Últimamente a muchos se les ha llenado la boca de loas y parabienes dirigidos a nuestra Constitución del 78, a pesar de que los hechos acaecidos en las últimas décadas les hayan contradicho de modo palmario. Los ¡Viva el rey! y ¡Viva la Constitución! constituyen su modo de justificarse ante los españoles ocultando su oposición beligerante a todo lo que tenga que ver con los derechos civiles que emanan precisamente de la Constitución. Defienden un texto abstracto, generalista, pero se niegan a ponerlo al servicio de los ciudadanos. Me explicaré.
¿Se imaginan cómo sería España si no fuera legal el divorcio civil de las personas, si las mujeres no pudieran ejercer su derecho a la interrupción del embarazo, si los homosexuales no pudieran casarse con los de su misma condición sexual, si no hubiera leyes en defensa de las mujeres frente a la violencia de género, si se pudiera fumar en hospitales, centros educativos y establecimientos de hostelería; si se pudiera beber exageradamente a la hora de conducir, si España no se hubiera integrado en la OTAN y en la Unión Europea? Pues muy sencillo, nuestro país habría quedado anclado en el siglo XIX y habría terminado siendo el  hazmerreír de Europa;  los señores Abascal, Rato, Álvarez Cascos y otros miles de dirigentes de la derecha seguirían casados a la fuerza con sus anteriores cónyuges, el diputado popular Javier Maroto no se habría podido casar con su actual marido, multitud  de mujeres  habrían viajado a Londres o Ámsterdam para abortar, las mujeres seguirían viéndose despojadas de sus principales derechos como seres humanos y la pestilencia del tabaco habría convertido en inhabitables nuestros centros de ocio y culturales. Recordemos (¡parca memoria!) que Alianza Popular y Fuerza Nueva y, posteriormente sus sucesores, Partido Popular y Vox, siempre se opusieron radicalmente a todas estas leyes que hoy les parecen de lo más normales a la inmensa mayoría de españoles. Todos estos derechos civiles fueron aprobados por las Cortes Generales por mayoría absoluta y, por qué no resaltarlo, con gobiernos socialistas y el apoyo de Izquierda Unida y otros grupos de la cámara. 
Hay que recordar, en el mismo contexto histórico, las manifestaciones en la calle, muchas veces violentas, de la derecha política española, en comandita con el Movimiento Neocatecumenal de Kiko Argüello, el Opus Dei, la Conferencia Episcopal, militares franquistas y lo más granado de la  burguesía madrileña, en las que se pregonaba Suárez o Felipe o Zapatero al paredón por traidores a la  patria. Según ellos la patria se hundiría con esas leyes demoníacas, la familia desaparecería  y la pornografía invadiría las escuelas.  Habrá que recordar que en aquellas manifestaciones se insultaba gravemente al rey Juan Carlos. El Borbón al paredón resonaba con frecuencia por las calles de Madrid. Al monarca se le reprobaba que con su firma se promulgaran las leyes del divorcio, etcétera, cuando la obligación de todo jefe de Estado es rubricar con su firma las  leyes que emanan del Parlamento. En fin, no creo que hoy día alguien se atreviera a derogar estas leyes que han mejorado cualitativamente la vida de los españoles. Ni siquiera José María Aznar, que apareció en televisión reivindicando su derecho a fumar donde le viniera en gana y a que nadie le impusiera los vasos de vino que podía consumir antes de conducir. Si algo reseñable tiene esta Constitución es que es más abierta de lo que muchos creen y permite el avance social y el impulso democrático, aunque necesite, claro está, alguna actualización a la realidad de 2021. Todos sabemos que Alianza Popular (hoy PP), a través de Manuel Fraga, quiso imponer que la Constitución fuera confesionalmente católica y que el único matrimonio legal en España fuera el católico. Pues, ya ven ustedes, les salió el tiro por la culata. España, problemas graves aparte, avanza y, por cierto, la familia no ha desaparecido, eso sí, se ha transformado.