«Mañana venimos a por los pollos»

Fernando Pastor
-

«MAÑANA VENIMOS A POR LOS POLLOS»

Era frecuente que las incautas víctimas de los robos en corrales, desconociendo haber sido saqueadas, fueran invitadas a la merienda y se deshicieran en elogios hacia los anfitriones de la bodega por haber tenido el detalle de haberlos invitado a merendar. Cuando al día siguiente comprobaban que su corral había sido víctima del saqueo, relacionaban los hechos y caían en la cuenta de que lo que habían degustado entre cánticos en la bodega era algo suyo. En Valbuena de Pisuerga se lo hacían principalmente a quienes más presumían de que a ellos no les quitaban nada.

Parecido ocurría en Espinosa de Cerrato, donde tenían a gala castigar especialmente a quienes presumen de tener los mejores animales. Era el caso del señor Eugenio, que pregonaba que su gallo era el que mejor cantaba en el pueblo. Así que los mozos se dijeron «mucho presume este de gallo», y un día se lo cogieron y lo llevaron al bar de Pablo, el estanquero, para que se lo cocinara. Estando comiéndoselo, llega al bar el señor Eugenio. «Eugenio, ¿quieres una tajadilla?», le dijeron. «Sí, si me dais, lo pruebo», respondió él. «Pues coge, prueba un poco, y echa un trago del porrón». Lo hizo, y exclamó «¡qué bueno está!». «Pues coge otra, anda». Y así varias tajadas, entre tragos del porrón, hasta que le preguntan «¿qué tal el gallo, sigue cantando bien?». Esas palabras le resonaron como una premonición, se quedó serio y exclamó «me cagüen la…, no me jodáis, no me digáis que este es mi gallo», y los mozos, riendo, «tú también has participado comiendo varias tajadas, así que no puedes decir nada».

En Cevico de la Torre a José Antonio Mena Trejo le robaron unos patos mientras otros le entretenían charlando. Tras invitarle a merendarlos le preguntaron qué tal estaban. Además de alabar el sabor preguntó que dónde los habían comprado, obteniendo como respuesta «les hemos traído de Palencia».

«MAÑANA VENIMOS  A POR LOS POLLOS»«MAÑANA VENIMOS A POR LOS POLLOS»Otros se mostraron aún más ingenuos, como Alfonso, en Baños de Cerrato, que durante la merienda comentó que «algún cabrón le ha quitado un pollo a mi madre», sin siquiera sospechar que era el que tenía en el plato.

En Tariego de Cerrato, donde a veces mataban a pedradas para cogerla alguna gallina que se encontrara picoteando por la calle, la osadía fue aún mayor, ya que tras coger una gallina se la llevaron, para pedirle que la guisara, a la propia dueña, que colaboró gustosamente sin saber que era suya. Cayó en la cuenta el día siguiente, cuando se percató de que le faltaba una gallina en el corral.

En Cobos de Cerrato Vicente Cítores tenía un criadero de cangrejos, y en una ocasión que se los robaron le invitaron a comerlos en el bar, donde les habían llevado para que se les cocinaran.

Muchas veces una simple cabeza cambia el contexto y engaña. En Baltanás una cuadrilla invitó a la bodega a varios forasteros, pero no disponían de suficiente merienda, pues solo tenían un conejo. Para complementarlo mataron también al gato. Cuando ya estaba todo guisado cambiaron las cabezas: en la cazuela donde estaba el conejo pusieron la cabeza del gato, y viceversa. Los forasteros se comieron el gato pensando que era conejo, y los de Baltanás se hicieron las víctimas diciendo que como no había conejo para todos ellos se sacrificaban y comerían el gato, pero realmente se comieron el conejo. Mucho tiempo después lo confesarían, para recochineo con los amigos forasteros.

En Cabezón de Pisuerga, Alejandro Encinas y Jesús Redondo llevaban a la bodega una gallina y un conejo. Era la época en que estaba muy extendida la peste animal, y por el camino hacia la bodega vieron gallinas y conejos muertos por la peste. Cogieron una gallina y un conejo de estos muertos, les cortaron la cabeza y la colocaron encima de la mesa de la bodega, de forma que pareciera que eran las cabezas de lo que estaban cocinando. Según fueron llegando los demás comensales, lo veían y no querían merendar (solamente con ver la cabeza ya se sabía que ese animal había muerto por la peste). De esa forma se comieron ellos dos solos todo lo sano.

En Valles de Palenzuela robaron una gallina a unos vecinos y la pusieron a cocer. Anselmo, uno de los hijos de los dueños de la gallina, lo vieron y recuperaron la gallina cogiéndola de la cazuela. En su lugar pusieron un gato muerto, con los dientes para fuera. Cuando lo vio, el niño pequeño de los que habían cogido la gallina exclamó  «mamá, que la caraca tiene dientes».

Era frecuente que los autores de estos hurtos más festivos que maliciosos completaran los hechos con alguna nota de humor.

Así, en Olmos de Esgueva, además de llevarse a todas las gallinas del corral de Martín, el zapatero, pero no así al gallo, dejaron una nota dirigida a este con el texto «te has quedado viudo total».

Similar ocurrió en Villamediana. Entraron en el corral del cuartel de la Guardia Civil y se llevaron las gallinas, dejando al gallo. Junto a él una nota escrita en primera persona que decía «a las 12 de la noche me he quedado viudo». El día siguiente realizaron la merienda de las gallinas, invitando a los guardias civiles del cuartel, que acudieron sin saber que eran sus gallinas.

En Villamuriel también robaron las gallinas del corral del cuartel de la Guardia Civil. El cabreo de los agentes fue tal que manifestaron públicamente que como lograran detener a los autores se iban a enterar. Sin embargo la reacción de estos fue colocar en la fachada del cuartel un cartel con el texto: «Mañana venimos a por los pollos».