«Artistas como Germán Calvo merecen un museo en Palencia»

CARMEN CENTENO
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El Villalobón de su niñez era un pueblo de asilo, donde vivían muchos que trabajaban en la capital

«Artistas como Germán Calvo merecen un museo en Palencia»

A Daniel Mota le hubiera gustado que la gran exposición antológica con que se homenajeó en 1993 a Germán Calvo cuando todavía vivía y la dedicatoria póstuma de una calle en 1995 o el descubrimiento de una placa en su casa natal en 2005 no se quedaran en gestos. Importantes, pero gestos al fin. 

Esperaba que en 2010 las instituciones dieran continuidad a lo ya hecho celebrando el centenario del insigne artista. «Porque era palentino y amaba a Palencia, porque fue generoso con ella donando obras y porque era un gran pintor y se lo merecía». Sin embargo, aquella efeméride pasó sin pena ni gloria. Y eso le dolió en su fuero interno, sobre todo por lo doloroso que era para su mujer y su cuñada, sobrinas carnales de Calvo.

Ni ellas, como familiares directas, ni él en calidad de sobrino político, han pedido nunca nada para sí mismos, pero consideran que la obra del insigne dibujante, pintor, muralista y académico debe mostrarse en un espacio público para disfrute de todos sus paisanos y de cuantos visitan la ciudad. 

No basta con que un gran mural alegórico de Palencia decore el frontal de la escalinata del Ayuntamiento o su fresco del Juicio Final llene la capilla del cementerio de Nuestra Señora de los Ángeles. Tampoco que haya obras en despachos y salones institucionales o en el local de una antigua entidad de ahorro. No se puede obligar a nadie a protagonizar un aventurado periplo en busca de las obras de un creador; hay que facilitar el acercamiento a las mismas. Para descubrirlas o para volver a disfrutarlas.

«Germán Calvo y otros artistas contemporáneos de Palencia bien se merecen un museo en la ciudad, en el que se les pueda conocer a fondo y admirar su trabajo». Es una afirmación compartida por quienes saben de su buen hacer y por muchos amantes del arte. Pero para eso, como para otras muchas cosas, sobre todo en el ámbito de la cultura, «hace falta voluntad institucional y en estos momentos no parece haberla». 

Y no será porque Daniel Mota no lo haya intentado hablando con los responsables institucionales en distintas ocasiones. Él y el escultor Luis Alonso, entre otros convencidos de la valía de Germán Calvo González (Palencia, 1910-1995).

tiempo de juegos. Claro que la biografía de nuestro protagonista no empieza ni acaba en Germán Calvo, con ser importante y necesario que se haga más justicia a su memoria y sobre todo a su legado. Sus inicios datan de 1948 en Villalobón. Allí nació Daniel Mota Tarrero, hijo de un dependiente de comercio y un ama de casa y cuarto de una familia numerosa con cuatro hijos. 

«Tengo buenos recuerdos de crío», afirma. En el pueblo lo pasaban bien, entre otras cosas porque había mucha chiquillería. «Llegué a conocer más de setenta chavales de entre 6 y 14 años, algo que no se ha vuelto a ver desde hace mucho tiempo», apostilla.

Aclara, eso sí, que el Villalobón de su infancia y su primera juventud era «un pueblo de asilo», al que llegaba gente de otras localidades. «Había agricultura y ganadería, pero la mayoría iba todos los días a trabajar a Palencia, a la Yutera, a la Tejera, a la Fábrica de Armas y otras empresas». 

No era, ni de lejos, el lugar limpio, urbanizado, próspero y en constante crecimiento de nuestros días. «Estaba bastante descuidado y además sufríamos con cierta frecuencia el desbordamiento del arroyo de Villalobón, lo que dificultaba algunas veces la movilidad. Ha cambiado para mejor». Lo explica alguien que hacía a diario en bicicleta el recorrido entre Villalobón y la capital palentina.

Daniel Mota se incorporó muy joven al mundo laboral. «Se quedó una plaza libre de auxiliar en la Junta Provincial de Fomento Pecuario y me incorporé. Tuve que rellenar unos cuestionarios y aprender mecanografía», rememora. Solo tenía 14 años, edad a la que entonces estaba permitido empezar a trabajar. No tuvo que ser demasiado fácil dejar los juegos en el atrio de la iglesia y en los barrizales que se formaban en las calles cuando llovía para asumir el papeleo diario y el paso a la edad adulta.

«Fue un cambio grande para mí y lo que más me costó fue pasar de estar correteando libremente a mi aire, con los amigos, a estar sujeto», confiesa. Eso y entablar relación con los pastores y los ganaderos que iban a renovar sus carnés, a realizar consultas o a plantear quejas y pedir soluciones a sus problemas. Añade, a renglón seguido, que a pesar de ser tan joven, fue «bien recibido» en aquella oficina de la Administración y eso le ayudó a adaptarse.

trabajos compatibles. No tardó mucho en acostumbrarse y apenas tres años en ampliar el horario de trabajo, ya que, sin haber cumplido los 18, fue contratado como auxiliar en la Jefatura Provincial de Ganadería. «Estaban en el mismo edificio y por la mañana trabajaba en esta última y por la tarde en Fomento Pecuario, siempre con compatibilidad», señala. Daniel Mota aprendía deprisa tanto a resolver las distintas cuestiones como a tratar con la gente, y eso fue generando un significativo grado de confianza con sus superiores y con los ganaderos de la provincia.

