«Hay un sistema de noticias que mienten y ruido que distrae»

A. Benito
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Rosa María Calaf, una de las periodistas españolas más populares y reconocidas, considera que estamos ante un «cambio de era». Asegura estar viviendo la situación «con inquietud, mucha curiosidad y profundamente interesada en lo que está pasando»

«Hay un sistema de noticias que mienten y ruido que distrae» - Foto: unknown

El Ayuntamiento de Palencia, el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua y la Junta de Castilla y León han querido conmemorar el Día Internacional de la Mujer con el ciclo Mujeres en la Literatura y el Periodismo. La programación, que se extenderá hasta el martes, contó el pasado viernes con la intervención de Rosa María Calaf. La periodistas española, una de las más populares y reconocidas, analiza la actualidad junto a Diario Palentino.

Corresponsal de RTVE en Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Roma, Viena, Hong-Kong y Pekín, a lo largo de su trayectoria ha cubierto noticias y conflictos en todo el mundo. Después de ser testigo y de narrar acontecimientos históricos como la Transición Española, el ascenso y la caída de diferentes dictaduras o el final de la URSS, en su currículum solo faltaba una pandemia mundial. ¿Cómo está viviendo esta situación?

Es verdad, aunque  ya viví el anterior coronavirus en Hong-Kong (ríe). En lo personal está siendo un gran aprendizaje y me está dando la posibilidad de comprenderme mejor. Pensaba que en las situaciones límite había aprendido a convivir y a empatizar con la complejidad, pero me he dado cuenta de que no es lo mismo enfrentarse a la incertidumbre en la vida de los demás que hacerlo en la propia. Así que he tenido que realizar una serie de ajustes y trabajar la adaptabilidad. 

«Hay un sistema de noticias que mienten y ruido que distrae»«Hay un sistema de noticias que mienten y ruido que distrae»Por otra parte, me considero una privilegiada, puesto que he pasado el Covid, pero no de forma grave, y ahora valoro mucho más el tiempo, algo que no había tenido nunca y que en estos últimos meses me ha permitido pensar, caminar y dedicarme a mí misma. Nunca pensé que podría estar tanto tiempo sin viajar. También estoy haciendo un gran ejercicio de atención porque me parece que estamos viviendo un momento extraordinariamente importante, un cambio de era, igual que lo fueron la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Hay una transformación en marcha tremenda, así que lo vivo con inquietud, con mucha curiosidad y, al mismo tiempo, muy atenta y profundamente interesada por lo que percibo alrededor.

En 37 años de carrera ha vivido numerosos cambios políticos, sociales y económicos. También ha visto la evolución de una profesión dominada hoy en día por las redes sociales y la sobreinformación. ¿Qué opina del panorama actual?

Me inquieta muchísimo porque el periodismo nunca ha sido fácil, pero es verdad que ahora estas herramientas tecnológicas -que son magníficas y muy valiosas para la comprensión de lo diferente- si se usan mal tienen la misma fuerza en el sentido contrario: para el desconocimiento, para diseminar el error y para propiciar la mentira. Creo que estamos en un momento muy complicado porque tenemos la oportunidad de hacer el mejor periodismo -de hecho, en parte se está haciendo-, pero acosado por muchas malas prácticas y por la posibilidad que da esa tecnología de adulterar el producto informativo. 

«Hay un sistema de noticias que mienten y ruido que distrae»«Hay un sistema de noticias que mienten y ruido que distrae»Por otra parte, estamos viviendo un momento de confrontación y de crisis de valores que hace que haya un riesgo enorme de sesgos autoritarios y de vaciado de la democracia. La información es clave en esta evolución y, por eso, hay que resistir a esta ofensiva legal de descrédito contra el periodismo independiente. Nos estamos enfrentando a una extrema polarización, en todos los sentidos -político, económico y mediático-, y a un sectarismo enorme, con unos poderes que no solo no garantizan la calidad de la información, sino que parece que están intentando minarla en su favor y convertir a la información crítica en enemigo público.  

