Ese era en origen y en desarrollo el asunto entre el ahora vicepresidente del Gobierno, entonces eurodiputado de Podemos, macho alfa de Podemos, Pablo Iglesias y su asesora en la UE Dina Bausselham. Bastante corriente y estropajoso y el tufo rancio de que el uno el jefe y ella la subordinada, que él está en que deja o iba a dejar a su pareja de entonces, Tania Sánchez, y ella que estaba «casualmente» por allí en la fría Bruselas. Luego fue a más y a menos después y una tarjeta supuestamente robada, y una denuncia del robo y luego años después que aparecen pantallazos donde sale él diciendo barbaridades machistas, que nunca podrá negar, pues allí están, en modo macho cabrio sobre Mariló Montero, que ya es coincidencia que tenga el mismo apellido que la madre ahora de sus tres hijos y, por su gracia, ministra de Igualdad.
La continuación es que se descubre que de aquello tenía copia, ¿de qué no?, el malvado por excelencia, el perverso Villarejo y entonces ya con ello se puede montar, con lo que era un lío de faldas una causa general. Son las cloacas del Estado, es el bilioso PP, son los poderes en la sombra los que van a por el inmaculado líder al que así quieren hundir y que en realidad está de capa caída. Y el jefe podemita y su komintern ven la oportunidad. Ya tienen la campaña hecha. La víctima de conspiración es Iglesias y hay que procesar a los malos, a los periodistas que lo han sacado, a los responsables de Interior y, ¡claro! a Mariano Rajoy. Clamorean la consigna sin descanso y las terminales mediáticas se lanzan sobre el pastel. Les sale bien y sacan rédito.
Podemos detuvo su caída y no salió tan malparado. Acabaría un tiempo después donde ahora está, en el palacio de La Moncloa y en el cielo de Galapagar. Y con todos colocados.
Hasta que llegó García Castellón, un avezado, excelente y discreto juez, que no se anda con conchaveos, pero que instruye muy bien, que goza de gran prestigio entre los de su oficio, tiene una impecable trayectoria y sin andar estrellas ni luminarias fue quien procesó y aportó las pruebas suficientes para llevar al entonces poderosísimo Mario Conde, a prisión. Y al juez no le empezó a cuadrar nada de aquel cuento y, poco a poco, fue desenredando la madeja de mentiras y acabó por descubrir el pastel maloliente. Que aquello pudo ser de inicio y como mucho un lío de faldas, pero los liantes, a base de manipulaciones y trampas, lo convirtieron en un montaje repugnante. En una trama donde las connivencias podemitas, en este acaso la abogada Marta Flor, que no duda en alardear de sus «armas de mujer» y los favores de la fiscalía, muy en particular del fiscal Ignacio Stampa, (inaudito a qué punto de vulneración ética y estética ha podido llegar) donde todo se descubre trufado de principio a final como una gavilla de mentiras. Y entonces es cuando todo deja de ser un asunto de faltas de verdad y aparece la verdadera cloaca y los sucios trapicheos y las más burdas falsedades.
La primera consecuencia, hasta el momento, es que García Castellón ha retirado la condición de víctima que se atribuía a Pablo Iglesias, la de «perjudicado», en términos judiciales, que había conseguido en el proceso. Y que puede derivar en el paso siguiente de ser el ahora el imputado. Porque resulta que quien había trincado la famosa tarjeta «perdida» resultaba ser él mismo. Que cuando esta fue enviada a un medio de comunicación, Interviú, sus responsables, como salía en ella, que también es cosa extraña esta y no buscar a su propietaria, se la entregaron. Que él la cogió, se la guardó, a saber lo que hizo con ella, a Dina no le dijo ni mu, y siguió haciendo uso del asunto para presentarse como acosado. Está por ver si fue él quien la destruyó.
Pues al cabo de medio año como mínimo y posiblemente con este cumplido si decidió entregársela pero, según ha declarado la señora en 20 ocasiones, estaba achicharrada y no se podía ver nada ya. Tras ello, y a saber después de pactar qué con Iglesias, pero a ella le han «puesto» un periódico y a su nueva pareja le han dado, ¿cómo no? un puesto de asesor en la UE, se ha desdicho de todo lo declarado y grabado y le ha balbuceado ahora al juez que de inicio si funcionaba un poquillo y que luego ya no. Pero las grabaciones anteriores resulta que también valen.
El pastel huele que apesta y los protagonista optan por callarse. Pero ya huele demasiado el pastel. Porque resulta eso, que la tarjeta la tenia Iglesias y luego ella, que ocultaron este hecho a la Justicia para obtener beneficios y favor y dañar a sus rivales.
Los pantallazos filtrados se hicieron antes de que Villarejo accediera a copia alguna y que en el móvil aparecen como enviados a otras personas por la propia Dina, que el fiscal más que amigo no solo le informaba sino que entre ambos convenían cuándo y cómo hacer o aquella otra acción y que los acusados por ellos, periodistas y políticos, aparecen cada vez mucho más claramente como víctimas y que la mano que movía la cloaca era quien al tiempo se desgañitaba denunciándola por las televisiones.
No sé el alcance penal que todo ello puede tener. Pero lo que sí sé es que se han violado reglas esenciales de comportamiento por parte de esa abogada y del fiscal, que ella e Iglesias sabían que no había causa, como les dijo el anterior y purgado jefe de los servicios jurídicos de Podemos, Calvente, sin tener ni siquiera conocimiento que en realidad era un montaje que con mentiras estaban construyendo. Y que, en suma, se les han caído a todos los palos del sombrajo y que Iglesias ha quedado como un manipulador, sin ética ni escrúpulos
Monedero y Echenique, siempre en la siembra de la infamia, han salido por la redes con la monserga conocida de que «no todo vale» contra Podemos y, en realidad, es Podemos quien debe aplicárselo o ser eso, pues ya les vale a ellos a quien hay que decirles de una vez lo que deben de aplicarse o ser obligados por ley a hacerlo.
Injuria
Que no todo vale en su injuria continua contra sus rivales políticos y la persecución incesante contra cualquiera que osa criticarles. Que son ellos quienes engañan, manipulan, mienten, conspiran, retuercen, utilizan los medios más rastreros para conseguir sus objetivos y corrompen cuanto tocan. Porque esa es la palabra más adecuada para señalar los comportamientos de Pablo, Dina, Marta e Ignacio. Que antes lo suyo era o pudo ser un lío de faldas pero que ahora es ya algo mucho más grave y que atañe a todos y, de entrada, a la Justicia.