También con los veterinarios, que eran asesores técnicos de las hermandades de labradores y ganaderos y dependían de Sanidad, pero tenían que cumplir todas las directrices de Ganadería y eso conllevaba un contacto constante y directo. Tal es así que pronto volvió a ampliarse el ámbito de trabajo de nuestro protagonista, esta vez al Colegio Oficial de Veterinarios. 

Algo tenía -lo mantiene- aquel joven que proporcionaba seguridad y sensación de eficiencia a quienes acudían a consultarle. Por eso, a lo largo de su dilatada trayectoria profesional, han sido muchas las peticiones de ayuda que le han transmitido, cuando menos a nivel de asesoramiento, y muchas también las cuestiones que ha procurado resolver y que ha resuelto satisfactoriamente. «Siempre con la ley en la mano».

«El veterinario y alcalde de Castrejón de la Peña vino un día a verme y me pidió que le echara una mano para poner al día los papeles del Colegio Oficial y empecé a ir allí por las tardes, a abrir cajones y a comprobar las nóminas», recuerda.

Al observar que no cobraban el sueldo completo, empezó a moverse y logró finalmente el pago del cien por cien de las retribuciones. «El Consejo de Ministros lo aprobó, pero el inspector de Hacienda era reacio a hacer efectivo aquello, así que fui a hablar con el interventor general del Estado y las gestiones dieron resultado». Aquella reclamación se tradujo, al cabo de un tiempo, en el cobro de cinco años de atrasos.

También peleó por que los veterinarios pudieran cobrar los trienios completos. «Tuvimos que ir a un contencioso pero al final conseguimos que los más de setenta veterinarios palentinos afectados cobraran íntegros los trienios, incluidos los atrasos», asevera. Y dado que las noticias «corren como la pólvora», el logro traspasó las fronteras provinciales y también lo lograron los veterinarios de Burgos, los de Ávila y alguno de Zamora. 

imposible conciliación. Para Daniel Mota el trabajo nunca ha supuesto un problema ni su volumen, por grande que fuera, ha llegado a achantarle. «Cuando desapareció la Junta Provincial de Fomento Pecuario, yo seguí en la Jefatura Provincial de Ganadería por las mañanas y en el Colegio de Veterinarios por las tardes; con el Plan de Tierra de Campos se impulsó la reposición de ganado, con cesiones en cadena y una importante labor de saneamiento en toda la provincia, y eso suponía mucho trabajo», reconoce. No se amilanó. Hizo que todo fuera compatible en su agenda.

Lo que no consiguió fue conciliar su larguísima jornada laboral con la vida familiar. En 1972 se casó con María Concepción Ibáñez Calvo, compañera suya en la Jefatura Provincial de Ganadería. Ella trabajaba por las mañana y por las tardes se ocupaba de los tres hijos del matrimonio -dos chicos y una chica-, pero Daniel Mota también tenía ocupadas las tardes, así que apenas  veía a los niños. 

«Mi suegra y mi cuñada nos ayudaron mucho, sobre todo cuando mis hijos eran pequeños, ya que mi  mujer y yo nos pasábamos ocho horas fuera de casa». Lo reconoce con gratitud, de igual modo que subraya que Germán Calvo y su esposa se mostraron abiertos, receptivos y atentos con él desde que se casó con su sobrina. Por todo eso y por el acendrado sentido de familia que caracteriza a Daniel Mota, tiene claras sus prioridades. 

El amor, el cariño y el respeto están por encima y por delante de cualquier otra, pero no faltan el afán de procurar una óptima calidad de vida para todos y cada uno de los miembros de la familia y la lucha contra lo que considera injusto o impropio. 

Fue eso lo que hizo que buscara una casa tranquila en San Pedro de Cansoles para que Germán Calvo reposara y disfrutara del verano cuando ya estaba muy enfermo  y lo  que le llevó a reclamar una y otra vez, con insistencia y sin desmayo, hasta que se subsanó un error en la asignación de destino a su mujer, tras unas oposiciones. Ha procurado conducirse entre los avatares de la vida con la ley en la mano y sin pelos en la lengua, asistido de razones y con la vista puesta en una reivindicación justa. 

Protestar por protestar carece de sentido, pero si lo que está en juego es un derecho legítimo, no duda en afrontarlo. «En septiembre de 2010, en vista de que nos habían congelado el sueldo y nos quitaban una paga extra decidí jubilarme voluntariamente». Se despidió así de 48 años de trabajo, siempre en agricultura y ganadería y siempre dependiendo del Gobierno Central, aunque la jubilación le cogiera en el Servicio Territorial como transferido. 

«Toda mi vida he tratado de encontrar soluciones», concluye. Lo afirma con la convicción de que seguirá peleando por preservar la memoria de Germán Calvo. Lo del bienestar personal y familiar se da por sentado.