Al mismo tiempo, estamos ante una ciudadanía que compra este mensaje de la prensa enemiga y que no protege a aquellas personas que, trabajando en la información, lo que hacen es rendirles un servicio. Estamos en tierra de nadie y eso es muy peligroso. Sin una buena información peligran las libertades y la calidad democrática.  

Internet ha supuesto un antes y un después en el desarrollo de la comunicación. Por un lado, esta herramienta ha puesto al alcance del público infinidad de recursos y ha democratizado la información. Por otro, ha favorecido la proliferación de noticias falsas y discursos plagados de odio. ¿Cómo puede la ciudadanía evitar este tipo de productos informativos?

En primer lugar hay que saber lo que está ocurriendo, tenemos que estar en guardia y no dar nunca por sentado algo de lo que no estamos seguros, y menos aún difundirlo, forwardearlo o twitearlo. Tenemos que ser muy críticos ante la información que recibimos, preguntarnos quién nos la manda, para qué nos la manda y a quién le beneficia. En entornos con una cierta calidad democrática, se da la paradoja de que hay muchísimos ciudadanos votando contra sus propios intereses. Todo parte de la educación, por eso creo que a los niños hay que enseñarles cuanto antes a interpretar los medios y también hay que ver cómo se llega a los adultos con ese mensaje sobre la importancia de la calidad de la información. Igual que uno no compra cualquier alimento sin tener una cierta confianza, no debería adquirir un producto informativo si no está seguro de que no es tóxico, porque le puede envenar como persona. 

Desde el punto de vista de los profesionales de la información, debemos estar atentísimos al contraste y la comprobación, tenemos que defender los tiempos y luchar contra la idea de que el valor principal sea la inmediatez. Es un error poner la calidad del contenido al servicio de la tecnología, en lugar de poner las magníficas posibilidades tecnológicas al servicio de un mejor producto. Ese ha sido siempre el compromiso de los periodistas. 

Por otro lado, lo que diferencia el momento actual es que la mentira, que ha existido siempre, y la voluntad de manipulación ahora cuentan con un aliado tecnológico que les permite una mayor eficacia. Por tanto, como ciudadanos, tenemos que ser nosotros los que controlemos las redes y no al revés. 

Y, por supuesto, el poder mediático no puede estar al servicio de la economía y la política. Los tres deben estar separadísimos y ejercer un control mutuo, y es el poder político el que tiene la obligación de garantizar la información independiente, rigurosa, plural y honesta. 

Como usted dice, la sociedad está cada vez más polarizada. Los debates respetuosos y pausados escasean y parece que para tener la razón basta con vocear más. Todo el mundo cree estar en posesión de la verdad absoluta y casi nadie escucha

Efectivamente, pero eso no es así porque sí, sino que, como digo, es una cuestión de educación. Se escucha muy poco y, sobre todo, no se escucha nunca al que opina diferente, sino que se consume solo lo que refuerza la propia idea. Tampoco se reflexiona, ni se analiza la realidad con todos los matices que tiene. Al final todo se reduce siempre al blanco y al negro, a los buenos y a los malos. Se pasa por alto la necesidad de la pausa y hemos pasado de tomar nuestras decisiones en base a una opinión fundamentada en argumentos libres, independientes y rigurosos, a basarlas en emociones provocadas por determinados intereses particulares que nada tienen que ver con el bien común. Hemos creado un mundo que ya no se apoya en la opinión pública, sino en la emoción, y así es imposible construir una sociedad cohesionada igualitaria, equitativa y justa.

De un tiempo a esta parte, además, hay mucho odio dirigido hacia los profesionales de la información

Echar la culpa al mensajero, o simplemente a los demás, siempre es lo más sencillo. Así nos quitamos responsabilidad sobre todo de lo que va mal y no nos gusta, pero, insisto, esa no es la forma de construir un mundo mejor y más justo para todos. El hecho de que la prensa esté en este momento muy desacreditada puede ser, en parte, porque ha habido mucha mala práctica periodística, pero también forma parte de la estrategia de los poderes políticos y económicos de desprestigiar aquello que les puede poner palos en las ruedas en cuanto a prácticas claramente antidemocráticas. Cada país tiene sus propias características, pero, en general, existe en todo el mundo una ofensiva legal y de descrédito contra los periodistas y contra los medios independientes para evitar el control. 

