pez

Antonio Pérez Henares
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Ya es hora de que la ciudadanía asuma que es culpable de lo que sucede en España por preferir no ver la realidad y por elegir el 'olvido'

Una sociedad con memoria de pez - Foto: JON NAZCA

Memoria de pez y reacciones de avestruz. Esa es la comparación que mejor encaja con los actuales comportamientos de la sociedad española, aunque el símil resulte lesivo tanto para los peces como para los avestruces, pues los primeros sí suelen recordar por algún tiempo, si se logran librar de él, el pinchazo y el angustioso amarre que el señuelo les causó, y la avisada ave para nada esconde la cabeza en la tierra cuando ve venir el peligro, sino que lo enfrenta o sale corriendo a toda velocidad para alejarse de él. Pero, con permiso de ellos, que no lo leerán, y para entendernos, estimo que puede servir para ponernos ante el espejo donde ya hace mucho tiempo que no nos queremos mirar. Porque lo que los españoles parecen en buena parte y en medida es no querer ver ni el pasado reciente, muy reciente y palpitante incluso, ni lo vivido y sufrido y tampoco mirar cara a cara el presente.

Puede señalarse a los gobernantes, a los políticos en general y a los medios de comunicación sobre los lavados, primero, e intoxicación después de los cerebros de la ciudadanía. Y hay verdad en ello. Las máquinas mediáticas de lavar, centrifugar y teñir del color deseado son efectivas, potentes, incansables e implacables. Pero las evidencia, los hechos, los propios recuerdos, el mínimo recuerdo y el más elemental sentido de la verdad de todas y cada una de las personas de lo que se llama ciudadanía, de nuestra sociedad en suma, tomados uno a uno y como entes racionales y con libre albedrío para formarse opinión, algo tendría que contar y que valer. Y entiendo que cada vez hay mayor responsabilidad  en el común de las gentes, en la sociedad española en su conjunto en lo que está acaeciendo y que habrá que decirle de una vez que repartir culpas hacia arriba, hacia los lados y al aire si fuera menester no vale y no cuela. En el principio y al final, la responsabilidad, la culpa, como cuando lo es, el mérito es de la ciudadanía, del pueblo soberano, del personal de a pie.

Y lo cierto es que, visto el derrotero de los últimos tiempos, si lo dirigentes producen creciente hastío y hasta repugnancia y repulsión por sus acciones, y las máquinas mediáticas y quienes las manejan y conducen tienen una inmensa responsabilidad, hay ya también que poner el ojo y el dedo en el sacrosanto e intocable pueblo, porque es ya hora de señalar que no es ajeno a ello y, bien al contrario, el origen y final de toda responsabilidad está en el. ¿O no es soberano?

Enfermedad moral

Porque esa memoria de pez resulta en ocasiones tan verdaderamente estremecedora que llega a provocar verdadero desazón y hasta repugnancia. Creo que basta una pregunta para darnos cuenta de que ese olvido señala una verdadera y terrible sima ética, moral y humana en la que hemos caído. 

Bastaría con que quisiéramos recordarnos a nosotros mismos: ¿Quién de ustedes podía llegar siquiera a suponer el día que vimos salir a Ortega Lara de su zulo de tortura, o el de la asesina ejecución de Miguel Ángel Blanco, o los de la imagen tendida en el suelo hecha un amasijo de carne ensangrentada de los cientos de personas, guaridas civiles, policías, políticos, gentes de toda condición, hombres, mujeres y niños despanzurradas por la bombas, acribillados a balazos o quemados vivos que hoy esos criminales y sus cómplices, que jamás los condenaron y siguen sin hacerlo, fueran a ser recibidos como héroes, y que sus víctimas, sus tumbas y sus familias sean acosados, profanadas y señaladas como apestados? ¿Qué grado de enfermedad moral se ha alcanzado para hacer eso en ciertos lugares y que sea soportable en todos los demás? ¿Quién podría haber imaginado que los herederos políticos de aquella banda criminal hoy fueran aliados y hasta pacten ya no con sus siempre abrazados socios de la extrema izquierda podemita, sino con el Partido Socialista Obrero Español, su presidente, su Gobierno, su Portavoz parlamentaria, (el pacto de Lastra de derogación de la reforma laboral) que los acepta, blanquea, agasaja y apoya o se deja apoyar y reparte poder en Ejecutivos (la línea de la infamia fue Navarra) sin que ello haya supuesto en el partido ya casi ni un pellizquito de alguno de los barones y una nada real de respuesta? ¿Pero, y la sociedad? ¿Cómo es posible que hayamos olvidado, como es posible que ello no cause ni provoque reacción ni reprobación general? ¿Cómo es posible que ya nos traguemos el relato de los criminales convertidos en los buenos mientras que a sus víctimas se las ignora y con el desprecio se las vuelve a asesinar en la memoria colectiva?