¿Cree usted en la objetividad?

No, en absoluto. La objetividad es imposible porque todos tenemos una carga cultural y un entorno. Yo creo que el periodismo tiene que ser honesto, riguroso y plural. También responsable y comprometido. En el ejercicio de la profesión, cada periodista debe maximizar la absorción de lo que tiene que contar para entenderlo y, sobre todo, tiene que escuchar a los que saben más y mirar hacia atrás. No se trata de contar acontecimientos, sino procesos que vienen de algo y van hacia algún lado. Ese recorrido es, para mí, lo que equivaldría a la objetividad. Lo que tiene que primar, en definitiva, es el compromiso de servicio a la comunidad. 

El viernes pronunciaba usted una charla en la que reflexionaba sobre la pandemia, la desigualdad y la desinformación. ¿Cuál es la relación entre estos tres conceptos?

La pandemia, siendo un caso extremo y una situación insólita e inaudita, requiere que la información sea tremendamente rigurosa. Sin embargo, desde hace tiempo estamos instalados en un sistema de noticias que mienten, silencios que engañan y ruido mediático que distrae. Estos tres componentes también se están aplicando al tratamiento informativo de esta situación tan incierta y desconocida que estamos viviendo. Esto es gravísimo, porque la respuesta a un momento tan complicado va a ser mejor o peor en función de una información mejor o peor. 

En la pandemia ha habido muy buena información, por una parte, pero por otra, no. La maquinaria de desinformación que ya estaba en marcha no solo ha continuado, sino que se ha perfeccionado. Evidentemente, la transformación que está provocando esta crisis va a sufrir a causa de esa maquinaria que está machacando la calidad informativa. 

Como siempre, las mujeres, que somos el eslabón más vulnerable en la construcción social, nos estamos viendo doblemente afectadas. Por ejemplo, el teletrabajo, que aparentemente parece un beneficio, puede ser también una trampa para meter a las mujeres en casa y sobrecargarlas aún más de trabajo; hay un riesgo de retroceso en sus derechos. En los ámbitos más afectados por la pandemia desde un punto de vista sanitario y económico, como pueden ser los cuidados -directos en hospitales o indirectos en domicilios y residencias-, quienes trabajan mayoritariamente son las mujeres. Lo mismo ocurre en el sector servicios, de tal forma que las que están soportando en primera línea, día a día, esta situación son ellas.  

También hay que tener mucho cuidado con la conciliación; lo que realmente hay que favorecer es la corresponsabilidad. En Alemania, en los Países Nórdicos y en todos esos lugares donde hay unas medidas de conciliación fantásticas se ha ayudado a muchas mujeres, pero se ha frenado la carrera profesional de otras, así como su presencia en todos los ámbitos. 

Por tanto, la pandemia nos ha enseñado que hay que estar doblemente atentos ante ciertos fenómenos o deterioros que ya existían y que podrían agravarse. 

De hecho, el año pasado algunas personas trataron de criminalizar las manifestaciones del 8-M, mientras otras reuniones multitudinarias pasaron más desapercibidas. Este año, los actos vuelven a estar en el ojo del huracán. ¿Por qué?

Porque ni la construcción androcéntrica de la sociedad ni el imaginario colectivo han cambiado y, por tanto, la lucha por la igualdad siempre ocupa un plano secundario, pese a que tendría que estar delante de todo porque no es en beneficio solo de la mujer, sino de toda la sociedad. Hay personas que no quieren perder privilegios o que instrumentalizan el movimiento feminista por intereses totalmente espúreos que nada tienen que ver con la propia lucha. 

Que unas manifestaciones se consideren un derecho y otras no, reafirma que seguimos siendo una causa de segunda para determinados sectores, y eso, a la vez, demuestra que el 8-M es aún necesario. El hecho de que se siga enmascarando y desvirtuando su significado exacto es, precisamente, el por qué es imprescindible seguir peleando. 

No cabe duda de que en el camino hacia la igualdad se han dado grandes pasos, aunque aún queden muchas metas por alcanzar. En el caso de las mujeres periodistas, ¿ha cambiado mucho el panorama desde que usted empezó en los 70?

En la profesión periodística hemos mejorado muchísimo. Cuando empecé en RTVE, en Internacional éramos tres o cuatro mujeres. De hecho, en los estudios de Barcelona, en el año 70, solo estaba yo. Ahora, hay más mujeres que hombres en muchas redacciones. 

Evidentemente, hemos mejorado mucho en cuanto al acceso a los estudios y al trabajo, pero donde no se ha evolucionado tanto es en los espacios  de opinión y en la dirección. Nuestro modelo social sigue primando las capacidades masculinas e infravalorando las femeninas. Si eso no cambia, es muy difícil que cambie la actividad laboral. Como digo, queda muchísimo por hacer y hay un riesgo grave de retroceso.  

Volviendo a la crisis sanitaria, ¿cree que con la pandemia se están desatendiendo, informativamente hablando, otros asuntos importantes?

Absolutamente. Creo que nos estamos olvidando de que en el mundo hay otras muchas cosas, pero, sobre todo, creo que nos estamos olvidando de contar bien la pandemia. Generalizar siempre es injusto, pero la verdad es que esa es la tendencia. Informamos demasiado en cantidad y poco en calidad. Creo que no se habla lo suficiente de todo lo que la pandemia puede significar y de las transformaciones que está acelerando. Estamos viviendo un cambio de era y hay que estar muy atentos a todo lo que nos rodea, porque toda esta aceleración puede ir a bien o puede ir a mal. Tendríamos que intentar dirigir ese cambio hacia la solidaridad, el interés colectivo y el reconocimiento de las limitaciones de la sociedad de consumo, en lugar de consolidar la desinformación y la vigilancia del ciudadano. No podemos abandonar la tarea de construir un presente y un futuro para todos. 

La pandemia nos ha puesto frente a los fallos tremendos de la construcción social que hemos ido deteriorando en los últimos años. Lo que partió de una idea acertada con la persona en el centro del interés, la defensa de los derechos y las libertades para cuanta más gente mejor y el deseo de aumentar el bienestar material y espiritual de la sociedad, se ha ido deteriorando hasta llegar a cotas realmente preocupantes. Si somos capaces de darnos cuenta y de rectificar el rumbo, será fantástico. Si no, cualquiera sabe dónde iremos a parar. Hace falta una revolución humanística y eso depende de lo que hagamos cada uno de nosotros. Es cosa de todos conseguir un mundo en el que el valor de la persona no sea un precio. 

Usted siempre se ha dedicado al periodismo internacional, pero, ¿qué cree que aportan medios locales como Diario Palentino a la sociedad?

Siempre, en todos los premios que me han dado y en todas las charlas que he pronunciado, he hecho un homenaje al periodismo local. Es lo esencial, de ahí el interés de muchos por neutralizarlo. Todo lo que ocurre empieza siendo local, por tanto, el tratamiento de la información de proximidad es fundamental. A la vez, es el más complicado porque todas las presiones que envuelven a la profesión y a la práctica periodística en el ámbito local son más difíciles de soslayar. Los periodistas de Internacional siempre nos hemos apoyado en los periodistas locales. Como digo, es el soporte que construye todo lo demás, la base de una información sana. Por eso hay que protegerlo y defenderlo y por eso hay tanto empeño en degradarlo y eliminarlo. 

En noviembre de 2008, con 63 años, tuvo que acogerse al ERE de RTVE. Sin embargo, a sus 75 sigue en activo con una agenda repleta de actividades.  En alguna ocasión ha dicho que solo le jubilará la enfermedad o la muerte

Sigo pensando lo mismo, pero me gustaría matizar una cosa, y es que durante estos meses he aprendido a parar esa aceleración sobre la que siempre he vivido. Creo que de la profesión de periodista no se jubila uno jamás, pero de ser persona y ciudadana tampoco, por eso soy tan activa y tan combativa con el tema de los mayores. Mi curiosidad, mi atención y mi vocación de procurar compartir y aprender todo lo que pueda, no creo que cambien nunca, pero lo que sí que voy a hacer es dosificar mucho más mi actividad.