Memoria de pez, memoria miserable y vergonzosa de una sociedad que no quiere recordar, que supone, supongo, que ya no le conviene ni le afecta ni compete. Memoria de una sociedad sin valores, sin humanidad, ni compasión, ni dignidad.

Memoria de pez para ello y para todo. Para y con el separatismo. Los políticos sí, los gobernantes de todos los colores también son responsables de que no haya ningún enemigo de España, de su historia y unidad como nación al que no se le dé el más potente altavoz en todas y cada una de las televisiones.  ¿Pero como es posible que las gentes ya se traguen que ha sido España, la España democrática, ingenua y generosa que todo lo entregó, que fue más allá del respeto a todo símbolo o señal de identidad hasta dejarse pisotear, que otorgó el mayor grado de autogobierno conocido a toda Europa y que fue traicionada, con alevosía, con mentira y doblez hasta sufrir un intento de secesión y golpe constitucional? Nos repiten lo contrario a cada momento, claro, y no hay apenas voz siquiera que replique, pues a esas se las calla y veta. Pero es que no hay rescoldo siquiera de lo visto y vivido. Pues no. Memoria de pez. Hasta de esa Barcelona ardiendo de hace nada, de esas noches de las Fuerzas de Seguridad acorraladas por los incendios y los cócteles molotov.

Memoria de pez de toda una nación que ahora hace una década se encontró, y le agravaron hasta el paroxismo, una crisis económica brutal y no la quiere recordar, aunque este ya metida en otra que puede se hasta mucho peor. Y memoria de pez para estos últimos seis meses, para toda las mentiras, para todas las ocultaciones, hasta de 20.000 muertos, para los campaneos triunfales y las salidas gloriosas, y que éramos incluso más fuertes cuando nos caemos por los cuatro costados.

‘Lo de Franco'

Solo para una cosa no hay memoria de pez. Para ello, para lo de Franco la memoria es la de un elefante obseso; para ello ya estamos con otra ley de desmemoria, bisoja y sectaria que, como la anterior de ZP, y por un miserable interés electoral, abrió de nuevo la espita y desparramó de nuevo el odio entre los españoles, que ahora ya campea como la más cotizada moneda política entre nosotros y es ya una amenaza palpable y terrible que ha dinamitado la reconciliación y la convivencia entre los españoles piedra angular de nuestra Constitución, que es el objetivo final a destruir.

Hora es de decirlo aunque no se deba decir. La sociedad española, el pueblo español, es también responsable de lo sucedido y lo será de lo que está por suceder. Tan culpable como sus políticos y como sus medios de comunicación porque están los hechos, la memoria viva de lo acaecido, están las causas y su devastadores efectos, pero no quiere recordar y no quiere ver. Prefiere puerilmente, y como un adolescente viejuno que se niega a aceptar cualquier responsabilidad en sus actos, pensar que siempre es culpa de los demás, la memoria de pez y la reacción del avestruz y suponer que alguien se lo vendrá a arreglar y que ellos no tienen porque hacer nada. Que el futuro será mejor porque se tiene que arreglar sin que haya para ello que hacer esfuerzo alguno. Todos los pececitos ya están en la red.